e. gancedo | león 01/11/2013
«Antes, con un paisano solo bailaban todos; ahora son las orquestas grandes y no baila nadie». Salvador González, el insustituible acordeonista de Villanueva de Omaña, ha fallecido a los 81 años de edad, y con él se ha ido un gran arca de filosofía natural, de humor y de humanidad, y también ha quedado mudo ese instrumento con el que durante tantas, tantas horas amenizó fiestas y romerías comarcanas interpretando sin descanso chanos, jotas, valses, pasodobles, tangos y lo que le echaran. Tanta era su dedicación que hay quienes aseguran que después de muchos temas podía echar alguna que otra cabezada, pero, eso sí, sin dejar de tocar. La misa de funeral tendrá lugar hoy a las cinco de la tarde en la iglesia de Villanueva.
González había empezado a tocar con 14 años, acompañando a su hermano por los pueblos. «Yo iba copiando de él, que sabía algo, y así íbamos aprendiendo canciones, pero todas de oído, yo música no estudié nunca». Y condensaba perfectamente ese carácter autodidacta: «La mi academia de música fue siempre la cuadra...».
En agosto del 2011, cuando le reconocieron con el Premio Omañés del Año, además de meterse al público en el bolsillo desde el primer momento con un alegre desafío («bueno, y el que toque mejor que yo, ¡que suba!») y de interpretar brillantemente el chano y la grandiosa jota La Omañesa, no paraba de repetir: «No, hombre, no, si yo no merezco todo esto».
Vaya si lo merecía
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