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domingo, 18 de noviembre de 2018

NOTICIA: Encantado, me llamo Perro Leonés de Pastor


CAMPO. Unos pocos románticos mantienen en León la pureza de un animal inteligente y fiel al ganado y cuyo estándar racial fue aprobado hace unos días por Agricultura.

Dionisio con Mori, una ejemplar de perro leonés de pastor,
junto a su rebaño de ovejas y cabras. | ICAL

Juan López (Ical) | 17/11/2018
lanuevacronica.com
“Vamos Mori, ven perrina”. Dionisio García alerta a su cachorra desde el coche. Se dirige al rebaño de 80 ovejas churras y cabras algarvias y retintas que pastan muy cerca de sus naves, en la localidad leonesa de Mellanzos, junto al río Moro. El joven e inteligente animal no duda en hacer caso a quien la mima, la enseña, la da de comer… El can está aprendiendo su oficio: guiar el ganado como buen carea, su función. Es un Perro Leonés de Pastor, raza que recientemente recibió la aprobación de su estándar racial por parte de la Consejería de Agricultura y Ganadería, que implica la reglamentación específica del libro genealógico de esta raza.

Junto a ‘Perla’, su madre, estos perros exhiben una pureza que unos pocos románticos trabajan por no dejar perder en la provincia de León, aunque se conocen pequeños “reductos, pero fuertes”, en Zamora, Palencia y Valladolid. El secretario de la Asociación de Criadores del Perro Leonés de Pastor (ACPLP), Juan José del Cano, relata que una raza “internacional y cosmopolita debe tener una morfología y vista exterior atractiva a todo el mundo”. Por ello, en mayo de 2017 se asignó la llevanza del Libro Genealógico a esta organización, que da sus primeros pasos con el estándar racial, que detalla sus características morfológicas.

Actualmente, una docena de románticos mantiene el núcleo fundacional de esta Asociación, a los que se suma “una serie de amigos” criadores con al menos un perro. En total, unos 60 que trabajan e investigan acerca de un animal que se incorporó al catálogo de razas puras caninas españolas en 2016. Con ello, se creó la Comisión de Admisión, cuya finalidad es la salvaguarda de las actividades del Libro Genealógico para que se garantice la pureza racial de los inscritos, y se define cómo deben estar identificados los animales y los requisitos para que las camadas puedan ser registradas en el momento de los nacimientos.

Hasta el momento, este año se contabiliza alrededor de un centenar de perros, pero del Cano, veterinario de profesión, vaticina que en el primer semestre de 2019 se alcancen los 250 tipificados. Para ese trabajo se tendrá en cuenta una gran parte de la provincia leonesa, el norte y oeste de Zamora, el tercio norte de Palencia y la Tierra de Campos vallisoletana. “No se trata de una población en sábana, sino que son nichos puntuales, pero lugares, interesantes”, sentencia del Cano, quien espera que la Asociación sirva como “efecto llamada” para que los propietarios se animen a asociarse e inscribir a sus perros.

Un reconocimiento anhelado
Es el sueño de Amadeo Alejandre, quien convaleciente no pudo participar en este reportaje. Cría estos perros desde los años 70. De sus manos han salido miles de estos animales en estas décadas, con el único objetivo de mantener la pureza de la raza frente a mezclas que difuminan el caudal genético. Todo desde una inversión particular. Se puede decir que ha devuelto a este perro al protagonismo que habría perdido el siglo pasado. De hecho, hay constancia, a través de documentos fotográficos, de su presencia en esta Comunidad antes de los años 60.
La raza determina un perro de campo, integrado tradicionalmente en el régimen extensivo del ganado ovino. El ganadero Dionisio García desliza que es “de fuerte temperamento, duro, y que interpreta las señales del pastor con suma facilidad”. De hecho, como demostró la cachorra ‘Mori’, su predisposición para el aprendizaje y su rusticidad hacen que en manos del pastor formen un binomio muy interesante para el manejo de los rebaños de ovino de Castilla y León. Entre los perros con más presencia del Leonés de Pastor están los negros y los pintos, también denominados ‘arlequinados’. Y llaman la atención aquellos que poseen la característica de la heterocromía, con un ojo de cada color.


