Investigador: Francisco Javier Rúa Aller. Etnógrafo y Profesor del Departamento de Biología Molecular ULE.
Sábado, 16 de Noviembre 18,00 h.
Patio Espacio Peregrino. Planta Baja. Museo Etnográfico Provincial de León.
Mansilla de las Mulas. Actividad Gratuita
En la Semana de la Ciencia y en
coincidencia con los augurios climatológicos matanciles que comienzan con San
Martín, el Museo Etnográfico ofrece dentro del Programa de la PIEZA DEL MES, un
esperado análisis y conferencia sobre uno de los objetos más populares a la vez
que más simbólicos en el ideario popular, y que por lo prehistórico de su
factura e historia, aparece rodeado de un halo de misterio de caracteres mágico
protectores naturales relacionados con las tormentas para las sociedades agropastoriles
tradicionales.
Un consagrado especialista en
meteorología popular y especialmente recopilador en refranero popular del
tiempo como es el profesor D Javier Rúa,
nos introduce en la Meteorología popular, donde la preocupación por los
cambios atmosféricos ha estado presente en el hombre desde los tiempos más
antiguos, debido a la finalidad práctica de su influencia sobre las cosechas y
la obtención de pastos para la alimentación del ganado.
Los instrumentos empleados
fundamentalmente eran las observaciones directas de los cielos, a veces en
determinadas épocas del año, el comportamiento de los vientos, la humedad de la
tierra, etc. Muchos de estos conocimientos populares sobre el tiempo
atmosférico tienen su base real y se han ido manteniendo porque tenían sus
visos de certeza o cumplimiento.
Los pronósticos meteorológicos, que ha establecido desde siempre el
hombre del campo, pueden ser a corto, medio o largo plazo. Los primeros de
ellos están relacionados esencialmente con la llegada de las lluvias y
están basados en las señales del cielo (los
arreboles del amanecer o el ocaso, la presencia del arco iris, los halos de Sol
o de Luna y el brillo de las estrellas); las nubes, nieblas y vientos (las nubes de dirección, los altocúmulos o
“borreguitos”, las “nubes en toca” (nieblas en lo alto de las montañas),
los vientos cargados de humedad; el comportamiento de los animales (insectos, pájaros y otras aves, como gallos
y gallinas; el uso de sanguijuelas y ranas como barómetros vivientes) y
pronósticos por el entorno cercano (burbujas
en los charcos, señales del aumento de humedad en las casas (se desprende el
hollín, chirrían las maderas, las piedras se llenan de humedad, …; también en
algunas casas se emplean higrómetros sencillos como “el fraile del tiempo”, el “gallo
de Portugal”). Los pronósticos a medio plazo están basados en la
memoria y se conserva lo acontecido en otros años por medio de refranes: “Cuando marzo mayea, mayo marcea”, “Santos al sol, Pascuas al rincón”, “Buen tiempo en septiembre, mejor en
diciembre”, “La luna de octubre,
siete lunas cubre”, etc. Finalmente, los pronósticos a largo plazo
se basaban mayoritariamente en las “cabañuelas”,
“cabichuelas” o “surtimientos”, a veces realizadas por personas
especializadas, que pronosticaban el tiempo meteorológico para cada mes o
quincena del año venidero; también tenían interés, aunque carecían de rigor
científico, el empleo de almanaques,
que compraba cada familia, siendo muy empleado el “Zaragozano”, y con anterioridad el “Lunario”.
La piedra del rayo: Las
tormentas manifiestan un conjunto de meteoros (viento, relámpagos, rayos, truenos, lluvia y granizo). Dentro de la
mentalidad popular, el rayo o chispa eléctrica está asociada también a un
elemento pétreo, la llamada “piedra del rayo” o “ceraunia”
(también llamada en León “piedra de la centella” o “piedra de los
aires”), relacionada, materialmente, con hachas pulimentadas
prehistóricas desde el Neolítico a la Edad del Bronce fundamentalmente, o con
piedras de colores y formas singulares (incluso fósiles) que se cree que “son arrojadas por los rayos, se hunden siete
metros bajo tierra y al cabo de siete años suben a la superficie”. Hay
también varios testimonios que indican que la
piedra raja los árboles (chopos en León) y se puede quedar alojada en
ellos:
Esta piedra es conocida en
todas las culturas del mundo y varios autores han tratado de ellas a lo largo
de los siglos. En la provincia leonesa encontramos diferentes descripciones de
estos objetos por parte de personas que las han visto o incluso llegaron a
conservarlas en sus casas (pero raramente te las enseñan). Las consideraban un
amuleto de amplios poderes: se llevaban
en los bolsillos para proporcionar suerte y preservar de maleficios, evitaba
que cayeran rayos en las casas, no rabiaban los perros y sobre todo, en
León, tenían dos funciones importantes: servía para curar la mamitis de las vacas (se untaba con aceite y se
restregaban las ubres con ella) y curaba
de “los aires” a las personas (esto de “los aires” era una expresión
popular que servía para designar varias dolencias: gripes, dolores de cabeza, torcimiento de la boca, etc.).
ACTIVIDAD REALIZADA
ACTIVIDAD REALIZADA
D. Francisco Javier Rúa Aller, D. José Ramón Ortiz del Cueto |
Piedras del rayo |
D. Francisco Javier Rúa Aller |
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