domingo, 31 de mayo de 2015

NOTICIA: FILANDO TRADICIONES

Ramiro-
bartolomé pérez 31/05/2015
diariodeleon.es

El historiador griego Plutarco, que vivió entre los siglos I y II de nuestra era, describió en su obra Moralia una curiosa costumbre nupcial de la antigua Roma que consistía en que a las novias recién casadas se les ponía una rueca en el umbral de la puerta de la casa del marido para que ese utensilio fuera lo primero que vieran al entrar en el que iba a ser su nuevo hogar, simbolizando así su recién estrenado estatus social y la laboriosidad que de ellas se esperaba.

Diversos testimonios indican que en el pasado siglo dicha tradición se mantenía viva de alguna forma en varias comarcas leonesas como en La Maragatería, donde la madrina de boda solicitaba dinero a los invitados a la ceremonia para «la rueca y el huso» de la recién casada, o en La Cabrera donde algunos miembros de la comitiva nupcial que acompañaba a los contrayentes portaban ruecas.

El sacerdote Wenceslao Bardón señalaba que en los pueblos del centro de la provincia de León rueca y huso eran antiguamente el regalo del novio a la novia el día de la boda. Ciertamente, hasta hace pocas décadas rueca y huso fueron herramientas inseparables de las mujeres y mozas leonesas del medio rural ya que el hilado era una actividad a la que las mujeres se entregaban desde la infancia y hasta la ancianidad, y a esta labor se dedicaban mientras pastoreaban o charlaban a la puerta de su casa.

Alrededor del hilado también se tejió un enorme patrimonio inmaterial cuyo eje central fueron las veladas dedicadas a la hila que en nuestra tierra recibían el nombre de filandones, palabra que deriva del verbo leonés «filar» (hilar).

Los filandones eran reuniones nocturnas de mujeres que se juntaban para hilar, coser y tejer, y que se celebraban durante los meses más fríos del año al calor del fuego encendido en el llar de las antiguas cocinas leonesas, aunque también podían tener lugar en sitios tales como majadas, cuadras, cabañas o en la casa del horno comunal. Conviene recordar que en los filandones bullía un espíritu festivo pues al calor del fuego las mujeres cantaban, se gastaban bromas, se practicaban juegos, se recitaban romances o se contaban narraciones tradicionales, anécdotas e historias; en muchos pueblos ciertos días además se bailaba.

La prohibición: En el Libro de Fábrica de la iglesia parroquial de Estébanez de la Calzada se recoge la siguiente prohibición del sacerdote local en el año 1649: «Habiéndose informado que todavía se mantiene el abuso de los filandones, juntándose en ellos hombres y mujeres, sin embargo de las continuas providencias (...) que el dueño de la casa donde se hicieren se le multe con 4 ducados de vellón para la luminaria del Santísimo.» No es el único testimonio que tenemos en este sentido ya que el Obispo astorgano Bermúdez y Mandiá en un auto de visita al pueblo cepedano de Tabladas en 1729 decretaba: «Manda S. Ilustríssima al Cura evite el pernicioso abuso de los filandones en lo que concurren mozos y mozas de este lugar y demás barrios de su Feligresía, pena de Excomunión Mayor.» El obispo ordenaba que al propietario de la casa donde se celebraban los filandones se le impusiera? multa económica, incluso pena de prisión. Contrasta esta represión de los siglos XVII y XVIII con la visión más amable de esta costumbre que se refleja en la literatura etnográfica leonesa a partir del siglo XIX, donde los filandones fueron alabados

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