miércoles, 15 de octubre de 2014

COLABORACIÓN: LA BOTA Y EL ODRE.

“Cuando el tabernero vende la bota, o sabe a pez o está rota”

Autor: Toño Morala

Esto no es ninguna suerte… la inteligencia natural de los ancestros, era mucho mayor y más resolutiva de lo que ahora algunos pensamos… hay que diferenciar entre los que bebían o beben a bota y pellejo de vino, y los otros. De todas las maneras, que no nos toquen los tinglados, que por encima de la bota no hay nadie, salvo el espacio que resuelve una respiración a tiempo.

Una familia de boteros.
Todo esto viene a cuento de la bota y pellejo para guarecer el vino; ese laureado recipiente, en otros tiempos, generalmente hecho de piel de cabra que sirvió para aquilatar una parte del ser humanitario, que no humano, que todos y todas llevamos dentro. Ya Keats vislumbró los claretes franceses, lo que nunca dijo, era  que los bebía a bota… ¡manda carajo… un gran poeta como él. Y no se lo perdonamos…faltaría más!

Transportando en carro los pellejos de vino.
Ahora toca un punto y aparte; el pellejo y la bota tienen la palabra…hablad en vuestro nombre, que el mío…está ausente. Por decir que no quede, pero un buen trago de vino por bota, se deja besar el vino entre los labios, y no hace falta nada más que acompañarlo con un buen trozo de chorizo o queso… y de ahí viene uno de aquellos refranes populares… “A la bota dale el beso después del queso”…ahí queda eso. O aquel otro refrán que dice… “Hable mi vecino y tenga mi bota de vino”.

La historia de la bota se pierde en los tiempos más remotos. Encontramos testimonios escritos de su existencia ya en la antigua Grecia (Homero en la Odisea cuando su héroe Ulises emborracha al cíclope Polifemo dándole vino en odres), en la Biblia (Noé emborrachado por sus hijos), en el inmortal Quijote de Cervantes (cuando el viejo hidalgo destroza a mandobles y estocadas los pellejos del ventero) y a lo largo de todo el Siglo de Oro de la literatura española las referencias se multiplican.

Ligera, flexible, resistente, respetuosa con el medio ambiente, de fácil trasiego, impermeable, práctica, higiénica, atractiva, de simple pero perfecto diseño, la bota de vino es, a la vez, legado de nuestro pasado y un producto libre de los imperativos de la moda que encandila a quien sabe disfrutar de los placeres básicos de la vida.
Un maestro artesano de Odres en su fábrica
de pellejos para vino y aceite.
Después de seleccionar y retirar la piel, se limpia y se curte con tanino obtenido de la mimosa y otros. Después del curtido del cuero de cabra, se recubre con brea (el pez) extraída de los árboles de enebro o pino. El tono se purifica a altas temperaturas y se utiliza para impermeabilizar el cuero en el interior de la bota. La piel está ligada a una forma con una cuerda hecha de lino, aunque casi todas las cuerdas utilizadas en la fabricación de la bota de vino eran de cáñamo hasta 1970. El cosido se realiza con las "tablas", especie de pinzas de madera de unos 60-70 cm. de longitud, que se usan para pillar y juntar los bordes de la piel que van a ser cosidos; unidos los bordes, se pone alrededor de ellos la "trenza" (trenzado de cuerda fina de cáñamo) que se cose a ambos lados para cerrar las aberturas. El agujero por donde pasa el cabo de cáñamo torcido se realiza con las "leznas", herramientas de madera compuestas por el "macho" que está provisto de un aguijón y la "hembrilla", que se ajusta al macho y contiene sebo como lubrificante. El cabo se tensa con los "palillos de atar", que son huesos de manilla de cordero o cabrito que han de estar crudos para que estén duros y se pueda hacer más fuerza con ellos. Una boquilla hecha de resina prensada se añade para verter y beber.

Pellejo para vender en la tienda.

Y hay que cuidarla… una bota de vino está hecha de material orgánico y, a diferencia de una botella de plástico, se necesita algo de preparación y mantenimiento por el propietario. Antes de verter la primera cantidad de vino, la bota debe ser calentada, frotada, inflada, enjuagada con agua y rellena con vino durante cinco días, que luego se desecha. Entonces, la bota se puede utilizar para almacenar el vino para beber.


