Titiriteros,
Zíngaros…Músicos…Cómicos
El artista callejero ambulante con sus
animales y sin prisas.
|
Siempre es un placer empezar
contando historias del recuerdo y la memoria; siempre uno tiende, quizás por
esa manera de estar en la vida, a
intentar no borrar nada de la memoria, y sobre todo, de aquellos años
donde a los barrios de obreros y pueblos, no llegaban grandes compañías de
teatro, ni óperas…ni orquestas de música clásica, ni vedettes de gran tronío.
De esa manera nos llegaban, y solo de vez en cuando, aquellos titiriteros,
aquellos zíngaros de trompeta desarmada sin ser Louis Armstrong y cabra sobre
una escalera, y a veces con un perro o mono; el espectáculo estaba servido. No
hacían falta ni sillas, ni entradas. No hacían falta ni vestidos de noche, ni
pingüinos con pajarita; solos ante la calle llena de críos y hombres y mujeres
maltratados por la vida de pobres, éramos los espectadores privilegiados de
aquellas pequeñas compañías familiares que llegaban en carros tirados por
burros o caballos a los prados colindantes, y allí pernoctaban durante unos
días.
Bonita foto de aquellos artistas
ambulantes. |
Tan pronto veían que los ferroviarios salían de talleres, y los peones y
albañiles llegaban al barrio con las bolsas y las cestas de mimbre…escopetados
se ponían a tocar la trompeta, el organillo, la pandereta, a azuzar a los
animales para que espabilaran…y venga a
las calles sin asfaltar, a las pequeñas plazas donde el público se amontonaba
entre sonrisas, esas como queriendo decir… “ ¡son más pobres que nosotros,
maldita sea…!” El ser humano siempre sabe donde empieza…pero lo peor es que
nunca sabemos cómo acabamos; en algunos casos es lo mejor. Como decía,
comenzaba el espectáculo, la tarde no daba para más, y la alegría de los niños
en pantalón corto y las niñas con aquellos vestidos de mil colores se
aproximaban y sentaban. Los mayores en corro mostraban alegría, y desde las
ventanas y pequeños balcones, las madres y abuelas cruzaban sus brazos y
miraban con esa mirada cómplice de la que sabe que cualquier forma de buscarse
la vida es válida; para esto los hombres somos menos prácticos, más pasotas,
las vemos venir más tarde.
El ruido de artilugios varios se pone las botas, los de los
chigres salen a aplaudir a la cabra, mientras una moza de unos diez y seis años
recorre los corros, se pone debajo de las ventanas con un plato para recoger
unas monedas; es el plato de la
esperanza, el plato de la sobrevivencia de la familia. Descalza recorre las
calles de baches y piedras, y siempre con una sonrisa en sus labios y una cara
bella entre las bellas; zapateaba descalza, movía el vestido de volantes con
soltura, mientras la madre tocaba las palmas y soltaba al aire… “En er mundo,
todos somos güenos”. La moza contorsionaba su cuerpo con el solo de
trompeta de su padre por “España Cañí” ,
mientras la cabra , en lo alto de la escalera , juntaba las cuatro patas y así
acababa el número entre aplausos y
vítores del gentío.
Prohibidos los animales de cuatro
patas para ganarse la vida.
|
El organillo y la cabra…y el plato para sacar unas perras para la vida |
Ahora el número de la cabra se hace en muy superiores
instancias, parece ser; y lo digo por la noticia leída hace unos días… la
“cabra de la escalera”, esa que baila al son de un organillo o una trompeta, se
topó el martes con la ley. Sin papeles, como cualquier inmigrante llegado en
patera, el rumiante fue “arrestado” por la Policía Municipal y se encuentra,
como preventiva, en la perrera. ¡Manda carajo…!
Menos mal que las gallinas y los pollos de corral, no tienen municipal
que los arreste, de momento.
Músicos Titiriteros. |
Por cierto, dicen que las mejores cabras para
estas lides son las de raza “Granaína”. “Las cosas están muy malas, y hemos
tenido que sacar de nuevo la cabra…”, argumenta un buen hombre como
diciendo…que más vale cabra en mano, que puchero vacío. Y claro, la cabra
siempre tira al monte, y cómo no va a llegar
a lo alto de la escalera. En otro tiempo aún no muy lejano, eran los
ciegos los que cantaban sus coplas para ganarse la vida. Y entre otros artistas
no faltaban equilibristas, malabaristas, alguna pantomima cómica…
Músicos gallegos en una calle de Tui.
|
A veces, un
forzudo, cuyos alardes de fuerza eran más bien discretos; humildes “troupes” de
circo callejero… Artistas ambulantes, no muy distintos a los que nos muestra
Fellini en La Strada (1954), que vivían de las monedas que les daba
el público que se paraba a verlos y escucharlos.
El
anecdotario es amplio en el recorrido de estas buenas gentes por nuestros
pueblos, hace poco me contaron una anécdota llena de solidaridad y humanidad.
Corrían los primeros años sesenta, llegaban los titiriteros a un pueblo del
Páramo... aunque era casi verano, una tormenta de agua y granizo no paró durante
horas... el bueno de Laurentino con mujer y ocho hijos todos pequeños no pudo
por menos que meter en su modesta casa a toda la troupe de titiriteros. Donde
comían diez, comieron más de veinte.
Hoy las cosas han cambiado
bastante, claro. Aunque, quizás, no tanto como pueda parecer si consideramos
que muchos de los que se dedican al teatro y las artes de calle siguen
recibiendo una parte, al menos, de sus ingresos de la generosidad del público.
Y que siguen siendo, en mayor o menor medida, artistas ambulantes: van, vienen,
a veces desaparecen ocultos en sus refugios de invierno donde imaginan y
ensayan nuevas funciones. Pero, con el buen tiempo, vuelven a asomarse de nuevo
a los rincones de parques, calles, corrales, plazas… En algunas ciudades, como
la nuestra, se citan muchos de ellos por unos días. Y entonces se organiza una
Gran Fiesta, en la que participamos la gran mayoría de ciudadanos. Nos traen
sus nuevos espectáculos, algunos de pura calle, otros cobijados bajo una
pequeña carpa o en un local cerrado. Intentemos acercarnos a ellos y
disfrutarlos con la mirada limpia, sin prejuicios, como cuando éramos niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario