viernes, 22 de abril de 2016

COLABORACIÓN: AQUELLOS JUEGOS DE CALLE Y PATIO… LA DE RISAS QUE PASAMOS…

LAS CHAPAS, EL GUÁ, LA COMBA, LA GOMA 
ELÁSTICA… AL CORRO DE LA PATATA…

Autor: Toño Morala

Saltando a la goma elástica con aquellas canciones
 que acompañaban…
    Con este reportaje, de momento, cerramos la trilogía de los juegos y juguetes de una parte de la infancia. La memoria de aquellos años, la inocencia, la sonrisa limpia, y el comienzo de amistades para siempre, ha sido el devenir de una niñez en su gran mayoría muy pobre, pero llena de ilusiones, sueños, y con una murria que solo con el paso de los años, ha remitido en otras formas de ver la vida y de sentir. Era la dignidad del compartir todo, hasta los bocadillos de mortadela, y muchas risas.

Aquí había mucho futbolista con alpargatas…
Pero aquí estamos llenos de nostalgia y recordando aquellos juegos de calle y patio que tanto  nos ayudaron para iniciar una adolescencia sin traumas, y sin mayores recursos que aquellos que nos fuimos enseñando unos a otros sin pedir nada a cambio. La amistad se sellaba de niños con juramentos tremendos, y hasta de sangre en las palmas de las  manos, otra forma de jugar al juego impresionante de la lealtad y la honestidad. Y de aquellos juegos de calle, que por cierto, algunos eran bastante brutos, vamos a escribir. Recuerdan el famoso corro de la patata; era el que iniciaba estos juegos de patio y en la calle, allá con los tres o cuatro años… aquí va el final de la canción… ¡Achupé! ¡Achupé!  ¡Sentadito me quedé!”, la de culadas que  nos llevábamos  algunos, y encima estábamos delgados como espátulas. 

Al famoso corro de la patata… siempre ahí
 compartido entre niñas y niños.
Ya un pelín más grandes, y sobre todo en verano… la calle era donde nos criábamos; no había casi coches en los barrios y pueblos, no había casi aceras, ni parques… solo la pared de la espadaña para jugar a la pelota en todas sus vertientes, las eras… aquellas ruedas viejas de coches, algunos con los aros famosos y la guía de metal, que muchos de esos aros los hacían los trabajadores de los talleres del ferrocarril y otros… y venga a dar vueltas con los aros. Algunos llegaron a tener tal maestría con el aro de metal, que hacían verdaderas  virguerías, y los pasaban entre las piernas… y los subían por montones de grava o tierra.

Con los aros fabricados por los trabajadores de los talleres del tren…
 Lo del Guá era fantástico, incluso muchas niñas también jugaban; aquellas canicas de colores mezclados dentro del cristal. Cuando había alguna cuesta en el recorrido y calculabas mal, otra vez para abajo, y vuelta a empezar… y cuando la canica no quería entrar en el Guá, y empezaba a dar vueltas y vueltas, hasta que al final entraba, o entraba y volvía a salir… juegos que  no son de ciencia cierta.
Al Guá con las canicas… tremendo juego…
Otra maravilla de juego eran las chapas, aquí sí que me voy a pavonear… algunos las teníamos tuneadas con las caras de héroes de los cómics, o de algunos jugadores de fútbol, dentro del cuenco de la chapa… las que mejor se deslizaban eran las de Mirinda, también lo hacían bien las de Kas, pero las de Coca-cola, nada, eran muy malas… eso decían los chavales… y quede claro, que también jugábamos dejando la marca con aquellos ciclistas de plástico con base y de colores varios; la de chapas que cambiábamos entre los chavales; recorríamos los bares del barrio en busca de ellas; recuerdo al bueno de Dionisio, que nos guardaba todas las chapas y las repartía para que no hubiera bronca entre nosotros; alguna que estaba algo doblada al abrirla, la gastábamos contra la acera para que quedara en perfectas condiciones para hacer la carrera. 

Jugando a las chapas. Algunos las
teníamos tuneadas por dentro.

Se acuerdan del escondite Inglés…no sé por qué lo del calificativo “inglés”, pero era lo que se decía cuando uno se salvaba; “un, dos, tres al escondite inglés“, también se podía salvar a otros, “por mí y por Paquito”. Es curioso, hoy en día ya nadie se llama Paquito.

 A lo burro también jugábamos…
 Churro, mango, mediomango, mangotero. Era un juego de niños, un poco bestia. Los de abajo lo pasaban mal, pero no se quejaban, claro. Había que aguantar el máximo de tiempo posible sin caerse, y algunos más burricones, metían los nudillos y te dejaban las costillas y la espalda renegrida para tres días como mínimo. También lo del potro tenía sus detractores, ¡hala, a ponerse amarrado a las rodillas y aguantar el paso por encima de todo un ejército de chavales…! y así recorríamos medio pueblo.

