martes, 26 de noviembre de 2019

Vivir con la iguala... hasta para bailar



Toño Morala | 16/09/2019

REPORTAJE. El cupón de la iguala o de los avenidos llegaba cada final de mes a tantos hogares; una forma de llevar la vida con pequeños pagos mensuales para el médico, el cirujano menor, el veterinario y hasta el salón de baile
«Quitando penas, quitando hambres, verde blanca y verde», decía Carlos Cano en una de sus canciones. Y qué razón más grande, y no son solo palabras al viento, son verdades de antaño, aún no tan lejano, donde las pobres gentes se las componían como podían para ir tirando de una vida corta más bien, y llena de penurias, enfermedades y mucho trabajo. El poco pan llenaba algo la barriga, pero eran necesarias otras cosas. Y en aquella España tan abandonada durante décadas, pues te tenías que avenir con una gran parte de lo más necesario en las casas, generalmente el médico y el veterinario en las poblaciones rurales. Y en las ciudades… era algo más llevadero con la gota de leche para los niños y las casas de socorro, así y todo, también se pagaban igualas a estos profesionales, pues de lo contrario te salía por un ojo de la cara la visita del médico a casa. Y también ocurría lo mismo con el herrero, el panadero, hasta algún cura para las misas de difuntos, el practicante, el barbero…el carpintero, el esquilador, las buenas gentes se avenían con un trato por un año prorrogable, y mensualmente, o cuando se podía, se pagaba religiosamente el recibo o cupón contratado; pero la mayoría de veces, al principio se pagaba en especie al cosechar las tierras… iba el mandado del médico, veterinario, herrero… y allí mismo se pagaba el trato del pasado año, y se componían los tratos del siguiente. No quiero ni imaginarme la cara de vergüenza, un año malo de cosecha, de los labradores, que al final tenían que utilizar los servicios de estos avenidos; no me lo quiero ni imaginar; aunque, salvo excepciones, generalmente eran atendidos y se pagaba la iguala cuando se pudiera. Otra cuestión diferente eran otro tipo de tratos, de trabajos en las fincas y casas de los médicos y otros; las mujeres para lavar la ropa y planchar, las hijas para ayudar en las labores domésticas en general, y de esa manera iba decreciendo el número de cupones o recibos por pagar. Y si no había posibles, eran los propios vecinos, entre ellos, los que llamaban a las autoridades de turno y contaban el problema, y al final si había arreglo, entraba de por medio también la iglesia. 

Sin iguala contratada te salía por un ojo de la cara la visita del médico a casa o del "cirujano menor". Es cierto que en las parroquias de los barrios había voluntarios practicantes y enfermeras que miraban a los niños gratuitamente, a los más necesitados de aquella terrible posguerra y la gran emigración interior de los pueblos a las ciudades en los años cincuenta y sesenta, y donde los mayores trabajaban en lo que podían y traían jornales muy bajos para las casas, generalmente alquiladas, y se vivía de la caridad recíproca entre vecinos y las pocas ayudas estatales que abundaban más bien poco; pasados unos años, por suerte y mucho trabajo, las cosas cambiaron. En los pueblos la cosa también andaba fastidiada, pero se tiraba para adelante… el herrero trabajaba mucho en primavera y verano, pero también lo hacía en el invierno, alrededor del calor de la fragua, con los parroquianos charlando, mientras el buen herrero iba fabricando rejas para los arados, así como herraduras y herraba a las caballerías y vacas, preparando la campaña… en fin, todo lo que un herrero pudiera hacer… pero lo de cobrar, ahí la cosa se complicaba dependiendo del año – imagino lo que rezaría el buen hombre para que los labradores tuvieran buenas cosechas.-
La iguala era una cantidad anual, previamente ajustada para pagar los servicios que se recibían de aquellos profesionales, que según cada caso y casa, cobraban las diferencias, en suma, se avenían, un apretón de manos, y a tirar para adelante. En los pueblos dedicados a la agricultura, la mayor parte de estos pagos se hacían en especie, siendo el trigo el producto más utilizado, pero también se pagaba con leña, paja, aceite, vino… Por poner un ejemplo, en la década de los años cincuenta, las cantidades que se pagaban eran, más o menos, al herrero por cada par de mulas que poseía en la explotación una fanega de trigo (44 Kg.), al herrador por cada par de mulas, media fanega y lo mismo al carpintero y esquilador. Al barbero por afeitar dos por veces en semana y corte de pelo cuando se necesitase, dos fanegas de trigo al año. Esta especie de trueque de palabra y obra, también se utilizaba en las tiendas, cambiando y admitiendo huevos, cereales, y también con algunos vendedores ambulantes que venían a la plaza. A los jóvenes de hoy, solo les suena lo de las igualas si son para el dentista, el abogado… y poco más; nada o poco saben de los avenidos; seguro que sus padres y abuelos les habrán contado algo, pero hoy en día no hay tiempo para nada, ni casi para nadie, de esa manera, se van perdiendo la cultura tradicional, la oralidad, las raíces, el de dónde venimos y… lo dejo aquí, sigo con la iguala de la botica o farmacia. Es de las más antiguas; he encontrado un documento y la pequeña historia de una de ellas, donde la iguala estaba sellada y firmada con fecha de 1 de agosto de 1915, el documento acredita la prestación farmacéutica anual del cual se harían perceptores dos personas de la familia, igualados, 6 pesetas, era el pago anual por la iguala. Pero lo curioso de aquella época, es que en el dorso aparecen las prestaciones… entre ellas, y las más variopintas, están benzonaftol (se utilizaba como desinfectante del tracto digestivo, nada más y nada menos), píldoras plateadas y doradas (una forma farmacéutica que se conseguía con el trabajo manual del boticario rematado con polvos talco), y si no tenías iguala, a pagar al contado las medicinas, salvo que se tuviera carné de la Beneficencia Municipal, como «pobre de solemnidad».



