…LOS BARREÑOS, AQUEL
JABÓN DE LA ABUELA, EL BALDE DE ZINC, EL CHAMPÚ SINDO…EL AFEITADO, LOS BIGUDÍES…
EL ESTROPAJO DE ESPARTO…
AUTOR: TOÑO MORALA.
Menudo jabón escribir hoy sobre el aseo personal en aquellos años de
posguerra y siguientes, hasta que llegó el agua y el desagüe a los pueblos
sobre todo. En villas y ciudades el agua salía por el grifo, y había retretes;
pero en muchas casas y pisos viejos, bañera… nada de nada… a bañarse en barreño
o balde o en la pila fregadero de obra, y si había lavabo, pues a tirar de él
para el aseo; y casi siempre en la cocina que estaba calentina; bien con la
hornilla, la glorieta, o la cocina de carbón y leña.
Historias para contar hay tantas como
casas había en nuestros pueblos y ciudades sin cuarto de baño. Y ahí las madres
y abuelas sí que no andaban con tonterías… si éramos tres hermanos pequeños,
pues nos bañaban en el balde de Zinc en
un pispás; uno detrás de otro, en cadena y rápido para no pasar frío, luego
nos secaban, nos ponían la leche migada… y a la cama calentada con ladrillo
envuelto en papel de periódico a los pies. La de letras que leyeron algunos
pies, jejeje.
En aquellos baldes de Zinc, era lo que había… y de maravilla. |
El asunto no iría a más, si la
memoria no nos hiciera recordar estas cosas tan habituales en la vida. Lo que
nunca he comprendido muy bien, era la manía de las madres de meterle al estropajo de esparto, y venga a
refregar todo el cuerpo con él y el jabón, pero y, sobre todo, detrás de las
orejas, que nos las dejaban rojas y en carne viva; qué habría detrás de las
orejas, me pregunto yo ahora.
Algunos estropajos de esparto ya venían esterilizados… y biodegradables… ¡Cómo dejaban las orejas… como una patena… y en carne viva! |
Aquel jabón chimbo, lagarto, o el fabricado en las casas con sosa, agua, jaboncillo y grasas varias;
aquel sí que era bueno, ni caspa, ni problemas con la piel… no dejaba rastro de
porquería ni nada parecido. Algunos cuando llegaba el sábado, huían como podían para zafarse del bañarse,
pero la escoba de la madre o la zapatilla te hacía volver a la cocina y sin
rechistar, y encima con lágrimas en los ojos y las piernas y el culo calientes.
Con el paso del tiempo, la cuestión
se fue modernizando, y allá por principios de los años setenta, la mayoría de
pueblos ya tenían agua y desagüe, y
de esa manera, se fueron acoplando cuartos de baño, bien dentro de las casas, o
afuera; se hacía un añadido en el corral a un lado de la casa y punto. Luego
paso a contarles anécdotas de estas novísimas construcciones, y que muchos
abuelos y abuelas ni siquiera estrenaron.
Aquel jabón Lagarto... |
Palangana con su palanganero, espejo y jarra… |
Un buen espejo… y a afeitarse…
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El aseo de las mujeres en aquellos años, y tan pudorosas… pues estaba
claro, aprovechaban la salida de los hombres a las labores del campo o al
trabajo; los chavales a la escuela o a la era… y ellas en las cocinas, o las
habitaciones con sus potingues, barreños, algunos jabones de olor para fiestas
y celebraciones, y aquí paz y mañana será otro día.
El escritor Sandor Marai, nacido en 1900 en una familia rica del Imperio Austrohúngaro, cuenta en su libro de memorias “Confesiones de un Burgués” que durante su infancia existía la creencia de que “lavarse o bañarse mucho resultaba dañino, puesto que los niños se volvían blandos”. Por entonces, la bañera era un objeto más o menos decorativo que se usaba “para guardar trastos y que recobraba su función original un día al año, el de San Silvestre. Los miembros de la burguesía de fines del siglo XIX sólo se bañaban cuando estaban enfermos o iban a contraer matrimonio”. Esta mentalidad que hoy resulta impensable, era habitual hasta hace poco. Es más, si viviéramos en el siglo XVIII, nos bañaríamos una sola vez en la vida, nos empolvaríamos los cabellos en lugar de lavarlos con agua y champú, y tendríamos que dar saltos para no pisar los excrementos esparcidos por las calles.