Tanto ‘Perla’ como ‘Pinche’, el macho que cría ‘Nisi’, como le conocen en la comarca, ya han obtenido diferentes premios en los concursos que evalúan el genotipo y fenotipo de estos perros. De hecho, ‘Pinche’ es “muy presumido, es bueno para esos campeonatos; parece que sabe a lo que va”, ríe. “Me gustan estos perros. Intento mantener la raza desde que murió mi padre hace 20 años, que ya los tenía con las ovejas. Los quiero mucho y trabajan muy bien; haga frío o un calor de 40 grados no se mueven del entorno de las ovejas”, subraya.

domingo, 16 de julio de 2017

Noticias: Olvidadas roperías



Las roperías, hoy olvidadas, fueron un elemento fundamental en los tiempos de esplendor de la trashumancia y los rebaños de ovejas, en ellas se hacía posible toda la intendencia, desde hacer el pan , guardar la hierba y enseres... vivir

| MAURICIO PEÑA
Fulgencio Fernández | 16/07/2017
lanuevacronica
  La cabaña real de El Escorial era la propietaria de la \"señorial\" roperíade
 Truébano de Babia que ahora es de un particular. 
En la temporada coincidían varios roperos. Así, que me vengan a la mente ahora, recuerdo a dos que eran de Tejerina, otro de Prioro, y a Faustino, que estuvo varios años y era de Remolina. Además, mi marido estaba allí siempre que hacía falta. Hacía las labores de ayudante del ropero. Debía presentarse los días que se amasaba y cocía el pan. Y la única paga que recibía por ello era un mollete. Por tanto, existía un cargo que pudiéramos llamarle ropero mayor, que sería el encargado directo de fabricar el pan, repartirlo y ocuparse de toda la intendencia de los pastores del rebaño. Y otra función sería la del ropero ayudante, que era mi marido, que sólo atendía el horno durante el verano». La explicación de la mujer del ropero ayudante de Retuerto (seguramente la única que queda en la provincia como tal, con ese nombre) nos da una idea de la importancia de estos edificios que estuvieron sembrados por todas las montañas que recibían sobre todo rebaños trashumantes.

          Parece simple pero abundando en las explicaciones se recuerda que esta de Retuerto (Valdeburón) era la ropería ‘central’ de las cabañas ganaderas de Rojas, la famosa Condesa de Bornos. Esta importante ganadera alquilaba hasta las décadas centrales del pasado siglo más de quince puertos y cuarenta majadas por lo que, explica la buena mujer, «igual se juntaban más de cien pastores que trabajaban para la condesa. Por tanto, el ropero no se aburría al tener que dar de comer a tanto personal». El testimonio de esta mujer de Retuerto está recogido en el libro de vivencias de pastores ‘Las palabras de la soledad’, de Enrique Valdeón, Carlos Martínez Mancebo y José Manuel Regalado.

          Es muy apropiada la descripción de la ropería y los recuerdos de la de Retuerto por ser, por una parte, la que aún permanece aunque sin actividad y, por otra, por haber sido una de las más importantes en una de las comarcas por excelencia de la ganadería de ovino, Valdeburón. La otra sería Babia, también con varios edificios similares al de Retuerto. Las explicaciones de la mujer nos llevan a otros usos de la ropería, al margen de vivir allí el ropero: Tenían allí su dormitorio, un cuarto con una cama. En la misma parte derecha hay un almacén para la harina y también se guardaba la masera y el cedazo para cerner la harina, que se traía desde Tierra de Campos en carros tirados por vacas. El horno estaba nada más entrar a mano derecha», en lo referente al pan. «A mano izquierda se guardaba la sal y cosas de los chozos: cencerros, avíos de las merinas y otras cosas que no se llevaban a los puertos. En la parte alta estaba la tenada para guardar la hierba, pues a las yeguas, que servían para transportar el pan hasta los puertos, había que darles algo de comer. En general bajaban los motriles, haciendo el viaje de ida y el de vuelta en el mismo día».

          Ya está hecho el dibujo de la ropería tipo y los oficios que acarreaba, pero de la importancia de las mismas puede dar otro dato interesante lo que parece una anécdota: «A veces, si el ropero era aparente y tenía ganas de juerga, la cocina servía como lugar de reunión, a modo de hila, y allí acudían los mozos y gentes del pueblo». 