En 1942 se inicia el Seguro Obligatorio de Enfermedad y en 1944 se promulga la Ley Básica de Sanidad. Lo de los médicos y practicantes, más o menos lo mismo, solo que el médico (muchos) tenía en cada pueblo a un cobrador, que era el encargado de cobrar en dinero o en especie… el hombre, que sabía quién podía pagar y quién no, pues avisado el médico, se seguía dando servicio igual hasta que pudieran pagar el recibo. Al principio, cuando se cobraba en fanegas de trigo, el buen hombre tenía que contratar a un mulero para de la era, llevar el trigo al silo y allí ya cobraba en dinero… Luego, eran los propios labradores quien lo llevaba, y pagaban al cobrador o médico en metálico. Parece ser que el precedente más antiguo que se conoce sobre este sistema, se remonta al siglo XVI cuando se efectuaba el llamado «reparto del trigo de médicos» entre los vecinos, pues los honorarios de estos profesionales se percibían en trigo durante la época de la trilla.


Y vamos a dar una vueltina por nuestro querido León y provincia con esto de las igualas y los avenidos. Desde el colegio Oficial de Médicos de León, entre otras cosas, cuentan que «En 1942 se inicia el Seguro Obligatorio de Enfermedad y en 1944 se promulga la Ley Básica de Sanidad nacional. En 1947 se pone en vigor el Régimen de Igualas; en ese periodo era presidente D. Justo Vega Fernández». En otro apartado, y también fuera de León, vamos a poner lo que cobraban de media en el año 1965 a los que no tenían iguala; el médico, la visita de día 100 pesetas, y visita nocturna 150. El practicante cobraba, inyección a domicilio de día 20 pesetas, en consulta 10 pesetas y nocturna 50 pesetas. Y vamos a comentar algo sobre los herreros; cuenta un familiar de Manuel, uno de los herreros de la famosa herrería de Compludo… “En esos años también los habitantes de los pueblos cercanos de la Abadía de Compludo acudían a las manos del señor Manuel para arreglar herramientas, sus azadas y rejas de arado. Un trabajo que no siempre se pagaba en dinero porque, aclara su hijo, estaban los «avenidos», a los que cobraba en especie y le entregaban, por ejemplo, cuatro cuartales de centeno y tenían opción a arreglar la herramienta todo el año. «Las últimas rejas de arado las vendió por 37 pesetas». Y también, mi querido amigo y compañero de palabras, Fulgencio Fernández, en marzo de 2012 habló con Pepe, el Herrero de Valdespino de Somoza… «Hacía herraduras y herraba, rejas, cuchillos, hocines… y lo que quisiera mandar el cliente». También conoció viejas costumbres que hablan de la solidaridad de los pueblos, como la de «avenidos al pan del año», es decir, encargar trabajos y pagar en especies cuando se hiciera la cosecha. «Vete a ver si volverá el trueque, según dicen que está la cosa». Dejó escrito Pepe. Y recuerden… Matrimonio bien avenido, la mujer junto al marido…

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