El exrector Julio César Santoyo lleva más de 20 años recopilando la historia de la imprenta en León entre los siglos XVI y XIX.
Ilustración de antiguas imprentas, obra del pintor Jan Van de Straet. DL |
Verónica Viñas. DL
La imprenta es un ejército de veintiséis soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo. La frase es de Gutenberg. No conquistó el mundo, pero cambió la historia. Julio César Santoyo lleva veinte años investigando a los ‘hijos’ de Gutenberg en León. Una labor ingente cuyas pistas le han llevado a lugares como la Universidad de Harvard, las Biblioteca de Nueva York, Boston o Zurich y el Archivo Municipal de Huelva, donde se hallan ejemplares únicos impresos en León. «El cuidado de otros, ha preservado lo nuestro», dice. Filólogo y exrector de la Universidad de León, espera concluir su obra el próximo año, cuando se cumple el 500 aniversario de la imprenta en León.
Un trabajo minucioso en el que ha localizado 1.900 textos de todo tipo y condición salidos de las imprentas de León, Astorga, Sahagún, Ponferrada, La Bañeza y Villafranca del Bierzo. La mayoría son obras religiosas y ordenanzas, porque solo la Iglesia y las instituciones tenían dinero para encargarlas, pero también hay algunas ‘sorpresas’, como algunas comedias.
Ilustración de una antigua imprenta.
El primer escollo fue determinar la identidad del primer impresor leonés. De sus manos salió el Manuale siue pratica ministrandi sacramenta; una auténtica ‘rara avis’, porque está hecho en vitela —en pergamino muy pulido— y carece de portada y colofón. Se ha aventurado que fue hecho en 1521, porque en febrero de ese año el Cabildo Catedralicio buscaba impresor. El ejemplar lo custodia actualmente el Archivo Diocesano. Juan de León, de oficio pergaminero, imprimió el siguiente libro, un misal, ya en papel, que sí lleva la fecha del 16 de abril de 1523.
La pregunta es obvia: ¿contaba Juan de León con imprenta antes de 1523 (si aceptamos como fecha probable del Manuale la de 1521 o la de 1522)? Santoyo explica que en en esas fechas el francés Nicolás Tierry se declara maestre impresor de libros y vecino de León. Lo cierto es que los tipos de letras, capitulares, grabados, iniciales y orlas son los mismos en el Manuale de 1521 y el Missale de 1523. Es posible que Tierry enseñara el oficio a Juan de León y que éste utilizara para su primer trabajo un material, el pergamino, que conocía a la perfección.
El trabajo de Santoyo tiene un precedente, llevado a cabo por Clemente Bravo Guarida, quien en 1902 publicó La imprenta en León, «un trabajo muy meritorio para la época, pero con incontables errores, porque muchos de los títulos que cita fueron impresos en ‘León de Francia’, es decir, Lyon. Pero ha sido un punto de partida». Santoyo ya publicó hace años la Historia de la imprenta en Álava. Más de mil páginas en tres volúmenes. «La curiosidad me llevó a averiguar qué había de este tema en León». Así comenzó esta colosal aventura.
"Misales y breviarios fueron los primeros libros 'de molde' que salieron de las imprentas leonesas. El más antiguo documentado se remonta al año 1521, apenas 70 años después del invento de Gutenberg que cambió el mundo".
El conjunto bibliográfico leonés está desperdigado por lugares como Australia, el Museo Británico o la Biblioteca de Washington. Localizar cada ejemplar ha sido una labor titánica, aunque Santoyo solo tiene buenas palabras para los bibliotecarios, archiveros y guardianes de estas joyas. En esta historia de la imprenta leonesa llaman la atención los nombres de varias mujeres. Algunas heredaron el taller de padres y maridos, como las viudas de Miñón, de Agustín Ruiz o de Santos Rivero, pero otras, como Susana María de Estrada y Vigil y, tras ella, su hija, defendieron un negocio durante buena parte del siglo XVIII.
León no fue la pionera, porque antes de 1521 ya había imprentas en ciudades como Salamanca, Barcelona, Santiago, Segovia o Sevilla, pero sí una de las primeras —a Álava, por ejemplo, no llegó hasta 1722—. Antes del siglo XVII la mayoría de los impresores eran itinerantes, de ahí las dificultades para seguirles la pista.
Un personaje singular es Pablo Miñón, el fundador de una larga saga de impresores. Natural de Valladolid, se vio envuelto en las guerras napoleónicas y acabó en Villafranca del Bierzo. Finalmente, este aventurero se afincó en 1813 en León. Miñón fue la imprenta leonesa más importante y «con excelentes impresiones», según Santoyo.
"Un personaje singular es Pablo Miñón, el fundador de una saga de impresores que llegó a León huyendo de las guerras napoleónicas".
En su investigación se ha topado con historias fascinantes. Como un libro impreso en León en 1526, a dos tintas (rojo y negro), en perfecto estado de conservación, que custodia la Universidad de Harvard. Se trata de un manual religioso para la diócesis de Astorga que en 1937 fue adquirido por un librero parisino, quien se lo vende por 50 libras al bibliófilo Philip Hofer. Tiempo después, Hofer llegaría a ser bibliotecario de Harvard, a la que donó sus ‘tesoros’ de papel, como el ejemplar leonés, que contiene notaciones musicales. Asimismo, el Archivo Municipal de Huelva conserva los únicos ejemplares de algunos libros leoneses. «En el Museo de León no hay ningún libro impreso en León», hace notar Santoyo. Muchas joyas bibliográficas corrieron la misma suerte que el resto del patrimonio provincial: fueron vendidas y, en el mejor de los casos, están a salvo en fondos de museos y bibliotecas.
En 1605 Cervantes tuvo en sus manos uno de los primeros 1.700 ejemplares de su Quijote, una «chapuza» desde el punto de vista de la impresión, con infinidad de erratas. Las imprentas leonesas no tuvieron la suerte de recibir un encargo como la obra cumbre del castellano. Sin embargo, sí salieron de esta ciudad algunos curiosos ejemplares, como el primer gran libro de albeitería. Hasta el siglo XVII la mayoría de los impresores carecían de ayudantes —o no aparecen documentados—. En 1668 a Ruiz de Valdivielso le encargan imprimir las ordenanzas de la ciudad. «Lo primero que hace es pedir las costas al Ayuntamiento». En la portada dice textualmente: «Impreso en León de España», quizá para evitar dudas con el León de Francia.
La proliferación de publicaciones periódicas en el siglo XIX disparó el negocio de las imprentas, hasta tal punto que muchas se dedicaron en exclusiva a la tirada de periódicos y revistas. Santoyo da cuenta de todos y cada uno de estos talleres, de la vida de impresores del siglo XVI como Diego Fernández de Córdoba, Agustín de Paz, Pedro Celada o Antonio de la Calzada y de la actividad de imprentas como la de Pedro Juan de Lopetedi y Rotaeta, que funcionó un cuarto de siglo, de 1832-33 a 1859, sita inicialmente en el número 24 de la calle de Santa Cruz y, posteriormente, en el 5 de la calle de la Sal.
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