La etnógrafa Concha Casado Lobato recoge este viernes con 92 años la Medalla de Oro de la Provincia. Brilla la mirada de esta incombustible investigadora al oír cualquier referencia mínimamente relacionada con León y con la cultura tradicional. Y aunque Doña Concha reciba el viernes la Medalla de Oro de la Provincia, con 92 años le da la importancia justa a distinciones y premios. Ella sigue yendo a lo suyo. «Y los artesanos, ¡no nos olvidemos de los artesanos!», clama.
e. gancedo | león 24/10/2012
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Concha Casado (León, 1920) cuenta con numerosos premios como
el de Castilla y León de Conservación del Patrimonio. ramiro |
Hay una palabra recurrente en toda conversación con Concha Casado, una palabra que tiñe con un fulgor especial cada reflexión que hace relacionada con los temas que le apasionan. Esa palabra es ilusión. Habla de los museos que fundó: «Lo hice con muchísima ilusión». Le pregunta uno por su labor actual: «¡Todavía tengo ilusión!». En fin, puro entusiasmo en una mujer que a sus 92 años aún se sobresalta en la silla, alza la voz y le destella la mirada cuando el tema va de artesanías, arquitectura tradicional, indumentaria o música de las comarcas leonesas. Este viernes recibe en la Diputación la Medalla de Oro de la Provincia pero ella no para: por ejemplo, en estos momentos los trabajadores del Museo Etnográfico de León con sede en Mansilla de las Mulas se llevan de su casa los últimos materiales con destino a la biblioteca que llevará su nombre.
«Cuando éramos pequeños, mi padre iba a pescar truchas al Torío y nos llevaba a toda la familia a pasar el día a aquellos pueblos. Me entusiasmaba contemplar los árboles, los pájaros, los campos y las gentes», dice doña Concha cuando se le pregunta por sus motivaciones primeras a la hora de dedicar su vida a la cultura tradicional.
El padre, Jacinto, procedía de la localidad paramesa de Pobladura de Pelayo García y había instalado tienda de sastrería y confecciones (bautizada como El Globo) en la hoy calle Varillas, 6, donde también tenían vivienda y donde nació Concha, quinta de seis hermanos y a quien se bautizó con el mismo nombre que la madre. Ésta era oriunda de un pueblo del Norte de Zamora, Faramontanos de Tábara, familia también de espíritu comercial que acabó estableciendo negocio en Truchas, en la Cabrera, y más tarde en la Plaza Mayor de León. «Digo yo que como mi madre estaba emparentada con los Lobato de aquí, pues en León se conocerían», piensa Casado.
También recuerda que la singular pasión que nunca ha dejado de sentir por la comarca cabreiresa bien pudo haber nacido cuando, siendo una chavalina, acudía algunas temporadas a aquella tienda de su abuelo materno en Truchas («¡que todavía existe!», informa con alborozo) y jugaba con las mozas y hasta se vestía con ellas de fiesta al uso popular, como puede verse en una de las fotografías que ilustran este reportaje. Estudió Concha Casado en las Carmelitas y en el Instituto de Segunda Enseñanza, hoy Padre Isla, pero antes de ir a Madrid a cursar Filosofía y Letras en Madrid (entre 1939 y 1940), ayudó como enfermera en el Seminario Mayor —otra foto inédita que adjuntamos— en los años de una guerra en la que participaron dos de sus hermanos, época «muy triste» de la que no quiere hablar.
En Madrid recibió clases de profesores insignes como Rafael Lapesa, Diego Angulo y sobre todo del que sería su mentor, Dámaso Alonso, superviviente de la magna Generación del 27. A partir del segundo curso, además, viviría en la Residencia de Estudiantes de la calle Fortuny.
«Palabras y cosas»
El nombre que por entonces revolucionaba la etnografía y la lingüística de la época —y que fue capaz de «hermanar» ambas disciplinas, a decir de Casado— era el del alemán Fritz Krüger, que acababa de escribir un tratado sobre la cultura popular de Sanabria y sus rasgos dialectales bajo el método de Palabras y cosas. Fue el mismo que usó doña Concha para elaborar en 1947 su tesis doctoral, El habla de la Cabrera Alta: contribución al estudio del dialecto leonés, que obtuvo Premio Extraordinario. Para ello se trasladó, durante seis meses, a la tienda que había sido de su abuelo materno en Truchas y en la que, aunque contaba con otros propietarios, fue acogida como uno más.
En un primer momento admite la hoy veterana investigadora que echó mano de cuestionarios y formularios, pero que pronto se dio cuenta de que eso no era suficiente. «Había que incorporarse a la vida de aquellas gentes», asegura, y así, ‘la nieta del ti Angelín’, como la llamaban, amasó pan, golpeó el centeno con el manal, se alumbró con el candil y viajó en burro junto a Laura y el niño Nicanor por todos los pueblos de la Cabrera.
