Se iban a llamar Julia y María
porque su madre se llamaba Julia María, y acabaron llamándose Blanca y Nieves
porque nacieron después de un complicado parto en medio de una terrible nevada,
en Laciana, era un 21 de febrero.
Los ganaderos leoneses desembarcaban sus ovejas en La Perala y como todos
los años apareció una mujer, Nieves Andrade, que no hacía mucho caso a las
recomendaciones de «quítese de ahí mujer que la van a llevar por delante». -
¿Qué dicen mis paisanos?; insistía ella ajena a las recomendaciones de quienes,
sudando como corresponde, le insistían en que se apartaran. - ¿De dónde es para
llamarnos paisanos? - De la parte de Villabelino, donde las minas. - ¿De
Villablino? - Sí, de Villabelino.
Pues eso.
Miguel, uno de los históricos de la trashumancia, acabó trabando amistad con
ella, año tras año repitiéndose la visita tuvo resultado. Y a su regreso
siempre me contaba lo mismo: - Tengo una mujer la cuenta para tí. - Ya estoy
casado. - Y ella. Te digo que es la cuenta para un reportaje. Y empezaba a
contar. «Es de Caboalles, aunque ella siempre dice Villabelino, su padre era
minero allí y tuvo a dos mellizas que nacieron en medio de una nevada y...».
Hasta que trajo el teléfono de Nieves, la hija de la nieve. Ella se extraña de
la llamada, cuelga, ella no ha hecho nada «para salir en el periódico», hasta
que hay palabras que la convencen: Miguel el de las ovejas, León y Villabelino.
- ¿Hoy cumple ochenta y pico años? - No mañana ¿Quién se lo dijo? - Miguel. -
¿Y a Miguel? - Usted. De repente se suelta y no da tiempo ni a anotar. «Mi
padre fue de los primeros portugueses que fueron a trabajar a las minas de Villabelino,
aunque él vivía en Caboalles...». - ¿Usted donde nació? - En ninguna parte, en
la mitad de una nevada, en una casa y hasta allí se acercó un médico y una
comadrona, que encima éramos dos, mellizas. - ¿No había médico en Caboalles? -
Sí, pero decía que era un riesgo, que mejor bajaban a mi madre y tocaron a la
espalada, que ello eso no lo vi, me lo contó todo mi madre después.
Tocaron a la espalada, salieron todos los
vecinos y fueron abriendo un camino. Sobre una pequeña escalera de maderas
colocaron un buen número de mantas y sobre ellas a Julia María, que así se
llamaba la madre de las niñas y la mujer de Andrade, que así le llamaba todo el
mundo en la mina. «Nos íbamos a llamar Julia y María, pero después de los
avatares para nacer, en medio de la nieve, la comadrona dijo que ella era la
que nos había traído al mundo y que nos teníamos que llamar Blanca y Nieves». -
Pero es que con Julia y María hago el nombre de la madre, Julia y María. - Y
con Blanca y Nieves haces el de Blancanieves, que es más bonito; argumentó la
comadrona, que debía ser de armas tomar. Y fueron Nieves y Blanca. Lacianiegas
de nieve aunque pronto se fueron de allí pues en un accidente Andrade estuvo a
punto de perder la vida y dijo que nunca más. Un minero de Babia le habló de
las ovejas, se hizo pastor y bajó toda la familia a vivir en Extremadura.
Blanca murió atropellada por el tren con tan solo 13 años; Julia María, la
madre, también murió joven y dicen que Andrade «se dejó morir de pena». Nieves
se calla de repente.
«Tenemos pasado mucho, menos mal que encontré un hombre bueno y aquí vamos
viviendo. Y digo yo una cosa, usted si quiere hablar conmigo baja con Miguel y
le cuento hasta que se farte, que así por teléfono...». Y colgó. Tiene Miguel
que hacer de intermediario porque quiere que me cuente el remate de la
historia, que a él le parece el más bello. Y realmente lo es. - A ver mujer,
que sí te baja a ver, pero te quiere preguntar otra cosa. - Nieves, pero a
usted en el pueblo no le llaman Nieves. - Eso te lo contó Miguel. - Sí. - Pues
no, cuando murió mi hermana, que la mató el tren, mamá empezó a llamarme
Blancanieves, sin explicar más. Que así parece como que mi hermana no hubiera
muerto del todo, lo que pasa es que también se murió pronto mamá. Miguel me
mira: «¿Era la cuenta para tí o no?».
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