domingo, 25 de marzo de 2018

COLABORACIÓN: EL ASEO PERSONAL EN AQUELLOS AÑOS…

…LOS BARREÑOS, AQUEL JABÓN DE LA ABUELA, EL BALDE DE ZINC, EL CHAMPÚ SINDO…EL AFEITADO, LOS BIGUDÍES… EL ESTROPAJO DE ESPARTO…

AUTOR: TOÑO MORALA.

Menudo jabón escribir hoy sobre el aseo personal en aquellos años de posguerra y siguientes, hasta que llegó el agua y el desagüe a los pueblos sobre todo. En villas y ciudades el agua salía por el grifo, y había retretes; pero en muchas casas y pisos viejos, bañera… nada de nada… a bañarse en barreño o balde o en la pila fregadero de obra, y si había lavabo, pues a tirar de él para el aseo; y casi siempre en la cocina que estaba calentina; bien con la hornilla, la glorieta, o la cocina de carbón y leña.

Historias para contar hay tantas como casas había en nuestros pueblos y ciudades sin cuarto de baño. Y ahí las madres y abuelas sí que no andaban con tonterías… si éramos tres hermanos pequeños, pues nos bañaban en el balde de Zinc en un pispás; uno detrás de otro, en cadena y rápido para no pasar frío, luego nos secaban, nos ponían la leche migada… y a la cama calentada con ladrillo envuelto en papel de periódico a los pies. La de letras que leyeron algunos pies, jejeje.

En aquellos baldes de Zinc, era lo que había… y de maravilla.

El asunto no iría a más, si la memoria no nos hiciera recordar estas cosas tan habituales en la vida. Lo que nunca he comprendido muy bien, era la manía de las madres de meterle al estropajo de esparto, y venga a refregar todo el cuerpo con él y el jabón, pero y, sobre todo, detrás de las orejas, que nos las dejaban rojas y en carne viva; qué habría detrás de las orejas, me pregunto yo ahora.

Algunos estropajos de esparto ya venían esterilizados… y biodegradables…
¡Cómo dejaban las orejas… como una patena… y en carne viva!

Aquel jabón chimbo, lagarto, o el fabricado en las casas con sosa, agua, jaboncillo y grasas varias; aquel sí que era bueno, ni caspa, ni problemas con la piel… no dejaba rastro de porquería ni nada parecido. Algunos cuando llegaba el sábado, huían como podían para zafarse del bañarse, pero la escoba de la madre o la zapatilla te hacía volver a la cocina y sin rechistar, y encima con lágrimas en los ojos y las piernas y el culo calientes. 

Aquel jabón Lagarto...
Con el paso del tiempo, la cuestión se fue modernizando, y allá por principios de los años setenta, la mayoría de pueblos ya tenían agua y desagüe, y de esa manera, se fueron acoplando cuartos de baño, bien dentro de las casas, o afuera; se hacía un añadido en el corral a un lado de la casa y punto. Luego paso a contarles anécdotas de estas novísimas construcciones, y que muchos abuelos y abuelas ni siquiera estrenaron.

Palangana con su palanganero,
espejo y jarra…
Pero sigamos con la memoria del aseo corporal, que la cosa estaba limpia de narices. Se acordarán de aquellos primeros champús; hacían tanta espuma, que a veces era necesario un carro de calderos para poder aclarar el pelo, y no digamos el de las mujeres; aunque también algunos teníamos melena. Primero había que sacar del pozo o ir al caño en busca de agua con la carretilla y las cántaras, luego poner a calentar el agua en aquellas potas gigantes sobre las trébedes. Salir al corral y hacer allí toda la operación con las palanganas y demás; era un rito que casi siempre era de la misma manera. En los portalones, los abuelos y padres tenían una palangana con palanganero de metal, un espejo colgado en la pared… y allí les vieras tirando de jabón de afeitar, la maquinilla de hoja acanalada Gillette, y aquellas caras que ponían para afeitarse, que más que un poema… eran caras cómicas; era conveniente disponer de una piedra de alumbre que servía tanto para afinar la cara, purificándola y cerrando poros y cualquier microcorte… el agua al muladar… y tarea hecha.


Un  buen espejo… y a afeitarse…

El aseo de las mujeres en aquellos años, y tan pudorosas… pues estaba claro, aprovechaban la salida de los hombres a las labores del campo o al trabajo; los chavales a la escuela o a la era… y ellas en las cocinas, o las habitaciones con sus potingues, barreños, algunos jabones de olor para fiestas y celebraciones, y aquí paz y mañana será otro día.

