domingo, 23 de agosto de 2015

NOTICIA: El día en que prohibieron el filandón

Filandón en un pueblo berciano. La costumbre no fue vista con buenos ojos por la Iglesia
 hasta bien entrado el siglo XX. - julio Á. rubio

 
Hoy BIC, antaño fue muy perseguido por amparar «encuentros licenciosos».
e. gancedo | león 23/08/2015 diariodeleon.es
Declarado Bien de Interés Cultural por las Cortes autonómicas, recreado en innumerables actos y semanas culturales a lo largo de todas las comarcas, alzado a los altares literarios y cosmopolita viajero por escenarios de medio mundo, de Gales a Nueva York pasando por Cuba y Colombia, el caso del filandón leonés constituye una buena prueba de cómo el paso del tiempo convierte en objeto de alabanza lo que antes se consideraba trivial, rústico, inculto... o incluso de lo más pernicioso.
 
El ‘pasado prohibido’ del filandón, esa costumbre nocturna consistente en cultivar la tertulia y el relato de historias al amor de la lumbre, varios vecinos del pueblo en una sola casa, no ha sido objeto de demasiadas pesquisas pero, en un reciente artículo aparecido en la revista Brigecio, el investigador y procurador socialista José Ignacio Martín Benito ofrece una amplia y muy documentada revisión de esta costumbre extendida por todo el Noroeste (reino de León, Asturias, Galicia...) y otros lugares peninsulares, y que incluye un capítulo dedicado a ‘la prohibición de los filandones’. Y es que en ellos se contaban historias de lobos, se jugaba a las cartas, se tarucaban unas madreñas, hilaban las mujeres (y de ahí viene el nombre, del leonés filar) pero no era raro que se acabasen sacando panderos y panderetas, se armase baile y jarana y la cosa acabase en el corral, la calleja o el pajar.
 
Llamado, según las comarcas, filandón, filandar, fiadeiro, serano, hilorio, hilandón o hila, las autoridades eclesiásticas no debían ver con buenos ojos esta usanza nocturna en la que se mezclaban mozos y mozas, e intentaron erradicarla «sobre todo a raíz del espíritu reformista impulsado por el Concilio de Trento (1545-1563)», como explica en su artículo este experto («entendían que de ellos se derivaban hechos que movían al escándalo, alteraban el orden público o eran contrarios a la moral»), impulsor por cierto de la iniciativa que convirtió estas viejas y nuevas veladas en BIC. Unas prohibiciones que podían incluir fuertes multas —y hasta penas de cárcel— y que están especificadas en sínodos como el de Oviedo de 1769, donde se legisló sobre los filandones con singular inquina: «Prohibimos generalmente dichas juntas y filandones, y mandamos a nuestros curas que no las permitan en sus parroquias...».
 
Martín Benito recoge órdenes pastorales impartidas por los obispos de León y Astorga a muy diversos pueblos de las actuales provincias de Zamora y León (y condenas similares en Portugal y Galicia), como Tabladas (la Cepeda), Estébanez de la Calzada, Trobajo o Castrillo de Cabrera, y en su libro Filandón, el también investigador Nicolás Bartolomé Pérez hace lo propio con la villa de Toreno. Eso sí, no parece que esta cruzada cosechara demasiados éxitos, pues las exhortaciones continúan hasta el siglo XX. En el XIX, en concreto, se emprendieron auténticas misiones encaminadas a acabar con estos espacios proclives a alumbrar «amoríos intempestivos». La misión de 1884 celebraba los ‘triunfos’ de Toral de los Vados y Hospital de Órbigo. «Cerráronse los hilandones, desterráronse los bailes de noche», consigna Martín Benito en su investigación.
Y no sólo la Iglesia quería suprimir los hilorios.
 
Algunos alcaldes también lo intentaron al acusarlos de propiciar «la embriaguez y la inmoralidad», y el artículo incluye la noticia de una pelea habida entre el alcalde y el teniente de alcalde del pueblo zamorano de Bercianos de Vidriales por haber prohibido aquel los filandones y éste desobedecerle al celebrar uno con motivo de la Nochevieja de 1850. La cosa fue a mayores en Rosinos de Vidriales, año de 1909, cuando un joven de 23 años mató de un navajazo a otro de 19, y también en Gamones, cuando un mozo propinó a otro un garrotazo en la cabeza que le causó una herida de siete centímetros.

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