Chavales en el río,
se lo pasan pipa.
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Autor: Toño Morala
Lo que les voy a contar es tan verdad como el olor a lluvia. Corría el año sesenta y siete o sesenta y ocho; habíamos llegado a Matallana de Torío a casa de unos tíos… después de comer y dormir un poco la siesta, nos fuimos al río; era verano, había mucha gente por las orillas y en el agua; al cabo oímos un par de voces de una madre muy distraída; pero que nos llamó la atención, e incluso nos hizo sonreír…- “¡¡Pepe…Pepe, como te ahogues te mato…!!”. Así fue, y así lo recordé para comenzar este bonito paseo por los veranos de río, colonias y campamentos juveniles. Imagino que la buena madre quería apercibir a su hijo del peligro de los pozos en verano en el río Torío. En aquellos años, aunque ya había alguna piscina por ahí, la forma familiar de divertirse era preparar la merienda y al río a bañarse a lo bruto con los amigos y amigas, y hacerse el valiente delante de los padres y demás. Recuerdo aquellos niños y niñas con las sandalias de agua, el flotador de pato que te dejaba huella en la barriga, los pelos desaliñados y aquellos trajes de baño que secaban en un minuto y que eran tan cortos que casi se veían los compases del alma… y los de las niñas, para qué vamos a contar. La cuestión era salir al río; la vida en verano era estar casi todo el día entre el agua, los renacuajos, las piedras, los bocadillos de mortadela y chorizo, alguna que otra gaseosa fresca… y negros como tiznos; en aquella época parecía que el sol no hacía daño, te despellejabas y punto… el resto lo ponía el tiempo que estuvieras a la orilla del río. Y así pasábamos unos veranos llenos de aventuras y amistad; también había alguna discusión, pero al rato todo quedaba olvidado. Hay que comentar que se ahogaban algunos adultos y niños, y también había accidentes terribles donde algunos quedaron parapléjicos o tetrapléjicos tirándose desde puentes o rocas y pegándose el gran batacazo. Pero la vida continuaba para el resto de mortales, y la diversión en el río estaba asegurada.
En otra ocasión estábamos en Mansilla, y vimos como algo mordió a un niño… como para no gritar; el pobre lloró todas las lágrimas de toda su vida. Le tuvieron que llevar al médico de guardia que en aquel entonces paraba en el hostal de La Estrella. En algunos ríos de nuestra Provincia había botes de madera y ya algunos hinchables que traían los asturianos generalmente; aquello sí que eran aventuras de capitanes y tripulaciones tremendas. A los buenos amigos y compañeros de navegación por los mares fantasmagóricos del silencio… lo peor era que el agua era escasa, pues todavía no se había embalsado en los pantanos de la montaña y el recorrido en barco era más bien corto, pero era lo que había y encantados de la vida. En otras ocasiones andábamos por entre el bosque de la ribera, en la orilla, y allí hacíamos casetas con ramas y hojas, y era nuestro cuartel general; no lo sabían ni madres ni padres; en alguna ocasión a alguno nos daban la gran bronca por marchar sin avisar; pero cómo íbamos a avisar… de esa manera nos descubrían el secreto de la caseta llena de lanzas y arcos de cuerda de las alpacas y flechas finas de avellano. Cuando se acababa el verano, nos poníamos tristes; los amigos se marchaban a sus ciudades… los abuelos también… y otra vez a la escuela.
Lo de las colonias y campamentos juveniles era otra cosa; ahí había disciplina y orden; todo medido y ordenado; todo era muy preparado, y además, como casi todos los campamentos eran de colegios de curas, pues a la vez te iban enseñando lo que ellos creían como “valores humanos”. Aquí no me voy a meter, que igual salgo trasquilado. Pero la cuestión era que a lo largo de nuestra montaña y cerca de las riberas de los importantes ríos se hacían campamentos fijos o en tiendas de campaña… Villamanín, La Vecilla, El Condado, Boñar, Cistierna, Villablino… y un montón más de pueblos, recogían los niños y niñas, así como jóvenes de hasta diez seis años más o menos y se tiraban quince días haciendo múltiples actividades tanto deportivas como de formación. Casi todos eran de la cercana hermana Asturias, y un solo fin de semana, los padres y hermanos podían visitar a los intrépidos campistas. La formación y actividades las daban gente más mayor y experta en varias disciplinas deportivas, de marcha, sobrevivencia, y hasta les enseñaban la forma de montar las tiendas, y de organizarse en ellas. Aquí los cocineros del campamento o colonia tenían que ser muy vivos y buenos profesionales, pues dar de comer a tanta gente joven y con ganas, no debía de ser fácil. Muchos de ellos viajan durante una quincena a la localidad leonesa de Villamanín, gracias a becas de CajAstur, que a lo largo del verano acerca a las instalaciones a más de 300 jóvenes. La Fundación Alimerka también colabora con la iniciativa sufragando los gastos de 40 críos. A estos se suman los que no cuentan con ayuda económica y procedente de alguno de los pisos de Nuevo Futuro. En la segunda quincena de agosto conviven en el campamento algo más de 100 niños acompañados por una decena de monitores titulados. La mañana comienza con la limpieza de las cabañas. Una competición sirve para animar a los chavales y así la limpieza de las estancias recibe todas las mañanas una puntuación entre 0 y 10. En cada una de las cabañas duermen durante 15 días grupos de 10 chicos.
