Maestro gaitero, sí. Ante todo y sobre todo. Por eso era famoso en las dos Cabreras y por eso fue inspiración constante para los nuevos músicos y grupos que no quisieron que la gaita desapareciera de nuestro horizonte cultural. Pero lo que quizá no sepan muchos es que la afición mayor que tenía Moisés Liébana Voces -fallecido ayer para dolor de todos los admiradores de la cultura tradicional y de los paisanos hechos de una pieza-, era la del saxofón. Incluso cuando los médicos le prohibieron tocarlo, a causa de una seria enfermedad en el labio, seguía soplándolo a hurtadillas en su casa de Corporales.
Desde la pipa de sabugo que se hizo con 10 años hasta lo que llamaba, tal cual, la jazban (la jazzband, batería de las primeras orquestas), tocaba cuanto instrumento caía en sus manos: suplía la falta de estudios con un enorme talento musical, con ese abrumador instinto creativo que sólo tienen -o tenían- los músicos tradicionales, esos que, por no haber medios, todo lo imaginaban, inventaban y recreaban. Y siempre con ilusión, humanidad y alegría. Siempre con una sonrisa, las manos encallecidas y una casa con vino propio abierta a cualquier persona que quisiera ir a verlo.
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