Conscientes de la necesidad de cuidar el cuerpo, los romanos pasaban mucho tiempo en las termas colectivas bajo los auspicios de la diosa Higiea, protectora de la salud, de cuyo nombre deriva la palabra higiene. Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos se convirtieron en centros de la vida social, y pervivió durante la Edad Media. En las ciudades medievales, los hombres se bañaban con asiduidad y hacían sus necesidades en las letrinas públicas, vestigios de la época romana, o en el orinal, otro invento romano de uso privado; y las mujeres se bañaban y perfumaban, se arreglaban el cabello y frecuentaban las lavanderías. Lo que no estaba tan limpio era la calle, dado que los residuos y las aguas servidas se tiraban por la ventana a la voz de “agua va…”, lo cual obligaba a caminar mirando hacia arriba.
Poniendo los bigudíes |
El escritor Sandor Marai, nacido en 1900 en una familia rica del Imperio Austrohúngaro, cuenta en su libro de memorias “Confesiones de un Burgués” que durante su infancia existía la creencia de que “lavarse o bañarse mucho resultaba dañino, puesto que los niños se volvían blandos”. Por entonces, la bañera era un objeto más o menos decorativo que se usaba “para guardar trastos y que recobraba su función original un día al año, el de San Silvestre. Los miembros de la burguesía de fines del siglo XIX sólo se bañaban cuando estaban enfermos o iban a contraer matrimonio”. Esta mentalidad que hoy resulta impensable, era habitual hasta hace poco. Es más, si viviéramos en el siglo XVIII, nos bañaríamos una sola vez en la vida, nos empolvaríamos los cabellos en lugar de lavarlos con agua y champú, y tendríamos que dar saltos para no pisar los excrementos esparcidos por las calles.
El barbero siempre tenía clientes. |
Conscientes de la necesidad de cuidar el cuerpo, los romanos pasaban mucho tiempo en las termas colectivas bajo los auspicios de la diosa Higiea, protectora de la salud, de cuyo nombre deriva la palabra higiene. Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos se convirtieron en centros de la vida social, y pervivió durante la Edad Media. En las ciudades medievales, los hombres se bañaban con asiduidad y hacían sus necesidades en las letrinas públicas, vestigios de la época romana, o en el orinal, otro invento romano de uso privado; y las mujeres se bañaban y perfumaban, se arreglaban el cabello y frecuentaban las lavanderías. Lo que no estaba tan limpio era la calle, dado que los residuos y las aguas servidas se tiraban por la ventana a la voz de “agua va…”, lo cual obligaba a caminar mirando hacia arriba.
El de las abuelas y
madres,
hecho en casa con sosa, agua,
jaboncillo y aceite de grasas varias.
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Aquel champú Sindo
en
rombos de Huevo, Brea, Lavanda…
la de espuma que sacaban...
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La económica, el calderín, el tanque, el pilón de obra… y a bañarse, era sábado. |
Otra anécdota es la de un pariente que también hizo lo mismo en el pueblo; pero este sí usaba la bañera… llegó el hijo, y riéndose dijo: “Lo de mi padre es mucho, se está bañando en la bañera y tiene los pies y piernas donde hay que sentarse…”. Cada uno usa la bañera como le da la gana, faltaría más. Hablando estos días con las buenas gentes, me comenta Miguel, el veterinario, que cuando se puso a trabajar por esas zonas dejadas de la mano del diablo, fue a asistir a un parto retorcido de una vaca, y cuando terminó le dijo la señora de la casa que fuera a lavarse al cuarto de baño… y le soltó… “¡Está sin estrenar, gracias a dios, nadie en la casa se ha puesto enfermo!”, y así se escribe una pequeña parte de la historia de la higiene personal.
Los primeros champús
de L’Oreal, la marca francesa.
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Para otro día escribiremos sobre las colonias y otros añadidos… La bañera más famosa de la antigüedad fue la del sabio Arquímedes. Anécdota, leyenda o realidad, lo cierto es que algún tipo de recipiente (fuera tina, barreño o bañera) resultó ser clave para descubrir y enunciar la 'ley' física conocida como principio de Arquímedes.
Ha sido para mi un verdadero placer, descubrir ésta página del Museo etnográfico de Mansilla. Prometo ser fiel seguidora. Gracias por tan entrañable trabajo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Le agradecemos su comentario.
ResponderEliminarMe ha encantado volver a aquella época, al menos en parte.
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