“Cuando el tabernero vende la bota, o sabe
a pez o está rota”
Autor: Toño
Morala
Esto no es ninguna suerte… la
inteligencia natural de los ancestros, era mucho mayor y más resolutiva de lo
que ahora algunos pensamos… hay que diferenciar entre los que bebían o beben a
bota y pellejo de vino, y los otros. De todas las maneras, que no nos toquen
los tinglados, que por encima de la bota no hay nadie, salvo el espacio que resuelve
una respiración a tiempo.
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Una familia de boteros. |
Todo esto viene a cuento de la bota y pellejo para guarecer el vino;
ese laureado recipiente, en otros tiempos, generalmente hecho de piel de cabra
que sirvió para aquilatar una parte del ser humanitario, que no humano, que
todos y todas llevamos dentro. Ya Keats vislumbró los claretes franceses, lo que
nunca dijo, era que los bebía a bota…
¡manda carajo… un gran poeta como él. Y no se lo perdonamos…faltaría más!
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Transportando en carro los pellejos de vino. |
Ahora toca un punto y aparte;
el pellejo y la bota tienen la palabra…hablad en vuestro nombre, que el
mío…está ausente. Por decir que no quede, pero un buen trago de vino por bota,
se deja besar el vino entre los labios, y no hace falta nada más que
acompañarlo con un buen trozo de chorizo o queso… y de ahí viene uno de
aquellos refranes populares… “A la bota
dale el beso después del queso”…ahí queda eso. O aquel otro refrán que
dice… “Hable mi vecino y tenga mi bota de
vino”.
La historia de la bota se pierde en los tiempos más remotos.
Encontramos testimonios escritos de su existencia ya en la antigua Grecia
(Homero en la Odisea cuando su héroe Ulises emborracha al cíclope Polifemo
dándole vino en odres), en la Biblia (Noé emborrachado por sus hijos), en el
inmortal Quijote de Cervantes (cuando el viejo hidalgo destroza a mandobles y
estocadas los pellejos del ventero) y a lo largo de todo el Siglo de Oro de la
literatura española las referencias se multiplican.
Ligera, flexible, resistente,
respetuosa con el medio ambiente, de fácil trasiego, impermeable, práctica,
higiénica, atractiva, de simple pero perfecto diseño, la bota de vino es, a la vez,
legado de nuestro pasado y un producto libre de los imperativos de la moda que
encandila a quien sabe disfrutar de los placeres básicos de la vida.
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Un maestro artesano de Odres en su fábrica de pellejos para vino y aceite. |
Después de seleccionar y
retirar la piel, se limpia y se curte con tanino
obtenido de la mimosa y otros. Después del curtido del cuero de cabra, se
recubre con brea (el pez) extraída de los árboles de enebro o pino. El tono se
purifica a altas temperaturas y se utiliza para impermeabilizar el cuero en el
interior de la bota. La piel está ligada a una forma con una cuerda hecha de
lino, aunque casi todas las cuerdas utilizadas en la fabricación de la bota de
vino eran de cáñamo hasta 1970. El cosido se realiza con las "tablas", especie de pinzas
de madera de unos 60-70 cm. de longitud, que se usan para pillar y juntar los
bordes de la piel que van a ser cosidos; unidos los bordes, se pone alrededor
de ellos la "trenza"
(trenzado de cuerda fina de cáñamo) que se cose a ambos lados para cerrar las
aberturas. El agujero por donde pasa el cabo de cáñamo torcido se realiza con
las "leznas", herramientas
de madera compuestas por el "macho"
que está provisto de un aguijón y la "hembrilla",
que se ajusta al macho y contiene sebo como lubrificante. El cabo se tensa con
los "palillos de atar",
que son huesos de manilla de cordero o cabrito que han de estar crudos para que
estén duros y se pueda hacer más fuerza con ellos. Una boquilla hecha de resina
prensada se añade para verter y beber.
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Pellejo para vender en la tienda. |
Y hay que cuidarla… una bota de
vino está hecha de material orgánico y, a diferencia de una botella de
plástico, se necesita algo de preparación y mantenimiento por el propietario.
Antes de verter la primera cantidad de vino, la bota debe ser calentada,
frotada, inflada, enjuagada con agua y rellena con vino durante cinco días, que
luego se desecha. Entonces, la bota se puede utilizar para almacenar el vino
para beber.
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Preparando el pellejo, uno de los envases que han servido ancestralmente para el transporte del vino y otros líquidos. |
La avería más frecuente
consiste en el "repelón". ¿Qué
es un "repelón"?
