En las casas más humildes se consumía la malta y achicoria.
El olor tiene
memoria; quién no recuerda el aroma inconfundible a café en las
casas del silencio y la humildad, quién no tiene el sabor redentor de aquellos
cafés llenos de tristeza la mayoría de veces y llenos de una temprana
melancolía; aquella que aderezaba los sueños de libertad y huída hacia un mundo
mejor. Quién no ha tocado aquella borra o posos resultantes del colado a trozo
de sábana y después a manga y colador.
Uno de aquellos molinillos para moler café, y que siempre los guajes se peleaban por darle vueltas |
Y aquellas peleas de niños por moler la
malta y el poco café que solo se hacía cuando venía algún familiar de la emigración
por las francias y alemanias de dios… del dios dinero, en aquel molinillo de
motor de garbanzos cuando los había, y que era la alegría de la casa con
aquellos dibujos sobre la madera gastados de tantas vueltas, y aquel
cajoncito que recogía lo molido como el cuenco de la mano de un niño a por el
caramelo.
El puchero y las mangas del café. |
Tiempos de soledades y miradas a lo lejos; al horizonte maltrecho
en busca de un mejor futuro y aquellos días interminables de
invierno de hornilla, sopas, radio maltrecha y café en aquellos
pocillos o tanques restañados. Los abuelos tendían sobre la
mesa el tapete hecho a mano y se jugaban a la
brisca unas sonrisas pálidas entre el tic-tac de aquel
reloj despertador de agujas gigantes y números entendibles. En realidad todo
era demasiado normal…solo de vez en cuando el café se tomaba sin azúcar… ¡quién
la pillara en aquellos años! Y así pasó un tiempo de ritos y plegarias, de
visitas del cura a las casas a tomar el café mal nombrado, pues en su mayoría
era malta, y de ir a velatorios y entierros a tomarla y
hacer de plañideras.
El puchero del café encima de la chapa de la cocina económica |
La olla de barro o el puchero se arrimaban a la lumbre lleno de agua y
cuando empezaba a hervir, se echaban tantas cucharaditas como personas iban a
tomar el café. Y así, el agua se ennegrecía enormemente, y dejaba de hervir por
la presencia de una substancia fría, sólida y densa. Entonces, con cuchara de
palo, se daban vueltas intermitentemente a aquella agua negra, que cada vez
tomaba más color, oscureciéndose más. Cuando ya volvía a hervir de nuevo, un
importante y sublime instante llegaba… torrefactar la mezcla, que consistía en
coger con las tenazas una brasa de la hornilla, soplarla todas sus caras para
aliviarlas de ceniza, y dejarla caer en el puchero, con lo que, naturalmente,
el ascua se apagaba convirtiéndose en carbón, y decían las cocineras, aquellas
increíbles y nunca bien pagadas cocineras… que el café había adquirido su punto
de sabor a café. Y por supuesto, añadiríamos ahora, distinguiendo el aroma, el
rico sabor, y esa mezcla que a veces llevaba de orujo o aquel coñac
Fundador; tela, ahí la cuestión ya tenía unos tintes festivos, pero eso sí, la
cafetera seguía a la orilla de la lumbre.
Una familia tomando café, tiempos duros y llenos de trabajo. |
Pero además había
que ahorrar y se hacía toda la semana el “café”
con el mismo puchero sin fregarlo, echando cada día el agua y la cucharada de
café o achicoria y a veces cebada tostada, la malta. Pero el sábado de cada
semana, se cocían los posos y se fregaba el puchero para ahorrar la cucharada
del sábado. Qué economía, y las chicas decían, “yo no quiero “café” de sábado”.
En la hornilla, encima de la trébede y al fuego |
Y esos mitos para la salud, la mala o la buena, nada de nada según los
expertos; un consumo moderado de café es bueno para el corazón. Allá
cada uno con sus cafés consumidos. “Además, el café ocupa el sexto lugar en la
lista de los cincuenta alimentos que contienen más antioxidantes, y
el primer lugar como bebida, lo que protege al organismo contra
la oxidación celular y, por tanto, ayuda a reducir el riesgo de
desarrollar enfermedades crónicas. En concreto, según algunos estudios, el café
reduce en hasta un 25% el riesgo de padecer diabetes tipo 2 y en un
14% el riesgo de muerte”. Ahí queda eso. La malta como sustituto del café se
obtiene del grano de cebada germinado, secado y tostado. Por tanto, es un
cereal, y como tal, posee muchas propiedades para el organismo sin aportar nada
de cafeína.
A la rica malta, el café de los pobres |
También en nuestros pueblos los paisanos tostaban su propia malta y
mezclaban otros cereales como la avena. Luego la molían más grueso de lo
habitual y lo guardaban en tarros de cristal o de barro, y así
quedaba listo para su cocción en el puchero. La achicoria como
sustituto del café es una planta herbácea originaria de Europa, aunque se dice
que ya era cultivada en el antiguo Egipto. De ella se utilizan muchas partes,
pero para realizar el sucedáneo del café se utiliza la raíz. Una vez recolectada
se deja secar, después se tuesta y se muele muy fina. La infusión de este
polvo de raíz de achicoria es la bebida que se puede utilizar como sustituto
del café. Lo normal en las casas era mezclar achicoria, malta y algo de café…
si había.
Aquella achicoria para mezclar. |
La historia del café se remonta al siglo XIII, aunque
el origen del café sigue sin esclarecerse. Se cree que los
ancestros etíopes del actual pueblo oromo fueron los
primeros en descubrir y reconocer el efecto energizante de los
granos de la planta del café; sin embargo, no se ha hallado evidencia
directa que indique en qué parte de África crecía o qué nativos lo
habrían usado como un estimulante o incluso conocieran su existencia
antes del siglo XVII.
¿Qué hacer con los posos del café?, nada de tirarlos. La borra del café se
puede utilizar como abono para las plantas que crecen en suelos
ácidos, como el tomate y la zanahoria, mantener las hormigas, babosas y
los caracoles fuera de casa, esparciendo un poco de borra en la entrada. Sirve
para eliminar la grasa de ollas y sartenes en la cocina. Pero uno de
los usos que hemos visto es en bares y sidrerías para ayudar a quitar
la humedad y barrer sin levantar polvo…y un largo
etcétera. No hay día malo cuando entras en una cocina y huele a café recién
hecho. Por más años que pasen siempre tengo en mi cabeza el puchero de mi
abuela con su tapa saltarina y el humeante y aromático olor que de él salía.
¡Cómo huelen los recuerdos…!
Juego de trébede, puchero y cafetera |
Toño, que bueno...me ha encantado el artículo...qué recuerdos me ha traído de los abuelos y tíos...
ResponderEliminarYo tambien trngo recuerdos olfativos y sentimentales del cafe de pote de mi padre.El café era de Brasil y de contrabando gracias a la proximidad con Portugal.
ResponderEliminar