Los más pequeños tienen su estancia en «la jungla», como se denomina en el campamento al grupo de barracones en los que los menores comparten estancia con uno de los monitores. La mañana está muy fría en la montaña, y es que viven un clima extremo.”Tenemos al lado el puerto Pajares y eso se nota. Por el día alcanzamos fácilmente 30 o 35 grados, y de noche puede bajar hasta dos bajo cero, el típico clima de la meseta, en palabras de un monitor de 30 años”. Las actividades comienzan después del desayuno. Los muchachos se dividen en grupos y se dirigen a un prado cercano para montar en buggie, skarts y quad. Estas actividades son de las que más atraen a la chavalería. A continuación, y aprovechando al máximo la mañana, pueden montar a caballo. Los más pequeños suben a la grupa con un profesor ecuestre que les da varias vueltas a un campo cercano de los barracones. Todos los niños quieren repetir a lomo de los animales, que se comportan de manera muy dócil y están perfectamente cuidados. “Hoy ha tocado paseo a caballo, pero otros días realizan actividades acuáticas en un pantano cercano, donde navegan en lanchas o se suben a enormes plátanos hinchables y flotantes, siempre con los equipos adecuados y con los chalecos salvavidas que permiten que las caídas se conviertan en risas”.
La seguridad es una de las obsesiones de los organizadores del campamento y así todos los niños y jóvenes participantes viajan con su tarjeta de la Seguridad Social y cuando abandonan las instalaciones portan, colgada del cuello, una tarjeta identificativa con su fotografía y datos personales. Pero lo más importante es la diversión y la convivencia. Algunos de los que acuden a Villamanín lo hacen alentados por amigos. Es el caso de uno de 14 años, que es la primera vez que participa en esta experiencia de convivencia. Le ha convencido su gran amigo, todo un experto que lleva seis años acudiendo a Villamanín. En lo que todos coinciden es en que “los monitores son los mejores”, como apunta uno de los chavales, que también debuta en el campamento y que, encantado, apostilla: “Se liga mucho”.
Equipo de fútbol en
Villamanín (León), campamento que
organizaba el Orfanato de Mineros Asturianos.
Año de 1950
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Los más pequeños tienen su estancia en «la jungla», como se denomina en el campamento al grupo de barracones en los que los menores comparten estancia con uno de los monitores. La mañana está muy fría en la montaña, y es que viven un clima extremo.”Tenemos al lado el puerto Pajares y eso se nota. Por el día alcanzamos fácilmente 30 o 35 grados, y de noche puede bajar hasta dos bajo cero, el típico clima de la meseta, en palabras de un monitor de 30 años”. Las actividades comienzan después del desayuno. Los muchachos se dividen en grupos y se dirigen a un prado cercano para montar en buggie, skarts y quad. Estas actividades son de las que más atraen a la chavalería. A continuación, y aprovechando al máximo la mañana, pueden montar a caballo. Los más pequeños suben a la grupa con un profesor ecuestre que les da varias vueltas a un campo cercano de los barracones. Todos los niños quieren repetir a lomo de los animales, que se comportan de manera muy dócil y están perfectamente cuidados. “Hoy ha tocado paseo a caballo, pero otros días realizan actividades acuáticas en un pantano cercano, donde navegan en lanchas o se suben a enormes plátanos hinchables y flotantes, siempre con los equipos adecuados y con los chalecos salvavidas que permiten que las caídas se conviertan en risas”.
Campamento de
Vegacervera.
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La seguridad es una de las obsesiones de los organizadores del campamento y así todos los niños y jóvenes participantes viajan con su tarjeta de la Seguridad Social y cuando abandonan las instalaciones portan, colgada del cuello, una tarjeta identificativa con su fotografía y datos personales. Pero lo más importante es la diversión y la convivencia. Algunos de los que acuden a Villamanín lo hacen alentados por amigos. Es el caso de uno de 14 años, que es la primera vez que participa en esta experiencia de convivencia. Le ha convencido su gran amigo, todo un experto que lleva seis años acudiendo a Villamanín. En lo que todos coinciden es en que “los monitores son los mejores”, como apunta uno de los chavales, que también debuta en el campamento y que, encantado, apostilla: “Se liga mucho”.
En La Vecilla…
la famosa tirolina.
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