Foto: Todo-colección-
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Micro-relato-Toño Morala
Andaba el invierno hurgando… que si un día de lluvia, otro de helada; pronto llegaría la nieve y las navidades. El abuelo tenía un nieto que le gustaba el ganado y la labranza; rondaba como unos ocho años, y le picaba la curiosidad montones de cosas que iba aprendiendo casi sin preguntar; pero lo que realmente a él le gustaba, era ordeñar a las dos vacas que había en la casa; pero claro, el abuelo no dejaba su tajuelo a nadie, no fuera que se lo pisara un animal, o se partiera una pata por mala posición. Al lado de la cuadra, tenía un pequeño galpón con un banco de trabajo y varias herramientas. Después de las labores, se ponía a serrar, a lijar, con el berbiquí primero con una broca pequeña, luego otra más gorda, no se fuera a abrir la madera… resoplaba, paraba, miraba la obra maestra que estuviera recta, le pasaba la mirada mil veces; que si estarían bien las patas… y llegaron los Reyes Magos, y por aquellos años, si traían una naranja, ya ibas bien. Cuando el chaval se levantó y vio el paquete a sus pies, se puso tan nervioso… - ¿Es para mí, es para mí…? A lo que el abuelo le contestó que sí. Lo abrió apresuradamente… y era un tajuelo que el abuelo había hecho en los ratos libres. Tan contento se puso, que fue a la cuadra y se puso a ordeñar con su nuevo tajuelo. Hoy en día, ese niño tiene casi sesenta años, y el tajuelo lo tiene en su salón con la foto de su abuelo todo sonriente.
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