Churro, mediamanga, mangotero… 

El Castro o La Rayuela. Había que ir deslizando un trozo de piedra o teja plana por el dibujo del suelo, empujándolo con el pie, saltando a la pata coja. En los juegos de niñas… lo de saltar a la goma.  Era muy divertido y complejo en ocasiones, me comenta la mi mujer… se empezaba con la goma a ras de los tobillos y si la niña saltadora no se equivocaba, se iba ascendiendo hasta el cuello, para lo que debía levantar mucho las piernas y recoger la goma con ellas, haciendo filigranas. La goma, de color negro, se compraba por metros en las mercerías. Alguna canción que acompañaba a estos juegos era… “¡En la calle veinticuatro ha habido un asesinato, una vieja mata un gato con la punta del zapato, pobre vieja, pobre gato pobre punta del zapato!”

La Rayuela… o El castro…
 La inocencia infantil es la que nos ayudó a ser personas más tolerantes y racionales; lo que hace grande el corazón y sensible la mirada hacia las cosas y la vida. La inocencia es el juego de los buenos sentimientos, el compartir todo a cambio de nada, y en esa dinámica los juegos de cuando éramos niños nos ayudaron a comprender mejor las cosas y a conocernos mejor a nosotros mismos.

  Se acuerdan de la peonza de madera… había verdaderos genios tirando  la  peonza… y luego cogerla en la palma de la mano y que siguiera dando vueltas…  y lo de hacer el pino.

 Antes nos distraíamos con cualquier cosa. Hacíamos el pino contra una pared o al aire y caminábamos o saltábamos de esa guisa. Ahora ya nadie hace el pino por la calle. Luego estaba el pino-puente, más propio de chicas, al ser ellas más flexibles… y lo de jugar a las ruedas. A eso sólo se jugaba en los pueblos, porque en las ciudades, a ver de dónde sacaba uno una rueda. Se hacían carreras o se colgaban de un árbol, con una cuerda, a modo de columpio. Aquel otro juego de destreza llamado El pincho o hinque. Con un puntiagudo trozo de metal o madera, se jugaba a clavarlo en el suelo húmedo de tierra y consistía en ir ganando terreno al enemigo. Recuerdo que, al ser un juego con cierto peligro, los niños más pequeños no podían jugar a él, aunque lo hacían a escondidas. Ese peligro y esa prohibición aumentaban el atractivo del juego.

Esto era hacer el Pino… menudos tortazos nos metíamos…
Al cocherito leré… a darle a la comba cada vez que se pronuncia la palabra "leré", los dos jugadores que están dando la comba levantan la cuerda y hacen con ella una vuelta pequeña en el aire y el jugador que está saltando deberá de agacharse para no enredarse con la cuerda. El resto de la canción pasa la comba saltando sobre ella para esquivarla. A las Prendas y aquel Antón Pirulero… lo recuerdan…

Jugando a la comba
y al escondite, aquel juego mixto y que previo pacto se tapaban los ojos con el antebrazo y se contaba hasta veinte o cincuenta si en el  sitio había pocos lugares donde esconderse. La de juegos, canciones acompañadas de palmas, las bestialidades que cometíamos de pequeños y pequeñas… y las madres y abuelas desde las ventanas venga a llamarnos cuando se hacía tarde, y no iba ni dios para casa, hasta que salía la madre a la calle con la escoba y unas risas y todo el mundo  para casa llenos de porquería hasta el tuétano. La de risas que pasamos, la de anécdotas que se podrían contar… ahora los niños y niñas apenas si ya corren, ya no sudan, ya no juegan en las calles de los barrios y algo más en los pueblos, pero poco más; yo creo que son niños y niñas un poco más tristes que nosotros, además como tienen de todo, pues  no necesitan inventar nada. La necesidad aviva la imaginación, pero no hagan como algún padre y abuelo, que se ponen a jugar con  los chavales, y luego necesitan siete días para recuperarse de agujetas y dolores varios.

La de vueltas que daban aquellas peonzas… y sobre la palma de la mano.

2 comentarios:

  1. Ayyyy !!! poeta y amigo, Toño Morala..sólo es bonito recordarlo y verlo escrito pero ya casi todo se acabó, ya casi no hay niños, ya casi no hay pueblos, ya casi no hay calles como aquellas que te ablandaban los pies con una piedra si y otra no.

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  2. Precioso trabajo, felicidades Toño; siempre es un placer leerte.

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