LAS CHAPAS, EL GUÁ, LA
COMBA, LA GOMA
ELÁSTICA… AL CORRO DE LA PATATA…
Autor: Toño Morala
Saltando a la goma
elástica con aquellas canciones
que acompañaban…
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Con este reportaje, de momento, cerramos la
trilogía de los juegos y juguetes de una parte de la infancia. La memoria de
aquellos años, la inocencia, la sonrisa limpia, y el comienzo de amistades para
siempre, ha sido el devenir de una niñez en su gran mayoría muy pobre, pero
llena de ilusiones, sueños, y con una murria que solo con el paso de los años,
ha remitido en otras formas de ver la vida y de sentir. Era la dignidad del
compartir todo, hasta los bocadillos de mortadela, y muchas risas.
Aquí había mucho
futbolista con alpargatas…
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Al famoso corro de la
patata… siempre ahí
compartido entre niñas y niños.
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Ya un pelín más grandes, y sobre todo en verano… la calle era donde nos
criábamos; no había casi coches en los barrios y pueblos, no había casi aceras,
ni parques… solo la pared de la espadaña para jugar a la pelota en todas sus
vertientes, las eras… aquellas ruedas viejas de coches, algunos con los aros
famosos y la guía de metal, que muchos de esos aros los hacían los trabajadores
de los talleres del ferrocarril y otros… y venga a dar vueltas con los aros.
Algunos llegaron a tener tal maestría con el aro de metal, que hacían
verdaderas virguerías, y los pasaban entre las piernas… y los subían por
montones de grava o tierra.
Lo del Guá era
fantástico, incluso muchas niñas también jugaban; aquellas canicas de colores mezclados
dentro del cristal. Cuando había alguna cuesta en el recorrido y calculabas
mal, otra vez para abajo, y vuelta a empezar… y cuando la canica no quería
entrar en el Guá, y empezaba a dar vueltas y vueltas, hasta que al final
entraba, o entraba y volvía a salir… juegos que
no son de ciencia cierta.
Al Guá con las
canicas… tremendo juego…
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Jugando a las chapas. Algunos las teníamos tuneadas por dentro. |
Se acuerdan del escondite Inglés…no sé por qué lo del calificativo “inglés”, pero era lo que se decía cuando uno se salvaba; “un, dos, tres al escondite inglés“, también se podía salvar a otros, “por mí y por Paquito”. Es curioso, hoy en día ya nadie se llama Paquito.
A lo burro también jugábamos… |
Churro, mango, mediomango, mangotero. Era un juego de niños, un
poco bestia. Los de abajo lo pasaban mal, pero no se quejaban, claro. Había que
aguantar el máximo de tiempo posible sin caerse, y algunos más burricones,
metían los nudillos y te dejaban las costillas y la espalda renegrida para tres
días como mínimo. También lo del potro tenía sus detractores, ¡hala, a ponerse
amarrado a las rodillas y aguantar el paso por encima de todo un ejército de
chavales…! y así recorríamos medio pueblo.
El Castro o La Rayuela. Había que ir deslizando un trozo de piedra o teja plana por el dibujo del suelo, empujándolo con el pie, saltando a la pata coja. En los juegos de niñas… lo de saltar a la goma. Era muy divertido y complejo en ocasiones, me comenta la mi mujer… se empezaba con la goma a ras de los tobillos y si la niña saltadora no se equivocaba, se iba ascendiendo hasta el cuello, para lo que debía levantar mucho las piernas y recoger la goma con ellas, haciendo filigranas. La goma, de color negro, se compraba por metros en las mercerías. Alguna canción que acompañaba a estos juegos era… “¡En la calle veinticuatro ha habido un asesinato, una vieja mata un gato con la punta del zapato, pobre vieja, pobre gato pobre punta del zapato!”
La inocencia infantil
es la que nos ayudó a ser personas más tolerantes y racionales; lo que hace
grande el corazón y sensible la mirada hacia las cosas y la vida. La
inocencia es el juego de los buenos sentimientos, el compartir todo a cambio de
nada, y en esa dinámica los juegos de cuando éramos niños nos ayudaron a
comprender mejor las cosas y a conocernos mejor a nosotros mismos.
Se
acuerdan de la peonza de madera… había verdaderos genios tirando la peonza… y luego cogerla en la palma de la mano
y que siguiera dando vueltas… y lo de hacer
el pino.
Antes nos distraíamos con cualquier cosa. Hacíamos el pino contra una
pared o al aire y caminábamos o saltábamos de esa guisa. Ahora ya nadie hace el
pino por la calle. Luego estaba el pino-puente, más propio de chicas, al ser ellas
más flexibles… y lo de jugar a las ruedas. A eso sólo se jugaba en los pueblos,
porque en las ciudades, a ver de dónde sacaba uno una rueda. Se hacían carreras
o se colgaban de un árbol, con una cuerda, a modo de columpio. Aquel otro juego
de destreza llamado El pincho o hinque. Con un puntiagudo trozo de metal o
madera, se jugaba a clavarlo en el suelo húmedo de tierra y consistía en ir
ganando terreno al enemigo. Recuerdo que, al ser un juego con cierto peligro,
los niños más pequeños no podían jugar a él, aunque lo hacían a escondidas. Ese
peligro y esa prohibición aumentaban el atractivo del juego.
Esto era hacer el
Pino… menudos tortazos nos metíamos…
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Al cocherito leré… a darle a la
comba cada vez que se pronuncia la palabra "leré", los dos jugadores
que están dando la comba levantan la cuerda y hacen con ella una vuelta pequeña
en el aire y el jugador que está saltando deberá de agacharse para no enredarse
con la cuerda. El resto de la canción pasa la comba saltando sobre ella para
esquivarla. A las Prendas y aquel Antón Pirulero… lo recuerdan…
Jugando a la comba |
La de vueltas que
daban aquellas peonzas… y sobre la palma de la mano.
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Ayyyy !!! poeta y amigo, Toño Morala..sólo es bonito recordarlo y verlo escrito pero ya casi todo se acabó, ya casi no hay niños, ya casi no hay pueblos, ya casi no hay calles como aquellas que te ablandaban los pies con una piedra si y otra no.
ResponderEliminarPrecioso trabajo, felicidades Toño; siempre es un placer leerte.
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