La Zafarronada de Riello, fiesta de Interés Turístico Provincial,combina mascaradas con el fuego, algo poco habitual en estas celebraciones
Zafarrones salen por las calles de la localidad leonesa de Riello - EDUARDO MARGARETO |
A la caída del atardecer, una madre, con sonrisa picarona, recomienda a su hijo pequeño que eche a correr y se guarde “cuando venga el toro”. En la lejanía ya se escucha el sonido del cencerro, protagonista en este 14 de febrero en la Omaña leonesa. Se acerca la hora y comienza a arder una pira de leña de roble. Los zafarrones, que representan el caos invernal y el mal con sus manos retorcidas y ramas de urz, abren camino por las calles de la localidad de Riello con sus caretas de piel de cabrito, enaguas blancas y trajes hechos de oveja, e incluso con piel de lobo.
Forman parte de la extravagancia que completan media docena de “gitanas” y un torero vestido de luces, quien pretende continuamente frenar, con pases de muleta, a un toro de madera cubierto con una sábana y pequeña cornamenta, típico en las mascaradas leonesas. En principio, el curioso morlaco da poco miedo, pero asusta a todos alrededor de la hoguera en la plaza mayor del pueblo, sobre todo a las mozas.
Es la Zafarronada de Riello, fiesta de Interés Turístico Provincial y conocida como el Antruejo de Omaña, pues en ella participa mucha gente de este municipio integrado por 40 pueblos. En conjunto armonizan detalles como el fuego y la máscara demoníaca, combinación poco habitual en este tipo de celebraciones. Pero este año una invitada especial no quiso perderse la fiesta. La lluvia hizo acto de presencia, pero más que acompañar, deslució y condicionó la celebración. Más bien la estropeó, aunque inundó de un aroma aún más demoníaco las calles de la población.
Quizá la de Riello pueda asemejarse a la de Riaño, Llamas de Ribera, Velilla de la Reina y Alija del Infantado, pueblos donde también se rodean de una gran fogata, animales, toreros y damas. Se podría hablar de la recuperación de una tradición del folclore. El alcalde, Manuel Rodríguez, es el gran impulsor de esta mascarada rodeada de simbolismo entre montes, que hasta hace 25 años estuvo prácticamente perdida desde los años 30 y fue retomada por la Asociación Cultural Omaña. “Hasta ese momento, los niños se vestían con lo que pillaban: sombreros viejos y cosas extravagantes, como en otros lugares, pero al llegar los 80 se volvió a hacer”, sostiene, con agradecimiento a la población por haber mantenido viva la llama.
Comitiva extravagante
Recuerda el regidor que el padre agustino César Morán, enamorado del folclore leonés, ya habló de estas mascaradas hace más de un siglo. Y del Zafarrón de Riello también, como lo hizo, por ejemplo, Caro Baroja. “Todos ellos se refieren al Zafarrón como pieza central de la fiesta. Un símbolo que recorría los pueblos con careta de piel de cabrito y cencerros y al que le acompañaba una comitiva extravagante formada por gitanas, el ciego, el criado, el toro y torero, al que denominaban 'novio' porque solía ir vestido mejor que el resto, con traje”, desliza.
En esta ocasión, Teodoro interpretó al torero y de forma irónica dio varios muletazos al morlaco, al tiempo que aseguró que los habitantes de Riello tenían que recuperar esta tradición por la necesidad de un “poco de juerga”.
Por las sinuosas calles de Riello se mueven los zafarrones, símbolos fantasmagóricos que antiguamente arrojan fertilizadora ceniza, pero que ahora sólo emiten curiosos gritos con su antorcha en la mano. Y con ellos el toro, que en el sentido más irónico del término, como sus habitantes lo definen, es un “ridículo armazón de madera tapado con una sábana que embiste a la gente más bien para meter miedo y espantarla”.
Por ello, el niño al que su madre le instaba a correr al llegar el bravío animal se esconde auspiciado por el barullo, porque ahora lo ve llegar más cerca. Pero al apreciar la realidad de lo que observa, ya tiene menos miedo. Pronto sabrá que él será una parte importante del futuro para la pervivencia de esta tradición, cuya leyenda habla de que el toro repartía fertilidad entre las mujeres jóvenes del pueblo.
“No es una celebración en la que participaran mucho las chicas, aunque ahora se han sumado en cantidad”, destaca con alegría el alcalde, quien cuenta una anécdota con una joven: “Una mujer francesa que vive en El Bierzo viene todos los años porque una vez pasó por aquí para hacer fotos, necesitábamos gente y, de forma espontánea, se vistió. Ahora ya no nos abandona”.
Su nombre es Natasha Larchier: “Vine hace unos años y lo vi. Me recordó a un carnaval típico del Pirineo francés. Ahora nunca me lo pierdo”. Esta ciudadana francesa asegura que la Zafarronada se parece a otras celebraciones de Eslovenia, Croacia y Hungría.
Antiguamente, quienes se vestían este día en Riello pedían por las casas chorizo, tocino o chocolate para hacer después una pequeña cena entre ellos. “Ahora ya no hacemos eso. Los tiempos han cambiado”, asevera. Eso no evita que se lleve a cabo un baile de hermandad entre los vecinos al término de la Zafarronada.
Fomento de las mascaradas
Manuel Rodríguez no se queja y admite que la mascarada de su pueblo, al igual que otras, se han fomentado en los últimos años. Por ejemplo, lo hace con mucha fuerza el Ayuntamiento de León, que el martes de Carnaval organiza un desfile por las calles de la capital específicamente de máscaras. Éste será el cuarto año que Riello acude. Lo hará también el miércoles con motivo del entierro de la sardina. “Lo agradecemos, porque va mucha gente a verlo”, comenta.
Riello ha recibido la invitación de la Mascarada Ibérica de Lisboa, así como otro tipo de festivales de Cantabria y Asturias, aunque aún no han podido acudir a alguna de ella porque coinciden con la suya propia. Quizá, ese niño que hoy comprobó en primera persona el simbolismo de esta tradición de su pueblo protagonice en un futuro la Zafarronada. Quizá pueda exportarla a ferias y otros lugares para dar a conocer un hito en el que participaron sus antepasados hace un siglo y que cuenta con un gran peso histórico, más cuando la zona se desangra de población joven y se envejece lentamente. Quizá...
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