          Señala el experto en ganadería ovina y rebaños Manuel Rodríguez Pascual que las roperías son «ejemplos de una muy interesante serie de edificios que fueron propiedad de grandes ganaderos o instituciones». El propio Jovellanos, en 1792, recogía muchas en sus escritos (aunque confundió a los propietarios de las de Truébano y Quintanilla): «En Babia se apacientan en verano como trescientas mil cabezas de ganado merino, y son del Paular, Guadalupe, Perella, Escorial, Salazar, Sesma, Dusmet, Albas de Salamanca, Muro (Someruelos), Ondátegui (Hospital de Segovia). El Paular tiene su ropería en Truébano, El Escorial en Quintanilla, Guadalupe en Beberino, Sesma en Riolago y Salazar y Ondátegui allí. Fernández Nuñez, en la Mesa, Infantado en Torrestío, Negrete en Valdeburón». A ellas habría que añadir las de la montaña de Riaño, pues el Marqués de Perales tenía en Las Salas, hoy viviendas familiares, y en la comarca de Gordón se conserva la de Beberino, perteneciente al monasterio de Guadalupe, como ‘delata’ un retrato de la Virgen Morena de Guadalupe que se conserva en la fachada de la parte de la ropería que aún se conserva. Estos monjes Jerónimos parece que alquilaban la mayor parte de los puertos de la cercana Tercia. Ya en la ribera del Torío, al lado del puente medieval de Serrilla, podemos ver un centro de turismo rural bautizado como lanuevacronica., rehecho hace pocas décadas. 

          Una más que interesante serie de edificios (hay bastantes más) que nos recuerdan mejores tiempos para lo que fue un motor de nuestra economía, la ganadería ovina.

viernes, 2 de junio de 2017

NOTICIA: Las olvidadas vacas de montaña

Las vacas de la montaña leonesa son los animales que forman parte más clara de nuestros recuerdos rurales y, sobre todo, de nuestra supervivencia, pese al olvido que soportan.




Toño Morala | 29/05/2017
La semana pasada cerramos los prados con sebes, piedra… y portilleras… Hoy vamos a intentar meter las vacas, las nuestras, las de aquí. Aún andan por la memoria aquellas vacas de trabajo pequeñas y casi sin carnes prietas, uncidas y tirando tanto de maquinaria agrícola, como del carro para ayudar en las tareas del campo. Aún andan aquellas imágenes por el recuerdo, de vacas pastando tranquilas y tediosas comiendo la hierba rica de pastizales y sotos. Y si apuro algo, aún queda en la retina, aquellas mujeres ordeñando las vacas para múltiples apaños… y sin apurar nada, aún tengo en el paladar la rica leche pura de vaca del pueblo, como aquella nata untada en el pan de todos los días… y aquel queso casi fresco, y el sabor de aquella manteca amarilla tan rica en la rebanada de pan y esparcida un poco de azúcar por encima. La mala leche se ha instalado en la vida y, casi siempre pagan el pato los de siempre. No me voy a poner muy crítico con lo ya sabido, pero resuena en mi mente aquello de… «de aquellos polvos, vienen estos lodos»; y más que escribir sobre la queja, que también, cabe la propuesta de pensar que entre todos las abandonaron, y ahora se masca aquel olvido y aquellas renuncias. Si levantaran la cabeza los abuelos y bisabuelos, aquellos que tanto tiraron por todo y vieran cómo andan hoy las cosas de las vacas… seguro que a más de uno se le caería la cara de vergüenza de haber sido parte de este desaguisado lecheril y vacuno, y a más de uno habría que ponerle a ordeñar a mano a estas grandes vacas lecheras que tanta leche dan. Seguro se cagaría en los míos, pero da lo mismo, a estas alturas de la vida… lo dejamos de momento aquí. Sí, hoy vamos a escribir sobre aquellas vacas de antaño que tanto ayudaron en todos los órdenes a la subsistencia… y que además, muchos estamos aquí para contarlo.

Este recuerdo a modo de homenaje a aquellas vaquerías, vacas, paisanas y paisanos, así como a las praderías y su rico pasto; a todos ellos, les debemos una gran parte de la supervivencia, así como, además, una impronta llena de imágenes que van desde la paisana que pastoreaba a una vaquina por el ramal por cunetas y pequeños prados, como a aquellos otros que con la gorra calada y sabia, dominaban las estaciones para llevar a buen término las tareas de aquellas pequeñas explotaciones. Vacas hay de muchas razas; la mantequera leonesa, así como la gochona entelarada asturleonesa, son parte de nuestra historia… esta segunda raza vacuna autóctona de la frontera entre Asturias y León, de tipo ambiental y de montaña, pues se sitúa en los Picos de Europa. Esta raza tiene un pelaje variable del rubio al retinto, y un peso de entre 400 y 500 kilos en los machos o toros. Puede presentar manchas cárdenas en el vientre, y en los cabos y extremos. Se utiliza para la producción de carne magra, pues engrasa con dificultad, debido a su naturaleza rústica. En la actualidad tiene serios problemas de conservación. La raza es un residuo del choque de los troncos rubio y castaño europeo en la península producido por la extinta mantequera de León y la raza asturiana, en concreto con la variedad Asturiana de la montaña. Al igual que sus antecesoras, su utilidad como animal rústico era el trabajo, y por eso está en retroceso, con un censo muy pequeño en León y enAsturias. Los gobiernos de ambas provincias están colaborando en programas de protección de la raza, que se recupera lentamente.