Preparando el pellejo, uno de los envases que han servido
ancestralmente para el transporte del vino y otros líquidos.
La avería más frecuente consiste en el "repelón". ¿Qué es un "repelón"? Simplemente consiste en que, al unirse las dos caras interiores de la bota por, sea cual sea el motivo, y al intentar despegarlas de forma inadecuada, se produce un arrancamiento de la pez en una de las caras de la bota, o en las dos, dejando a la misma sin impermeabilizante y, naturalmente, permitiendo la salida del vino. ¿Cómo se evita? Si por cualquier circunstancia se produce el hecho de que las caras interiores de la bota se peguen, es fundamental despegarlas con sumo cuidado, bien calentando la bota hasta que la pez se ablande lo suficiente para que, soplando despacio por el brocal, la bota se hinche sin ofrecer resistencia. En caso de dificultad para despegarla pueden introducir por la parte ancha del brocal agua caliente, la cual producirá el mismo efecto.


Dos mozos acarreando
 el pellejo de vino...y las botanas

El pellejo (odre); generalmente es de color negro, suave, y con la forma del animal en cuestión; se usa más para transportar el vino y venderlo más o menos rápido; tiene otro tratamiento diferente al de la bota, y sirve para almacenar otros líquidos como agua o aceite, a parte del buen vino. Sabían que los artesanos pellejeros siempre compraban las pieles en nuestra tierra; donde llegó a haber más de 25 fábricas de curtidos; el frío de nuestra tierra hacía que las pieles fueran más fuertes y con mayor dureza.


En 1906 en la estación del norte, pellejos de vino a tutiplén.
Las pieles, preferentemente de macho cabrío, eran las que más se utilizaban, ya que tiene mayor consistencia y tamaño de piel o "casco" que la de la cabra, más fina y pequeña. El peso idóneo del ejemplar oscilaba entre los 30-35 kilos, que supone una capacidad de uso de alrededor de 80 litros. Después de despellejar y quitar carne y pelo, se curten y se cosen; y para las demás aberturas, como el ombligo, turmas, etc., se cierran con "botanas", piezas de madera de roble, planas y de forma tronco-cónica con una acanaladura en el borde para facilitar su atado a la piel por la parte del pelo con hilo de cáñamo.


Cargando los pellejos de vino en la bodega.
La comercialización del vino se realizaba antes casi exclusivamente con pellejos; era similar a lo que hoy sucede con las bombonas de butano; un establecimiento se abonaba y se le llevaba un pellejo de vino lleno, y cuando lo tenían vacío se cambiaba por otro; incluso el pellejo se usaba directamente en el despacho de vinos. Hoy, con el cristal y los camiones cisternas, esta profesión tan tradicional e importante en su día, ha perdido la importancia que tenía en otros tiempos. De estos odres o pellejos saben mucho por la montaña leonesa.
Botas de vino en una tienda de pueblo.
La Bota de vino en “El Quijote”"...Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco...".
Don Quijote sueña que se halla en batalla con un
Gigante y rompe unos pellejos de vino.
En este apartado especial, queremos hacer un pequeño recordatorio a unos de los artesanos maestros de la botería afincados en Mansilla de las Mulas desde el año 1903; se trata de aquellos nobles, trabajadores y muy buenas personas, Pedro Llamazares, natural de Villafeliz de la Sobarriba, y de Baltasara García, natural de Robles de la Valcueva; matrimonio feliz y que empezaron con la pequeña fábrica de botas y pellejos para vinos; para más adelante y a base de mucho esfuerzo y trabajo, abrieron la tienda de vinos, ultramarinos, y casa de comidas más conocida con el nombre de “Las Boteras” en honor a su trabajo artesano; en su fábrica se hacía todo el proceso, desde cortar el pelo de las pieles, hasta hacer la pez en aquellas calderas de cobre. Tuvieron quince hijos, y según iban creciendo, los más mayores fueron aprendiendo el noble oficio de boteros. Justi, Tino, Esteban y Andrés, fueron los que más ayudaron en la empresa familiar, quedándose luego con la tienda dos de las hijas del matrimonio. Eran tan buenas sus botas y odres para vinos, que las vendían por toda España, y sobre todo para la montaña leonesa, y la cercana Asturias. ¡No hablemos mal de nadie, que somos de carne humana…que no hay pellejo en el mundo, que no tenga una botana!; una de las celebres frases de Pedro “El botero”. Toda esta pequeña historia nos la cuenta uno de los nietos nacido aquí en Mansilla, y que ha sido uno de los comerciantes pescaderos de la Villa hasta su jubilación; se trata de Valeriano Laez Llamazares (Nanín). La memoria de las cosas y de la vida sigue gracias a hombres como Valeriano.


Pedro Llamazares y Baltasara García,
los dos maestros boteros para vinos desde 1903,
afincados en Mansilla de las Mulas.
Fachada de la tienda de Vinos, Ultramarinos y Casa de comidas
de Pedro y Baltasara en Mansilla de las Mulas.
En la parte de atrás, estaba la fábrica de botas y odres para vino.

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