TRADICIONES. Gloria Robla, memoria viva de Formigones, perdió a dos hermanos por una grave enfermedad. Con 102 años, vive sola y custodia la tradición.
Gloria Robla Ropdríguez, 102 años, panderetera, tan solo se ayuda de un bastón para moverse por la casa, el portalón o las calles. | MAURICIO PEÑA |
Gloria está sentada al sol en la piedra de delante de su casa en Formigones—«es lo que más me presta, estar aquí sentada, parlar con la gente si pasa alguien y si no pensar en mis cosas», explica— y nos pide que nos acerquemos «para ver si os reconozco».
- ¿Qué dice la panderetera?
- Ya os lo advierto. No voy a tocar la pandereta, bien que me gusta pero no tengo cuerpo para ello porque estoy muy triste.
- ¿Qué le pasa mujer?
- Este maldito bicho. Se me han muerto dos hermanos y no les pude ni decir adiós. Hace unos días me llaman por teléfono el domingo por la tarde y digo ‘es mi hermano’ que siempre llama a estas horas y no, era la hija, que ya me dijo ‘papá se nos fue para siempre’. Y Dacio, que siempre había estado aquí conmigo ¡Qué pena! Así que no me pidáis que toque la pandereta, que no puedo; nos advierte nuevamente, consciente de que es habitual que se lo pidan pues fue una gran panderetera y la memoria viva de la tradición oral de aquella comarca.
Por ello, nos las enseña cuando entramos en la casa —«esta me la regalaron los de Tenada»— pero la vuelve a posar en el armario y cuando ve que cerramos la puerta la vuelve a abrir: «La dejo siempre abierta porque si la cierro siempre pienso que está mi hermano dentro. Tantos años juntos, te diré que yo no me casé para no dejarlo solo, como estaba soltero».
Es increíble Gloria, un pozo de sentencias, refranes y sabiduría; que también lee mucho, ahora andaba con ‘Maestros de la República’, de María Antonia Iglesias. «Lo que tengo en la cabeza es porque tengo tiempo para pensar, buena memoria y me gusta leer y decir la verdad que no hay peor villanía que la hipocresía».
Perder a dos hermanos me tiene muy triste, no quiero tocar la pandereta; tengo la puerta de su habitación abierta porque si la cierro no dejo de pensar que sigue mi hermano allí.
Es increíble esta mujer nacida en 1918, que lo ha visto casi todo y te invita a entrar en su casa. «Ya se que dicen que no se debe... pero parecen buena gente y ¿a qué voy a tener miedo? Si no tengo nada, lo poco que cobro de pensión es para el Gobierno». Y mientras camina hacia la casa va mostrando su memoria de los nombres de las cosas, la belleza de un lenguaje que maneja con soltura y le permite llamar a cada cosa por su nombre: «Aquí a eso que dices (filandón) le decíamos hilar; eso que hay ahí es la devanadera, para devanar las madejas; la rueca es para escarpenar; los cachapos para la piedra de afilar la guadaña...».
- ¿Sabe cómo se llaman las partes de este arado?
- Pues claro. Esto es la tariquela, esto la pina, lo de arar la reja, la bajera... que se dice aquello de «tengo la mano pesada de tirar por la bajera, que si fueras tú quien tira la tendría ligera».
Y remata: «Que la gente cree que los de los pueblos no sabemos cosas... Cuando nos pasaron para el Ayuntamiento de Santa María de Ordás como esto está apartado nos miraban como si fuéramos los de la cábila».
Son, a fin de cuentas, aperos y recuerdos que formaron parte de su vida pues, al margen de su habilidad como panderetera y su capacidad para recordar, Gloria fue una gran trabajadora, siempre en su pueblo de Formigones. «Trabajar sí, mucho, desde niña. Éramos seis hermanos y con siete años ya iba al monte con un hatajo de ovejas y no volvía a casa ni al oscurecer, que tenía que ir mi padre a buscarme cuando volvía de trabajar porque se metía la noche y yo en el monte».
¿El secreto para llegar a los 102 años tan bien? Pues no alcanzo a saberlo porque trabajé desde niña, pasé frío y mojaduras... sólo puedo presumir de respirar aire puro-
¿En qué trabajaba tu padre?
- Era cantero, de los buenos, de cal y canto ¿Ves es esa esquina de esa pared tan bien hecha? Pues la hizo mi padre, que era pequeño, como yo, pero no se le ponía nada por delante.
Recuerda Gloria aquellos años duros con una sonrisa, era una niña feliz en el pueblo. «Mi madre me enseñó a cantar el ramo, se me daba bien, tenía una voz juvenil». Pero se le borra la luz del rostro, como cuando recuerda el fallecimiento de sus hermanos, cuando llega a la etapa de la guerra civil, que define con la sabiduría y la inteligencia de quien vio truncados los mejores años de su vida. «Yo era una moza, pero aquello de que se mataran hermanos con hermanos porque unos eran nacionales y otros rojos no me cabe en la cabeza, no lo puedo entender... hermanos con hermanos. Mira lo que era la guerra, un día un vecino lloraba porque decía que ya hacía semanas que no recibía carta del frente, donde estaba el hijo. Y claro, al hijo lo habían matado en la guerra».
¿Pasó hambre, Gloria?
- La verdad es que no había más que sal y pimentón pero aquí hambre no pasamos pues en las casas había ganado, ovejas; y pan, que yo hasta hace cuatro días todavía amasaba en casa. Hambre no, pero necesidad mucha.
Se queda callada. Le duelen aquellos años y al volver a hablar nuevamente hurga en su memoria. «Lo de la guerra ya os lo dije, fue malo, pero la gente habla poco de otra cosa. Entre los años 40 y 45 se murió muchísima gente de la tuberculosis.
- ¿Cuál es el secreto para llegar a los 102 años tan bien?
- Pues no lo sé; que yo solo puedo presumir de respirar aire puro, porque frío y mojaduras pasé bastantes.
Irrepetible Gloria, la panderetera.
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