La mantequera leonesa es una raza autóctona de la provincia de León… Era una raza de tamaño medio, cuernos en lira baja con pitones negros, abundante papada, dorso ensillado… La verdadera vaca leonesa por descontado. Pertenecía al tronco castaño ibérico, así que tenía el mismo origen que las razas vecinas asturianas (carreña y casina), gallegas (limiá, vianesa, caldelá y frieresa), zamoranas (alistanas y sanabresas) o del norte de Portugal (mirandesa, cachena, etc.) y de un aspecto similar (roja con degradaciones negras en los cabos). Como el resto de animales antiguos, era una vaca rústica, adaptada a la tierra y polivalente, daba poca leche comparada con razas especializadas actuales, pero con mucha más grasa y proteínas. El nombre de “mantequera” le viene por alcanzar porcentajes de grasa del doble o triple que las actuales, ideales para fabricar mantequilla. Fue desapareciendo gradualmente con la introducción de razas extranjeras más productivas desde los años 50, especialmente por absorción con la parda de montaña. Según el historiador Sánchez Albornoz; de ella, destaca que el texto más antiguo que se menciona la manteca en la zona de León es del siglo XII, manteniéndose esta tradición mantequera hasta el siglo XX. Dos son los factores que propiciaron esta especialización, la existencia de una vaca autóctona, la Mantequera Leonesa, que producía una leche con un alto contenido graso (hasta un 10-11%) y la presencia de grandes superficies de pastos en la montaña de excelente calidad, sobre todo en las comarcas de Laciana, Babia y Riaño, donde estas industrias tuvieron mayor arraigo. A esto se unió la creación en 1888 en Villablino de una Escuela de Industrias Lácticas (la primera en España de estas características) que contribuiría de forma decisiva al fomento de las modernas técnicas de fabricación de queso y mantequilla entre sus alumnos. Algunos de ellos como es el caso de Marcelino Rubio -creador de las conocidas Mantequerías Leonesas- o Manuel García Lorenzana fundarían posteriormente, importantes industrias mantequeras, que producían una mantequilla muy apreciada en Madrid y Barcelona. La mecanización del campo y la mezcla de razas para potenciar la aptitud lechera o cárnica, hicieron desaparecer a razas como la Mantequera Leonesa de la que no se tiene constancia desde hace más de 30 años, perdiendo una de las principales materias primas de la mejor mantequilla conocida. Entre las razas autóctonas que señorearon los pastos sajambriegos hace más de 200 y de 300 años debió hallarse la vaca casina o Asturiana de Montaña, pero quizás también la Mantequera Leonesa y quién sabe si alguna otra raza. Desde luego, la abundante producción de manteca a la que se dedicaban los sajambriegos en el siglo XVII, exportando carros enteros que vendían en las ferias de la Meseta, así como la alta calidad y fama que llegaron a adquirir tales productos, debieron estar favorecidas por el uso de una leche rica en grasa, que era lo que distinguía a la Mantequera Leonesa. 

Hasta principios del siglo XX, el vacuno que abundó en la mayoría de comarcas de León era el llamado «ganado del país» caracterizado por su rusticidad y adaptación al medio -especialmente a un régimen alimenticio abundante durante el verano y restricciones durante el invierno-, y por su triple aptitud: carne-leche-trabajo. Las vacas Omañesas de hace un siglo eran, en su mayoría, de la raza mantequera leonesa, una raza autóctona que se podía encontrar sobre todo en la Omaña Alta y comarcas limítrofes. Era una raza de gran fuerza y potencia física, que no daba mucha leche, pero sí de gran calidad. El veterinario de Riello, Don José María Hidalgo Chapado, que atendió la zona de la Lomba, Riello y Valdesamario entre 1953 y 1960, aseguraba que en la leche de estas vacas había hasta un 9% de grasa. Este veterinario, que fue muy querido en la comarca, luchó mucho para que esta raza no desapareciera. Hoy en día se considera prácticamente desaparecida la mantequera leonesa por la absorción por la Parda Alpina, de forma que únicamente quedan mestizos, con mayor o menor porcentaje de sangre Mantequera, en Murias de Paredes, Villablino, Riaño, etc. Y coincidencias de la vida en el tiempo… «La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir». Miguel de Unamuno (1913) ‘Del sentimiento trágico de la vida’. No hay nada más que contar al respecto.