Simplemente consiste en que, al unirse las dos caras interiores de la bota por,
sea cual sea el motivo, y al intentar despegarlas de forma inadecuada, se
produce un arrancamiento de la pez en una de las caras de la bota, o en las
dos, dejando a la misma sin impermeabilizante y, naturalmente, permitiendo la
salida del vino. ¿Cómo se evita? Si por cualquier circunstancia se produce el
hecho de que las caras interiores de la bota se peguen, es fundamental
despegarlas con sumo cuidado, bien calentando la bota hasta que la pez se
ablande lo suficiente para que, soplando despacio por el brocal, la bota se
hinche sin ofrecer resistencia. En caso de dificultad para despegarla pueden
introducir por la parte ancha del brocal agua caliente, la cual producirá el
mismo efecto.
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Dos mozos acarreando el pellejo de vino...y las botanas |
El pellejo (odre); generalmente es de color negro, suave, y con la
forma del animal en cuestión; se usa más para transportar el vino y venderlo
más o menos rápido; tiene otro tratamiento diferente al de la bota, y sirve
para almacenar otros líquidos como agua o aceite, a parte del buen vino. Sabían
que los artesanos pellejeros siempre compraban las pieles en nuestra tierra;
donde llegó a haber más de 25 fábricas
de curtidos; el frío de nuestra tierra hacía que las pieles fueran más
fuertes y con mayor dureza.
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En 1906 en la estación del norte, pellejos de vino a tutiplén. |
Las pieles, preferentemente de
macho cabrío, eran las que más se utilizaban, ya que tiene mayor consistencia y
tamaño de piel o "casco"
que la de la cabra, más fina y pequeña. El peso idóneo del ejemplar oscilaba
entre los 30-35 kilos, que supone una capacidad de uso de alrededor de 80
litros. Después de despellejar y quitar carne y pelo, se curten y se cosen; y
para las demás aberturas, como el ombligo, turmas, etc., se cierran con "botanas", piezas de madera
de roble, planas y de forma tronco-cónica con una acanaladura en el borde para
facilitar su atado a la piel por la parte del pelo con hilo de cáñamo.
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Cargando los pellejos de vino en la bodega. |
La comercialización del vino se realizaba antes casi exclusivamente
con pellejos; era similar a lo que hoy sucede con las bombonas de butano; un
establecimiento se abonaba y se le llevaba un pellejo de vino lleno, y cuando
lo tenían vacío se cambiaba por otro; incluso el pellejo se usaba directamente
en el despacho de vinos. Hoy, con el cristal y los camiones cisternas, esta
profesión tan tradicional e importante en su día, ha perdido la importancia que
tenía en otros tiempos. De estos odres o pellejos saben mucho por la montaña
leonesa.
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Botas de vino en una tienda de pueblo. |
La Bota de vino en “El Quijote”… "...Pero
lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que
cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había
transformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza
podía competir con las cinco...".
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Don Quijote sueña que se halla en batalla con un Gigante y rompe unos pellejos de vino. |
En
este apartado especial, queremos hacer un pequeño recordatorio a
unos de los artesanos maestros de la botería afincados en Mansilla de las Mulas
desde el año 1903; se trata de aquellos nobles, trabajadores y muy buenas
personas, Pedro Llamazares, natural
de Villafeliz de la Sobarriba, y de Baltasara García, natural de Robles de la Valcueva; matrimonio feliz
y que empezaron con la pequeña fábrica de botas y pellejos para vinos; para más
adelante y a base de mucho esfuerzo y trabajo, abrieron la tienda de vinos,
ultramarinos, y casa de comidas más conocida con el nombre de “Las Boteras” en honor a su trabajo
artesano; en su fábrica se hacía todo el proceso, desde cortar el pelo de las
pieles, hasta hacer la pez en aquellas calderas de cobre. Tuvieron quince
hijos, y según iban creciendo, los más mayores fueron aprendiendo el noble
oficio de boteros. Justi, Tino, Esteban y Andrés, fueron los que más ayudaron
en la empresa familiar, quedándose luego con la tienda dos de las hijas del
matrimonio. Eran tan buenas sus botas y odres para vinos, que las vendían por
toda España, y sobre todo para la montaña leonesa, y la cercana Asturias. ¡No hablemos mal de nadie, que somos de
carne humana…que no hay pellejo en el mundo, que no tenga una botana!; una
de las celebres frases de Pedro “El
botero”. Toda esta pequeña historia nos la cuenta uno de los nietos nacido
aquí en Mansilla, y que ha sido uno de los comerciantes pescaderos de la Villa
hasta su jubilación; se trata de Valeriano
Laez Llamazares (Nanín). La memoria de las cosas y de la vida sigue gracias
a hombres como Valeriano.
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Pedro Llamazares y Baltasara García, los dos maestros boteros para vinos desde 1903, afincados en Mansilla de las Mulas. |
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Fachada de la tienda de Vinos, Ultramarinos y Casa de comidas de Pedro y Baltasara en Mansilla de las Mulas. En la parte de atrás, estaba la fábrica de botas y odres para vino. |
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