Poniendo los bigudíes

El escritor Sandor Marai, nacido en 1900 en una familia rica del Imperio Austrohúngaro, cuenta en su libro de memorias “Confesiones de un Burgués” que durante su infancia existía la creencia de que “lavarse o bañarse mucho resultaba dañino, puesto que los niños se volvían blandos”. Por entonces, la bañera era un objeto más o menos decorativo que se usaba “para guardar trastos y que recobraba su función original un día al año, el de San Silvestre. Los miembros de la burguesía de fines del siglo XIX sólo se bañaban cuando estaban enfermos o iban a contraer matrimonio”. Esta mentalidad que hoy resulta impensable, era habitual hasta hace poco. Es más, si viviéramos en el siglo XVIII, nos bañaríamos una sola vez en la vida, nos empolvaríamos los cabellos en lugar de lavarlos con agua y champú, y tendríamos que dar saltos para no pisar los excrementos esparcidos por las calles.

El barbero siempre tenía clientes.

Conscientes de la necesidad de cuidar el cuerpo, los romanos pasaban mucho tiempo en las termas colectivas bajo los auspicios de la diosa Higiea, protectora de la salud, de cuyo nombre deriva la palabra higiene. Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos se convirtieron en centros de la vida social, y pervivió durante la Edad Media. En las ciudades medievales, los hombres se bañaban con asiduidad y hacían sus necesidades en las letrinas públicas, vestigios de la época romana, o en el orinal, otro invento romano de uso privado; y las mujeres se bañaban y perfumaban, se arreglaban el cabello y frecuentaban las lavanderías. Lo que no estaba tan limpio era la calle, dado que los residuos y las aguas servidas se tiraban por la ventana a la voz de “agua va…”, lo cual obligaba a caminar mirando hacia arriba.

El de las abuelas y madres, 
hecho en casa con sosa, agua, 
jaboncillo  y aceite de grasas varias.
Sin agua, obviamente no existe la higiene; uno de los productos estrella es el jabón; el producto más básico para limpiarnos arrancó de los hititas y los sumerios hace cuatro milenios, aunque su preparación por la mezcla de grasa o sebo animal con agua y cenizas con un alto porcentaje de potasa se localiza en Fenicia hacia el año 600 a. de C. La pastilla cremosa que hoy conocemos data de 1879 y es obra del americano Procter y de su primo el químico Gamble. Y lo del champú… Para eliminar del pelo el sebo natural del cuero cabelludo, en Egipto se lavaban con agua y zumo de limón. No obstante, cada peluquero guardaba en celoso secreto su propia fórmula, costumbre que imperó en los salones de belleza hasta que los alemanes descubrieron en 1890 los detergentes en que se basaron los champús.

Aquel champú Sindo 
en rombos de Huevo, Brea, Lavanda… 
la de espuma que sacaban...
Y volviendo a la tierruca, ahora les comento lo de los cuartos de baño de los pueblos. En el mío el agua y desagüe llegó a principios de los años setenta; además  hizo la obra el cura de Marne José María Martínez que era electricista y fontanero también; en ese tiempo todos estábamos en la emigración; la idea fue terrible; llegaron mis tíos de Francia y mi madre, traían algunas perras, y no se les ocurrió otra cosa que mentarle al abuelo lo de hacer un baño añadido en el corral; el hombre me miró largo, era un paisano muy célebre… quitó la estaca de la boca y dijo, “haced lo que queráis…”; vino el albañil, hizo la obra, incluso con calentador de butano con la bombona afuera… y como dios. El abuelo falleció en el 82 y jamás entró en el baño, y como él, imagino que muchos.

La económica, el calderín, el tanque, el pilón de obra…
y a bañarse, era sábado.

Otra anécdota es la de un pariente que también hizo lo mismo en el pueblo; pero este sí usaba la bañera… llegó el hijo, y riéndose dijo: “Lo de mi padre es mucho, se está bañando en la bañera y tiene los pies y piernas donde hay que sentarse…”. Cada uno usa la bañera como le da la gana, faltaría más. Hablando estos días con las buenas gentes, me comenta Miguel, el veterinario, que cuando se puso a trabajar por esas zonas dejadas de la mano del diablo, fue a asistir a un parto retorcido de una vaca, y cuando terminó le dijo la señora de la casa que fuera a lavarse al cuarto de baño… y le soltó… “¡Está sin estrenar, gracias a dios, nadie en la casa se ha puesto enfermo!”, y así se escribe una pequeña parte de la historia de la higiene personal.

Los primeros champús de L’Oreal,  la marca francesa.

Para otro día escribiremos sobre las colonias y otros añadidos… La bañera más famosa de la antigüedad fue la del sabio Arquímedes. Anécdota, leyenda o realidad, lo cierto es que algún tipo de recipiente (fuera tina, barreño o bañera) resultó ser clave para descubrir y enunciar la 'ley' física conocida como principio de Arquímedes.

En pleno campo…  donde dejaba la maldita guerra.

3 comentarios:

  1. Ha sido para mi un verdadero placer, descubrir ésta página del Museo etnográfico de Mansilla. Prometo ser fiel seguidora. Gracias por tan entrañable trabajo.

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  2. Me ha encantado volver a aquella época, al menos en parte.

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