Fulgencio Fernández | 06/03/2016
D. César Rodríguez Ibán. (Fotografía de Mauricio Peña). |
Muchos días ya eran las doce de
la noche cuando la voz de la mujer de César suena desde la escalera: “¿Pero hoy
no piensas subir a cenar?”.
César sonríe al recordarlo. “Habría encolado algo y estaba esperando a
que secara a ver si había quedado bien, se me pasaba el tiempo y no me enteraba”.
Es César Rodríguez Ibán, mansillés de vivencia aunque nacido en
Villamoros, hecho que tiene mucho que ver con su afición por construir carracas
y matracas, la causa de que a las doce de la noche no se hubiera dado cuenta de
aún no había cenado.
”Cuando me jubilé, en el 93, y tenía más tiempo empecé a dedicárselo a
trabajar la madera, que me gustaba, aunque nunca me había dedicado a ello. Y recordé
que en las semanas santas de mi infancia, en Villamoros de Mansilla, había una
gran carraca, de doce lengüetas, que nos impresionaba con su sonido, imagínate.
Pues no fui capaz de dar con ella en el pueblo, ¿dónde está?, ¿quién la llevó? No
lo pude averiguar y ahí quedó la cosa”.
Lo cuenta César Rodríguez rodeado de carracas y matracas, muchas de ellas las
ha cedido habitualmente para el tradicional Oficio de tinieblas que se celebra en Mansilla. Pero también tiene
por allí un buen número de cachas, bordones de peregrinos y varias máquinas para
hacer encaje de bolillos. “Hice unos
cuantos y todos me los llevaron, menos uno que se lo quedó la mujer, que hace
encajes que se las pela”.
César nunca se había dedicado a
la artesanía, ni siquiera había trabajado la madera. “Hice un poco de todo. Primero trabajé en la construcción y después
estuve varios años de empleado municipal aquí en Mansilla, para todo, para una
chapucilla, para repartir oficios…para lo que saliera”.
Andaba mal de una cadera, la
derecha, y tuvo que pasar por el quirófano, pero no le fueron demasiado bien
las cosas. “Tuve muy mala suerte, un
calvario. La primera operación no salió bien y en unos meses tuvieron que
quitarme la prótesis y poner otra, después tuve una infección muy grave y otra
vez al quirófano... Cuatro veces me operaron y los resultados ya no podían ser
los que se suponía...”. Lo dice con tristeza pues, al margen del
sufrimiento, sabe que ya nunca podrá cumplir con uno de sus deseos, como buen
vecino de la Ruta Jacobea: “Hacer el
Camino de Santiago. Hasta no hace mucho aún lo pensé, pero es imposible, ya no
podrá ser”, dice mientras acaricia el regatón de un bordón y mira las
cachas especiales que les hizo a sus hijos para que hicieran ellos el recorrido.
Aquellas operaciones fallidas y
el tiempo que le dejaba libre la jubilación llevaron a César Rodríguez Ibán a dedicarle el tiempo a algo que le gustaba, la artesanía, sobre todo la de la
madera. El recuerdo de la gran carraca de su infancia le llevó a las carracas y
matracas, los únicos sonidos de la
Semana Santa de nuestros pueblos, esos golpes secos y roncos que convocan a
los feligreses cuando las campanas guardan silencio, desde la noche del
miércoles Santo hasta las doce de la noche del sábado, cuando vuelven a volar
las campanas en todos los campanarios.
Rebusca entre las matracas y allí
aparece la primera que hizo, de un solo mazo, de la que nunca se ha querido
deshacer por ese componente sentimental y “porque
es de las que mejor sonido tiene”, explica mientras la golpea ¿De qué
madera es?
“A mi entender las que mejor sonido tiene son las de lo que aquí
llamamos negrillo, el olmo”.
Pero tiene de otras muchas
maderas. “Hay muchas de chopo, que no
suenan mal si coges la madera en su momento oportuno, pero he aprovechado todo
tipo de maderas”, explica mientras va cogiendo en sus manos unas y otras. “Es que ahora no se encuentra fácil la
madera, sobre todo en verano, cuando vienen los asturianos y veraneantes que
las buscan mucho”.
Pero también para Asturias y para
Cataluña han ido a parar muchas de las carracas y matracas que ha construido
César. “Había un catalán que cada vez que
pasaba por aquí se llevaba toda las que tenía, no sé qué haría con ellas, si
las vendería o qué. Ahora ya hace tiempo que no pasa. También viene un
asturiano que tiene una ebanistería y que me pide las más rústicas, para
hacerlas ‘a máquina’ le sobran a él medios”.
Cofradías, el Oficio de Tinieblas, el Museo Etnográfico Provincial de
León en Mansilla (“allí tienen la
réplica de la de la Catedral de León que es preciosa”), particulares que
llevan en la memoria el recuerdo de las infancias de carracas y matracas... han
sido los destinos de los instrumentos de César durante tantos años. “Lo más difícil de hacer son los dientes de
las carracas, hay que tener mucho cuidado y no se encuentran piezas. Algunas
veces aprovecho viajes a Madrid a ver a un amigo que tiene una ebanistería y
las traigo”.
Carracas, matracas, tabletas, de
las que el gran coleccionista Francisco
Marcos explica que en España, principalmente se utilizaban en actos
religiosos de la Semana Santa (en algunas ciudades y pueblos de provincias como
la de León aún se siguen utilizando), y también usaban algunas de pequeño
tamaño los niños como juguete, el día de año nuevo.
En el resto del mundo, su uso ha
sido muy variado, como por ejemplo: Fiesta
Judía del Purim, Guerras Mundiales, Policía Inglesa (época Victoriana), como
alarma de fuego, para levantar la caza, animar en campos de fútbol, fiestas
populares…
Y para entretenerse, como César.
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