En 1945 Concha obtiene una plaza como becaria en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, iniciando una carrera cuyos hitos han sido muchos y fecundos. «Un grupo de personas, sobre todo Dámaso Alonso y Menéndez Pidal, quisieron que me formara bien», asevera. Y así, amplió estudios, entre otras, en las universidades de Coimbra, Bonn, Hamburgo y Milán. No se suele extender mucho doña Concha sobre los años que median entre su etapa de formación y una jubilación que abre un período de intensa, asombrosa vitalidad que casi llega hasta nuestros días, pero hay que recordar que ocupó puestos de relevancia, casi siempre en el ámbito del Centro Superior de Investigaciones Científicas. Por ejemplo fue colaboradora e investigadora de dicho centro, estuvo al frente del Laboratorio de Fonética Experimental, y trabajó en el Departamento de Etnografía dirigido por Julio Caro Baroja y en el de Dámaso Alonso, en el que dirigió la Revista de Filología Española y la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Fue jefe del Departamento de Fonética y también del Instituto de Filología Hispánica Miguel de Cervantes. Puso en marcha numerosos programas de investigación, en los que destaca, por su magnitud y por las firmas célebres que bajo su paraguas firmaron diferentes trabajos, el llamado Fuentes de la Etnografía Española.
Al pie del cañón
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Concha Casado en el
Museo Etnográfico Provincial. |
En cambio, en el relato de su vida Concha Casado se empeña en pasar directamente al año 1988, cuando se jubila y se traslada directamente a su querido León. Entonces retorna la energía: «En ese momento decidí recorrer todos los pueblos, todas las comarcas leonesas, para fotografiar los últimos exponentes de la arquitectura tradicional, las faenas agrícolas, las labores artesanas, los músicos populares. «Y todo ese material lo he donado al Museo de Mansilla», recalca con orgullo al recordar un material que se acerca a los 3.300 elementos entre libros, imágenes, fichas y grabaciones.
La casa de doña Concha parece vivir estos días los últimos episodios de una intensa mudanza: trabajadores del Museo se llevan cajas de libros, artículos y diapositivas que todavía quedaban en este verdadero ‘nido de águilas’ —desde su terraza se divisa toda la ciudad— pero a la que Casado acude, como mucho, dos veces al mes, y siempre acompañada. Tras el infarto que sufrió hace año y medio, vive en la Hospedería Monástica de las Carbajalas, junto a la recoleta Plaza del Grano.
Entre los hitos de su vida que más orgullo le producen está sin duda el haber sido distinguida en 1989 como Leonés (leonesa, en este caso) del Año, la primera vez que se concedía a una mujer, así como de determinados libros, en especial el monumental La indumentaria tradicional en las comarcas leonesas, fruto de una inmensa labor de rastreo, y del que reclama hacer otra edición con carácter de urgencia. «Es una joya», dice de esa obra. Es otra palabra que le gusta mucho a esta infatigable investigadora y casi ‘activista’ de la cultura. De joya califica la arquitectura popular, y a los mismos artesanos les llama siempre «tesoros vivos».
Los museos que dio a luz
Concha Casado es autora de centenares de libros, artículos, recopilaciones y prólogos, un volumen de obra escrita inmensa a la que es difícil seguir la pista. Hay, no obstante, otras obras que están ‘vivas’», hijos suyos que puso en marcha en su día y que continúan su propia trayectoria, el Alfar Museo, el Batán Museo, el Museo de la Cabrera y el Museo de la Arriería Maragata.
¿Y cómo llegó doña Concha a crear ese puñado de museo rurales llenos de encanto en los que se enseña los secretos de las artesanías y labores tradicionales, sobre todo a los más jóvenes —otra de sus obsesiones, la del trasvase generacional de esta valoración—? «Pues haciéndolo. Reuniéndome con la gente, proponiéndolo, haciendo ver que es algo bueno, que el progreso no está reñido con la tradición, más bien al contrario». Y... «sin cobrar nada, yo ni pongo ni recibo dinero. ‘Doña Concha cobra con cultura’, me dicen en la Diputación», cuenta.
¿Alguna decepción? Tampoco en este caso da Concha Casado mayores detalles: «No he hecho yo caso de decepciones. Yo entiendo muy bien el valor de esto y no me importa que otros no lo hagan. Yo sigo, y punto».
Artesanos (y ferias de artesanía), alumnos (incidiendo en la necesidad de sensibilizar al niño en la misma escuela), conferencias (se honra de haber conseguido otras cuatro charlas anuales con la Fundación Hullera) y respeto por las tipologías arquitectónicas (conjugando tradición y comodidad) son sus caballos de batalla. ¿El futuro? «No soy muy optimista, pero alguien aparecerá por ahí como yo, ¿no?» dice una profesional que aún no ha encontrado a nadie que le siga el ritmo y que ante todo estima, del premio de pasado mañana, que «hayan valorado lo que yo valoro».