jueves, 5 de junio de 2014

COLABORACIÓN: ARTISTAS CALLEJEROS AMBULANTES


Titiriteros, Zíngaros…Músicos…Cómicos 


El artista callejero ambulante con sus animales y sin prisas.
Autor: Toño Morala
Siempre es un placer empezar contando historias del recuerdo y la memoria; siempre uno tiende, quizás por esa manera de estar en la vida, a  intentar no borrar nada de la memoria, y sobre todo, de aquellos años donde a los barrios de obreros y pueblos, no llegaban grandes compañías de teatro, ni óperas…ni orquestas de música clásica, ni vedettes de gran tronío. De esa manera nos llegaban, y solo de vez en cuando, aquellos titiriteros, aquellos zíngaros de trompeta desarmada sin ser Louis Armstrong y cabra sobre una escalera, y a veces con un perro o mono; el espectáculo estaba servido. No hacían falta ni sillas, ni entradas. No hacían falta ni vestidos de noche, ni pingüinos con pajarita; solos ante la calle llena de críos y hombres y mujeres maltratados por la vida de pobres, éramos los espectadores privilegiados de aquellas pequeñas compañías familiares que llegaban en carros tirados por burros o caballos a los prados colindantes, y allí pernoctaban durante unos días.

Bonita foto de aquellos artistas ambulantes.
 Tan pronto veían que los ferroviarios salían de talleres, y los peones y albañiles llegaban al barrio con las bolsas y las cestas de mimbre…escopetados se ponían a tocar la trompeta, el organillo, la pandereta, a azuzar a los animales  para que espabilaran…y venga a las calles sin asfaltar, a las pequeñas plazas donde el público se amontonaba entre sonrisas, esas como queriendo decir… “ ¡son más pobres que nosotros, maldita sea…!” El ser humano siempre sabe donde empieza…pero lo peor es que nunca sabemos cómo acabamos; en algunos casos es lo mejor. Como decía, comenzaba el espectáculo, la tarde no daba para más, y la alegría de los niños en pantalón corto y las niñas con aquellos vestidos de mil colores se aproximaban y sentaban. Los mayores en corro mostraban alegría, y desde las ventanas y pequeños balcones, las madres y abuelas cruzaban sus brazos y miraban con esa mirada cómplice de la que sabe que cualquier forma de buscarse la vida es válida; para esto los hombres somos menos prácticos, más pasotas, las vemos venir más tarde.


Prohibidos los animales de cuatro patas para ganarse la vida.
El ruido de artilugios varios se pone las botas, los de los chigres salen a aplaudir a la cabra, mientras una moza de unos diez y seis años recorre los corros, se pone debajo de las ventanas con un plato para recoger unas monedas; es el  plato de la esperanza, el plato de la sobrevivencia de la familia. Descalza recorre las calles de baches y piedras, y siempre con una sonrisa en sus labios y una cara bella entre las bellas; zapateaba descalza, movía el vestido de volantes con soltura, mientras la madre tocaba las palmas y soltaba al aire…  “En er mundo,  todos somos güenos”. La moza contorsionaba su cuerpo con el solo de trompeta de su padre por “España  Cañí” , mientras la cabra , en lo alto de la escalera , juntaba las cuatro patas y así acababa el número  entre aplausos y vítores del gentío.
El organillo y la cabra…y el plato para sacar unas perras para la vida
Ahora el número de la cabra se hace en muy superiores instancias, parece ser; y lo digo por la noticia leída hace unos días… la “cabra de la escalera”, esa que baila al son de un organillo o una trompeta, se topó el martes con la ley. Sin papeles, como cualquier inmigrante llegado en patera, el rumiante fue “arrestado” por la Policía Municipal y se encuentra, como preventiva, en la perrera. ¡Manda carajo…!  Menos mal que las gallinas y los pollos de corral, no tienen municipal que los arreste, de momento.
Músicos Titiriteros.
Por cierto, dicen que las mejores cabras para estas lides son las de raza “Granaína”. “Las cosas están muy malas, y hemos tenido que sacar de nuevo la cabra…”, argumenta un buen hombre como diciendo…que más vale cabra en mano, que puchero vacío. Y claro, la cabra siempre tira al monte, y cómo no va a llegar  a lo alto de la escalera. En otro tiempo aún no muy lejano, eran los ciegos los que cantaban sus coplas para ganarse la vida. Y entre otros artistas no faltaban equilibristas, malabaristas, alguna pantomima cómica…

Músicos gallegos en una calle de Tui.
A veces, un forzudo, cuyos alardes de fuerza eran más bien discretos; humildes “troupes” de circo callejero… Artistas ambulantes, no muy distintos a los que nos muestra Fellini en La Strada (1954), que vivían de las monedas que les daba el público que se paraba a verlos y escucharlos.


El anecdotario es amplio en el  recorrido de estas buenas gentes por nuestros pueblos, hace poco me contaron una anécdota llena de solidaridad y humanidad. Corrían los primeros años sesenta, llegaban los titiriteros a un pueblo del Páramo... aunque era casi verano, una tormenta de agua y granizo no paró durante horas... el bueno de Laurentino con mujer y ocho hijos todos pequeños no pudo por menos que meter en su modesta casa a toda la troupe de titiriteros. Donde comían diez, comieron más de veinte. 

Hoy las cosas han cambiado bastante, claro. Aunque, quizás, no tanto como pueda parecer si consideramos que muchos de los que se dedican al teatro y las artes de calle siguen recibiendo una parte, al menos, de sus ingresos de la generosidad del público. Y que siguen siendo, en mayor o menor medida, artistas ambulantes: van, vienen, a veces desaparecen ocultos en sus refugios de invierno donde imaginan y ensayan nuevas funciones. Pero, con el buen tiempo, vuelven a asomarse de nuevo a los rincones de parques, calles, corrales, plazas… En algunas ciudades, como la nuestra, se citan muchos de ellos por unos días. Y entonces se organiza una Gran Fiesta, en la que participamos la gran mayoría de ciudadanos. Nos traen sus nuevos espectáculos, algunos de pura calle, otros cobijados bajo una pequeña carpa o en un local cerrado. Intentemos acercarnos a ellos y disfrutarlos con la mirada limpia, sin prejuicios, como cuando éramos niños.


Una imagen del gran y genial Chaplin.

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