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jueves, 18 de marzo de 2021

Colaboración: Viaje al centro de "los Oteros" (Oda rural leonesa)

Héctor Bayón Campos             

Dedicado in memoriam a todas esas personas del campo que, debido al coronavirus, tuvieron que abandonar este mundo de manera prematura. Que la tierra, vuestra querida tierra labrada, os sea leve…


 
Principios de febrero de 2020. En una antigua casa de Gusendos de los Oteros (León).

¿Pero cómo sois tan “friolerosen la ciudad? ¡Si lo de ahora ya no son inviernos, antes sí que había carámbanos en los tejados! —decía Antonio con rotundidad a sus urbanitas yernos.

 Sabía de lo que hablaba. Porque en Gusendos, donde él vivía, el “General Invierno” ya no era tan fiero. El cambio climático lo había trastocado todo, y él, como buen agricultor experimentado, se había tenido que adaptar a las circunstancias. Sus hijos políticos eran bastante escépticos respecto al tema. No llegaban a ser “negacionistas” pero poco les faltaba. Como ellos venían de “la capi" y no habían cogido un azadón en su vida… ¿qué iban a saber ellos de “la Madre Naturaleza”?

Pero, desgraciadamente, las evidencias climáticas no engañaban: en los últimos cien años la Tierra había registrado un aumento de temperatura de entre 0,4 y 0,8 grados centígrados. Esto lo sabían muy bien las gentes del campo porque vamos a ver, hablando claro, ¿quién necesita meteorólogos habiendo agricultores?

 Y es que siempre se ha dicho que el cielo raso, límpido y soleado de “los Oteros” no tenía secretos para los labradores de la zona. Porque a lo largo de la historia universal, y en todas las civilizaciones, siempre han sido los verdaderos arúspices de la meteorología.

 Además, nuestro querido Antonio, el agricultor más informado de esta comarca leonesa, consideraba que con “su cultivo” estaba ayudando a combatir el cambio climático y a disminuir el efecto invernadero. Cuando esto lo oyeron sus advenedizos yernos alucinaron y esbozaron una leve sonrisa maliciosa. Mejor dicho, pensaron que su suegro estaba exagerando ¡y bastante!  Sin embargo, Antonio no iba muy desencaminado. En un breve discurso digno de la COP25 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2019, Madrid) les explicó, con todo lujo de detalles, que las lentejas (y otras legumbres del terruño) eran capaces de atrapar el nitrógeno de la atmósfera y de fijarlo en sus raíces como amoníaco. Además de liberar fósforo en la tierra para hacerla más fértil y resistir mejor el agotamiento del suelo…, oye ¡cuánto se aprendía escuchando a los paisanos de “los Oteros”, qué sabiduría tan ancestral!

 Ellos no le creyeron del todo, pero como tampoco era un buen plan contradecir al suegro se callaron por respeto. En esto, llegó la hora de la comida y la familia al completo se sentó alrededor de la mesa. Hum… ¡qué rico olía! Las famosas lentejas, cocinadas por el anfitrión de la casa, estaban listas ¡menudo manjar de dioses! Eran las más codiciadas de la comarca. Cuando Antonio iba a venderlas al mercado de los martes en Mansilla de las Mulas ¡se las quitaban de las manos! Así que fíjate que no harían por un plato de lentejas bien hechas, acompañadas por un rico chorizo ahumado de la montaña leonesa…

Claro, a sus jóvenes yernos se les “hizo la boca agua”. No era para menos. Ese delicioso sabor arcaico, de gastronomía hecha “a fuego lento”, impregnaba todas las estancias de la casa. Pronto se hizo el silencio en el comedor. Esto era una buena señal porque allí nadie hablaba, simplemente comían y bebían unos buenos “vasos” de vino DO León… ¡qué aproveche! ¡Gracias!

