Ramiro- |
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El historiador griego Plutarco, que vivió
entre los siglos I y II de nuestra era, describió en su obra Moralia una
curiosa costumbre nupcial de la antigua Roma que consistía en que a las novias
recién casadas se les ponía una rueca en el umbral de la puerta de la casa del
marido para que ese utensilio fuera lo primero que vieran al entrar en el que
iba a ser su nuevo hogar, simbolizando así su recién estrenado estatus social y
la laboriosidad que de ellas se esperaba.
Diversos
testimonios indican que en el pasado siglo dicha tradición se mantenía viva de
alguna forma en varias comarcas leonesas como en La Maragatería, donde
la madrina de boda solicitaba dinero a los invitados a la ceremonia para «la
rueca y el huso» de la recién casada, o en La Cabrera donde algunos
miembros de la comitiva nupcial que acompañaba a los contrayentes portaban
ruecas.
El sacerdote Wenceslao Bardón señalaba que en los pueblos del centro de la provincia de
León rueca y huso eran antiguamente el regalo del novio a la novia el
día de la boda. Ciertamente, hasta hace pocas décadas rueca y huso fueron
herramientas inseparables de las mujeres y mozas leonesas del medio rural ya
que el hilado era una actividad a la que las mujeres se entregaban desde la
infancia y hasta la ancianidad, y a esta labor se dedicaban mientras
pastoreaban o charlaban a la puerta de su casa.
Alrededor
del hilado también se tejió un enorme patrimonio inmaterial cuyo eje central
fueron las veladas dedicadas a la hila que en nuestra tierra recibían el nombre
de filandones, palabra que deriva del verbo leonés «filar» (hilar).
Los
filandones eran reuniones nocturnas de mujeres que se juntaban para
hilar, coser y tejer, y que se celebraban durante los meses más fríos del año
al calor del fuego encendido en el llar de las antiguas cocinas leonesas,
aunque también podían tener lugar en sitios tales como majadas, cuadras,
cabañas o en la casa del horno comunal. Conviene recordar que en los filandones
bullía un espíritu festivo pues al calor del fuego las mujeres cantaban, se
gastaban bromas, se practicaban juegos, se recitaban romances o se contaban
narraciones tradicionales, anécdotas e historias; en muchos pueblos ciertos
días además se bailaba.
La prohibición: En el Libro de Fábrica de la iglesia parroquial de Estébanez de la
Calzada se recoge la siguiente prohibición del sacerdote local en el año
1649: «Habiéndose informado que todavía se mantiene el abuso de los filandones,
juntándose en ellos hombres y mujeres, sin embargo de las continuas providencias
(...) que el dueño de la casa donde se hicieren se le multe con 4 ducados de
vellón para la luminaria del Santísimo.» No es el único testimonio que tenemos
en este sentido ya que el Obispo astorgano Bermúdez y Mandiá en un auto de
visita al pueblo cepedano de Tabladas en 1729 decretaba: «Manda S. Ilustríssima
al Cura evite el pernicioso abuso de los filandones en lo que concurren mozos y
mozas de este lugar y demás barrios de su Feligresía, pena de Excomunión
Mayor.» El obispo ordenaba que al propietario de la casa donde se celebraban
los filandones se le impusiera? multa económica, incluso pena de prisión. Contrasta
esta represión de los siglos XVII y XVIII con la visión más amable de
esta costumbre que se refleja en la literatura etnográfica leonesa a partir del
siglo XIX, donde los filandones fueron alabados
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