jueves, 28 de febrero de 2019

COLABORACIÓN: MICRO - RELATO

Las lágrimas de los barcillares… 


Por el corte podado de la cepa, en primavera, las viñas lloran.
Foto de Isabel Yuste


Autor: Toño Morala

-¡Arriba, que ya es la hora de ir al barcillar, a podar y recoger sarmientos para hacer manojos…! Era por mediados de febrero; el chaval había llegado de la capital para ayudar a su abuelo en esas tareas. Un buen tazón de leche con pan migado… las tijeras de podar abiertas sobre el hombro, y bien abrigados que el frío te entraba hasta los huesos. Ya en el barcillar, el abuelo comenzó a podar, mientras el chaval recogía los palos (sarmientos) podados y los ponía como el abuelo le mandaba. Entre el frío, el estar casi siempre agachado, las manos heladas… al tercer día, al chaval le habían salido sabañones en las orejas, las manos apenas las sentía, y encima no le salía un manojo bien trenzado ni rezando, mucho menos el atarlos. En conclusión, que hacía lo que podía, pero tenía que rematar la faena el abuelo entre risas y las palabras sabias de los hombres del campo. A primeros de abril, el chaval volvió para acompañar al abuelo; le gustaba hablar con él, estar a la orilla de la horneja, metiendo palos al fuego, y contando historias. Al día siguiente, el abuelo comentó que había que ir a los barcillares, a ver cómo iban. Cuando llegaron, el chaval exclamó… -¡Abuelo, abuelo, mire cómo lloran las cepas… eso ha sido por podarlas! El abuelo le explicó, sonriendo, que esas lágrimas o lloros, son la señal de un nuevo ciclo de la vida natural, y que ayudarán a los nuevos brotes y al nuevo fruto. Ya de camino hacia la casa, el abuelo le puso el brazo sobre sus hombros y le dijo… -¡Tienes que aprender que la naturaleza es la más sabia de la tierra… y hay que cuidarla mucho… de esa manera comeremos todos!




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