Nicolás Miñambres publica ‘Los omes son los meses’, almanaque íntimo y preciosista
E. GANCEDO | LEÓN 24/04/2014
Refranes, dichos, cabañuelas, santoral, consejos y advertencias sobre las labores agrarias preceptivas de cada temporada, reflexiones acerca de los cambios que experimenta el medio natural con el avance del año, recuerdos y nostalgias de un tiempo en el que la gente vivía pegada a esas mudanzas y a esos ritmos... En Los omes son los meses, el escritor, catedrático jubilado y crítico literario de este periódico Nicolás Miñambres reinventa el entrañable género del almanaque con un preciosista libro editado con todo mimo por la ‘factoría Camparredonda’ —en su colección Los cuadernos de plata— que dirige Gregorio Fernández Castañón.
«El origen de esta obra fueron las doce entregas aparecidas a lo largo del año 2008 en el suplemento Filandón, y siempre en la primera semana de cada uno de los meses —explica Miñambres—. En ellas reflejaba mi infancia en el pueblo salmantino de Amatos de Alba, una infancia de pájaros, refranes y tareas de labranza. Creo que es una obsesión que todos los que fuimos niños rurales de posguerra llevamos dentro: recordar esa vida vivida al ritmo de las estaciones y en condiciones de carencia material, lo cual nos nos provocaba un estado de ensoñación permanente». El autor recuerda que aquella existencia en la que el juguete más humilde adquiría perfiles de tesoro «nos hacía más sensibles y más curiosos ante el entorno». De ahí que a Miñambres le siga provocando «una emoción especialísima» ver aparecer la primera golondrina («entonces no existía eso de la ecología, no parábamos de perseguir pájaros y coger nidos», dice) o asistir a la floración de los árboles.
El escritor y crítico literario Nicolás Miñambres Norberto |
Todo ese bagaje está presente en el libro, y también los clásicos, grandes cantores de la naturaleza por antonomasia («en los internados y bachilleratos de posguerra se estudiaba con rotundidad y en profundidad el latín y el griego»); estamos, así pues, ante «un acarreo psicológico, literario y cultural clásico», resume el también escritor y divulgador. De hecho, el título es una cita espigada de El libro del buen amor, del Arcipreste de Hita, sobre la que en buena medida se basa la obra, así como en el Libro de Alexandre, atribuida por algunos a Juan Lorenzo de Astorga. Y así, rememora Miñambres que esos «placeres primarios» de la observación y vivencia de lo natural «están complementados, en nuestra generación, con el aprendizaje intelecual, produciendo una manera muy especial de ver la vida». «No olvidemos que quienes hoy tenemos en torno a los 65 años vimos a nuestros padres y paisanos arar con el arado romano, eso era prehistoria pura, y que 50 años después nos vemos metidos en los últimos adelantos informáticos. Fíjate lo que ha supuesto eso: que estas tierras han cambiado más en 50 años que en los cinco siglos anteriores», reflexiona.
De forma casual, el editor y escritor Gregorio Fernández Castañón tuvo acceso a estos artículos y decidió publicarlos, en forma de libro, en una de las colecciones que cada año saca a la luz junto a su revista cultural Camparredonda. «Yo soy sólo responsable de los textos, pero él recopiló grabados antiguos y estampas que hacen de este libro algo especialmente bello», avisa el crítico, quien también refiere cómo la obra contiene una serie de refranes en verso escritos a principios del siglo XX por José Martín Borrego, labrador del pueblo salmantino de Rollán, y aportaciones de autores como Pedro Trapiello, Javier Rúa, Manuel Rubio, José Luis Puerto, Joaquín Alonso, Vicente Martínez Encinas... y de almanaques «comprados en anticuarios, esos donde se encuentran las informaciones más peregrinas, desde vidas de santos a la mejor manera de preparar los embutidos».
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