Cuando todos terminaron de almorzar y se iba acercando la hora clave del chupito de orujo blanco, ese que limpiaba las “tuberías” del cuerpo; uno de sus yernos, a priori el más incrédulo, tomó la palabra y dijo:

Antonio, abjuro de mi negacionismo militante. Este plato está buenísimo. Cuando vuelvas a sembrar lentejas yo vendré a ayudarte; todo sea por combatir el cambio climático. Aunque también me gustaría brindar por la preservación del patrimonio natural de “los Oteros” y por la conservación de los palomares que hay por esta magnífica zona de sinuosos terrenos… Suegro, yo no soy ningún pirata pero le aseguro con la copa en la mano que “la vida en el pueblo es la vida mejor”.

Antonio, visiblemente emocionado, miró a sus hijas con ese amor incondicional de padre feliz que está disfrutando, saboreando, de una buena sobremesa rodeado de los suyos. Y sin mediar palabra, se levantó de la silla y le dijo a su yerno:

—Gracias por tus palabras, hijo. Como habéis comprobado aquí el tiempo se detiene. Se vive de otra manera, más libre, sin las ataduras ni las prisas de las ciudades. Estamos en un permanente idilio con la naturaleza, y ésta, siempre nos da, nos ofrece, lo que necesitamos. Las lentejas que hemos comido hoy son un buen ejemplo de ello. Por eso somos tan felices porque en el pueblo nada nos falta. Ah, por cierto, el próximo año os espero en la siembra…

Y así fue como el inconfundible sabor de unas lentejas aceleró la conversión de unos escépticos climáticos. No es por nada, pero arrepentidos los quiere el medio rural...



miércoles, 22 de julio de 2020

COLABORACIÓN. "Una Ruta de los Monasterios de cuento"


Autor: Héctor Bayón Campos.

Querido lector, le propongo un viaje literario por la provincia leonesa. Prepare su mochila, algún cuaderno y varios “bolis” de colores que usted y yo volvemos a la escuela. Sí, no se asuste. Será una experiencia inolvidable, se lo aseguro. ¡Din don dan! Ya tocan las campanas, creo que va a comenzar el cuento...

En el CRA (Colegio Rural Arcádico) de Nava de los Caballeros todo era muy diferente. Empezando por sus maestros, que eran de la antigua “escuela fluvial”; y terminando por sus alumnos, que se comportaban como verdaderos “monumentos”. El río Esla y su afluente el Porma se disponían a comenzar la clase, profusamente decorada con un cuadro de “los reyes” de la zona: los centenarios chopos que escoltaban la carretera desde Gradefes hasta Cifuentes de Rueda. Poco a poco los estudiantes se fueron sentando en sus pupitres y el Esla, desde una tarima en forma de cerro, tomó la palabra:

-Bienvenidos a este nuevo curso. Me llamo Esla y él se llama Porma, y este año os vamos a impartir la asignatura de Geografía e Historia de la provincia de León. Como sois los auténticos protagonistas de esta ribera rica en fértiles paisajes y frondosos valles, nos gustaría saber cómo os llamáis y que nos contéis algo de vuestra historia.

 De repente, se hizo el silencio en el aula. Los colegiales se morían de la vergüenza pero alguien tenía que “romper el hielo”, y un edificio de transición del románico al gótico levantó la mano. Era el monasterio de Santa María la Real de Gradefes, que quería presentarse:

-Hola compañeros, fui fundado en 1168 por doña Teresa Pérez y tengo varias partes diferenciadas: una iglesia con tres naves sostenidas por bóvedas de nervios cruzados, una sala capitular, un claustro y un coro. Estoy muy bien conservado incluso tengo una girola, un hecho arquitectónico singular.

Los dos maestros asintieron, y pusieron sus ojos en otro alumno que conservaba cierto aire mozárabe. Era el monasterio-priorato de San Miguel de Escalada que se arrancó a hablar:

-Mis padres fundadores fueron unos monjes cordobeses, liderados por un abad llamado Alfonso, que llegaron a estas tierras a principios del siglo X (913 d.C.). En la actualidad, conservo una iglesia basilical de tres naves y un magnifico pórtico lateral de columnas monolíticas con capiteles corintios, y claro, mis característicos arcos de herradura...

Pronto la timidez inicial de los estudiantes fue dejando paso a un beneficioso “caudal” de conocimiento etnográfico ¡con razón los “clásicos” llamaban a esta zona de abundantes huertas “la Mesopotamia Leonesa”! Aunque todavía quedaban algunos cenobios por hablar. Uno de ellos, con evidentes partes en ruina, y con lágrimas en los ojos se presentó ante la clase:

-Soy el monasterio de San Pedro de Eslonza o lo que queda de él… Desde mi fundación en el año 912, por el rey García I de León, he sufrido ataques de todo tipo. De Almanzor (988), de la Desamortización de Mendizábal (1835-1837) incluso se llevaron mi portada a una iglesia de León capital; y aún así conservo mi antigua grandeza románica...

Su relato conmovió a todos. Menos mal que el Convento de San Agustín, con trazas renacentistas, se abrió en canal y les contó su historia de superación con final feliz:

-No te preocupes, amigo. Con el tiempo todo puede cambiar. Fíjate yo, resido en Mansilla de las Mulas. Fui fundado en el año 1500, y arrasado por los franceses en 1808. Pero en la actualidad soy el remodelado Museo Etnográfico Provincial de León.
Estas palabras levantaron el ánimo del grupo. Solo quedaba un estudiante por hablar. Su edificación seguía una Regla clara: la del Císter; y con una voz en pleno tránsito del románico al cisterciense les dijo:

-Soy el monasterio de Santa María de Sandoval, mi fecha de fundación es el año 1167. Tengo una ornamentación sobria y me encuentro en Villaverde de Sandoval, cerca de un lugar mágico donde se ‘juntan’ dos ríos… ¿os suena?

Cuando el Porma escuchó esta inocente pregunta comprendió que quizá había llegado su momento. Un sudor frío invadió todo su cuerpo, y por sus cabellos comenzaron a caer “gotas de rocío”. Rápidamente unió sus cristalinas aguas al río Esla y acabaron siendo un solo cuerpo fluvial. Siempre había ejercido de fiel afluente, pero las cosas tenían que seguir su curso natural… como en la vida. El Esla prosiguió con las explicaciones durante unos meses más, hasta que llegó a su destino definitivo: desembocar en el caudaloso río Duero. Los colegiales pronto notaron su ausencia; se habían quedado huérfanos de sabiduría. Pero de repente, cuando todo parecía perdido, alguien llamó a la puerta… toc, toc. Era el nuevo maestro, con nombre de príncipe troyano, que volvía al colegio de su querido pueblo, Nava de los Caballeros. El lugar donde se cumplían los sueños…

lunes, 16 de marzo de 2020

COLABORACIÓN. Tocan "a clamor"


Autor: Héctor Bayón Campos

                                                                          
Villaverde de Sandoval. Marzo de 1953…

La habitación era lúgubre y silenciosa, con cierto aroma de incienso. Varias “plañideras”, vestidas de negro riguroso, cuchicheaban; mientras los familiares de la difunta esperaban en “el portalón” de la casa. Conversaban con los vecinos. Recibían los primeros “pésames”, algunos dichos “de corazón” otros más bien fingidos. En el interior de la alcoba, dos “hachones” y un crucifijo de bronce custodiaban a la muerta. Sus nietos pequeños lloraban; y el cura, confesor y amigo, rezaba por su alma. Las viandas estaban listas… ¡todos al comedor! Un buen potaje de garbanzos y varios vasos de vino mitigarían el dolor. Parientes y amigos almorzaban. Había “café de pota” y aguardiente. Las lágrimas borbotaban, aunque también surgían algunas tímidas sonrisas ¡pero qué buenos recuerdos dejaba la fallecida! El perro se asomaba al duelo; a su manera, también participa. Y los hijos de la “matriarca” se abrazaban; en estos duros momentos los vínculos fraternales se fortalecían. Pero había llegado la hora del entierro, “el Señor” la reclamaba; y en el monasterio ya tocaban las campanas…descanse en paz, querida vecina. Tu pueblo está “de luto” y no te olvida.

Requiescat in pace (R.I.P.)