Autor: Héctor Bayón Campos
Villaverde de Sandoval. Marzo de 1953…
La habitación era lúgubre y silenciosa,
con cierto aroma de incienso. Varias “plañideras”, vestidas de negro riguroso, cuchicheaban;
mientras los familiares de la difunta esperaban en “el portalón” de la casa.
Conversaban con los vecinos. Recibían los primeros “pésames”, algunos dichos
“de corazón” otros más bien fingidos. En el interior de la alcoba, dos “hachones”
y un crucifijo de bronce custodiaban a la muerta. Sus nietos pequeños lloraban;
y el cura, confesor y amigo, rezaba por su alma. Las viandas estaban listas… ¡todos
al comedor! Un buen potaje de garbanzos y varios vasos de vino mitigarían el
dolor. Parientes y amigos almorzaban. Había “café de pota” y aguardiente. Las
lágrimas borbotaban, aunque también surgían algunas tímidas sonrisas ¡pero qué
buenos recuerdos dejaba la fallecida! El perro se asomaba al duelo; a su manera,
también participa. Y los hijos de la “matriarca” se abrazaban; en estos duros momentos
los vínculos fraternales se fortalecían. Pero había llegado la hora del
entierro, “el Señor” la reclamaba; y
en el monasterio ya tocaban las campanas…descanse en paz, querida vecina. Tu
pueblo está “de luto” y no te olvida.
Enhorabuena Héctor, recuerdos imborrables de la pérdida de un ser muy querido.
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