Autor: Toño Morala.
“¡Padre… déjeme las botas que hoy voy yo
arar… ya he uncido las vacas y colgado
el arado entre el yugo…!”. El padre se reía…pero el chaval ya tenía catorce
años y había dejado la escuela, sabía de la necesidad y solo quería ayudar. Era
por principios de octubre, las ovejas del pueblo merodeaban los rastrojos;
después se abonaban las pequeñas parcelas con abono de los animales. Al llegar
a la tierra enganchaban el arado de punta y araban toda la mañana; delante iba el
hijo para ayudar a la pareja de vacas. “¡Chata…no te tuerzas que te doy con la
ijada…!”, le decía a la vaca más torpe el padre a regañadientes. “¡Aquel que labra con vacas, no diga que pasa
penas…aquel que labra con burras trabaja tanto como ellas…¡”; un canto de
labranza mientras se araba. A los pocos días y con la sembradera al hombro, se sembraban
las primeras cebadas tempranas para que allá, por principios de julio, se
pudiera moler algo de pienso para el duro trabajo que esperaba a los animales.
Hasta la primavera, los campos sembrados habían pasado un frío invierno lleno
de heladas y nieve…y salir a escardar y limpiar bajo un tenue sol para quitar
las malas hierbas y los cardos, era el siguiente paso para que en verano las
piernas salieran sin rasguños.
La siega a principios de julio, primero a
hoz, donde las mujeres segaban sin parar, más tarde a guadaña. Se iba dando la
mies para atrás y se iban haciendo marallos, las gavillas, luego las fajinas…el
agua en el botijo grande se resguardaba del sol haciendo un pequeño hoyo en la
tierra, se remojaba él mismo y se cubría con un trapo. Generalmente se comía en
casa y se volvía a los campos al duro trabajo. “¡Ya vienen los segadores de
segar en los secanos, de beber agua de aljibe llena de gusanos…si los cuatro
pillos supieran lo que cuesta el trabajar, no abusarían del pobre, ni tampoco
del jornal…!”, cantaban los segadores y
segadoras.
Acarrear; si el campo estaba algo más lejos
se levantaban a las cinco de la mañana, enganchaban el carro con pernillas a
las vacas, añadían la estremera detrás
del carro, un añadido para que entrara más mies, se ponía una vieja manta en el
suelo del carro para que las espigas sueltas no se escaparan por entre las
ranuras de la madera y a cargar. El cargador o cargadora tenía que ser muy
hábil, se cargaban las fajinas a horcón y siempre con la espiga hacia el centro del carro; de esa manera las
espigas no se caían en el transporte. Ya bien cargado el carro, se pasaban unas
maromas para sujetar la mies…y camino de la era. Cuando las bajadas eran muy
pronunciadas, todo el mundo se enganchaba a la estremera, a las pernillas, a lo
sólido del carro por la parte de atrás, pues había que frenarlo, de lo
contrario se podía volcar el carro y menuda escabechina.
En la Era las labores se hacían más
llevaderas. Casi siempre estaban pegadas a los pueblos, se descargaba la mies
en un gran balagar o montón y con el esbalagador y la rastra se iba formando el
círculo para comenzar a trillar. Los trillos eran muy importantes en la labor
de la mies. Los trilleros andaban por los pueblos poniendo las lascas (piedras)
al trillo para que desligara bien las espigas del grano y cortaran la paja. Se uncían las vacas o machos al trillo
y a dar vueltas y vueltas sobre la mies. Ese trabajo lo hacian los chavales
encantados de la vida, se sumaba el perro y se ponían para que pesara algo más
unas piedras o tarugos de madera, y siempre el caldero boñiguero al lado por si
las moscas. “¡A la era van las hermosas…y en la cama se quedan las perezosas…como
las esperanzas son los laureles…que nunca llevan frutos, y están verdes…!”,
cantos de la trilla. A resaltar que algunas veces se uncía vaca con burro, si
se había muerto una de las vacas, o simplemente tenían una de leche y el burro
y se aprovechaba para terminar más rápido la labor o dar descanso a las otras. No hacían buena pareja, pero era lo
que había. Cuando se iba poco a poco desmenuzando la mies, se enganchaba la emparvadera
y se juntaba la mies para limpiar.
Aventar o limpiar el grano de la paja,
ese era un trabajo muy especializado en un principio, pues había que ponerse a
favor del viento aprovechando el final de la tarde y aventar a mano con el biendo;
más tarde las maquinas limpiadoras de volante sirvieron para adelantar el
trabajo. El cereal limpio se metía en quilmas de media carga, o sea, seis
heminas, unos sesenta kilos, se cargaba al carro y a la panera. La abuela allá
al finalizar la tarde se acercaba a la
era y con el ramao (hecho de cavicuerna) iba acercando y barriendo la era para
una nueva descarga de mies; si era del mismo cereal se pasaba por alto esta labor.
La paja se cargaba en el carro dentro de una red y para el pajar. Pisarla lo
más posible para que cogiera toda, y tener agua en abundancia en el pilón para
lavarse, pues el polvo tardaba mucho en salir por el bocarón del pajar.
Y
así se pasaban los años de duro trabajo. En las casas todo el mundo trabajaba
la mies, hasta el gato se ganaba su pan
ahuyentando a los ratones de las paneras, cuadras, pajares, de las casas. Decía
el abuelo que contribuía todo animal y persona en los duros trabajos del campo,
las vacas o machos, la vaca de leche, el cerdo, las gallinas, los conejos, los
pollos…la burra…todo ser vivo ponía su grano de vida para sostener la casa. “¡Madre…Madre,
háganos unas tortas de pan con un poco de aceite y una pizca de azúcar…que el
horno ya está arrojado…!” La madre sonreía y decía… “¡Claro hijos míos…este año
la cosecha ha sido buena y no pasaremos
necesidades en el invierno, en la casa no ha de faltar de nada…!”.
Me gusta tu blog. ¡¡Me ha encantado esta entrada!!
ResponderEliminarQue trabajos de campo tan duros. Esperemos no tener que volver a ellos. Felicitaciones al autor. Andrea
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