Los antiguos celebrarán el solsticio de invierno llamando a los démones, almas del pasado que iban de casa en casa pasando revista. Los romanos adaptaron las fiestas y la iglesia trató de prohibirlas haciendo que se refugiaran en el carnaval. Una historia de antroidos. parte del acervo cultural de la provincia. Guirrios, zafarrones o campaneiros. Es tiempo de mascaradas...
14/01/2018
Hay que remontarse hasta la antigüedad. Entonces el invierno ya se colocaba la máscara. Antruejos, antroidos, que han llegado hasta nuestros días dando un periplo por la historia, refugiándose en el Carnaval y sorteando la censura para demostrar que lo verdaderamente arraigado en el pueblo es imposible de borrar. Entramos en tiempo de máscaras, de tradiciones ancestrales. Un viaje por los siglos que el investigador cabreirés Iván Martínez Lobo ha documentado.
En la provincia, y en general en todo el noroeste peninsular, las mascaradas siguen los mismos patrones, esquemas que han quedado grabados en las memorias de los más mayores y que han ido pasando de generación en generación, adaptándose y llegando hasta nuestros días. «Cabrera, por ejemplo, ha configurado un paisaje cultural que ha permitido conservar estas tradiciones», explica, consciente de que en aquellas zonas donde antes llegó la autoridad (entendida como figura de poder, administraciones, iglesia...) o en aquellos pueblos más próximos a vías de comunicación principales estos antruejos desaparecieron o se fueron adaptando de una manera más rápida.
La intrahistoria de las mascaradas leonesas abre un mundo de mitos, ritos y leyendas que han llegado hasta la actualidad. Martínez Lobo parte de los pueblos prerromanos para explicar que los antiguos concebían el tiempo de forma circular, donde las cosechas, los solsticios y los equinoccios se repetían. En esta idea cíclica, lo único fijo era la luna cada noche. Esta influencia tomaba su punto álgido en el solsticio de invierno. «Cuando la luz vencía a la oscuridad», dice el experto, y los días comienzan a ser más largos que las noches. «El pueblo celebraba esta transición con los ‘démones’, almas del pasado que salían por las casas a pasar revista para ver si merecían entrar en la luz», asegura. «Ir de casa en casa es la base de la petición de aguinaldo de los antruejos».
Y de aquí viene el resto...
Con la llegada de los romanos, el Imperio fue asumiendo todas las fiestas anteriores. La del solsticio pasó a las fiestas saturnales, del Sol Invictus, momento en que los ciudadanos se cambiaban los papeles y se hacían regalos. Usos y costumbres ya heredadas que fueron configurando el panorama... Los romanos también incluyeron nuevas fiestas, que a la larga introdujeron elementos en las mascaradas. Son las Lupercales, dedicadas a Fauno Luperco (Las Candelas, de febrero). En ellas los mozos demostraban el paso de jóvenes a adultos matando un carnero y revistiéndose con sus pieles, utilizaban elementos fustigadores y salían a por las mujeres como rito de fertilidad.
Roma, sin embargo, necesitaba un calendario para contar los días. Añaden los meses y se configura un almanaque de 304 días. El primero tenia 10 meses, a contar desde marzo, y no sería hasta el 700 a.C., cuando se empezaron a computar doce mensualidades. «Este orden nuevo que se va configurando hace que el solsticio de invierno vaya invadiendo febrero y acabe incorporando las fiestas Lupercales», esgrime Martínez Lobo. En el 45 a.C, Julio Cesar impone un calendario de 365 días, aunque el actual no se adoptará hasta 1.582: 12 meses y 356,24 días. Un baile de fechas que directamente va moviendo las fiestas.
El cristianismo trató de prohibir estas costumbres, base de los antroidos, aunque la Iglesia, adaptó las creencias a estas fechas y «establece el nacimiento de Cristo en el Solsticio de Invierno, precisamente cuando la luz vence a la oscuridad. De hecho, el santoral solo celebra dos nacimientos, el de Jesucristo y San Juan Bautista, coincidiendo con los solsticios», apunta el investigador.
La religión no acabó con las mascaradas. Cuenta Martínez Lobo que en la Catedral existen testimonios de que se siguieron celebrando bajo el nombre de Fiestas de los Locos, en la Edad Media. Cuenta que en León coronaban a un burro y lo metían en la Seo. «Las prohibiciones permitieron que muchas de estas fiesta se celebraran bajo el paraguas del Carnaval y hayan llegado hasta nuestros días. No se pudo acabar con ellas porque llevaban siglos arraigadas en el pueblo. Sus cosechas dependían de ello. Su vida dependía de ello».
Es curioso —resalta— como en Zamora estos antroidos se han mantenido más cerca del solsticio, igual que en Asturias. Sin embargo en diferentes zonas de León se han trasladado hacia las fechas del Carnaval.
Con este enorme sustrato cultural asumido durante siglos, las mascaradas mantienen rasgos comunes heredados de esta vieja historia. Todas, dice el experto, nacieron al abrigo del solsticio de invierno y utilizan máscaras zoomórficas. Las pieles, los cuernos, son rasgos idénticos, igual que los cencerros y las campanas. Utilizan elementos fustigadores, la petición de aguinaldo y mantienen la ‘creencia’ en los ritos de fertilidad.
Todavía hoy día, sigue el investigador, «las máscaras de los antruejos no cubren, representan a esos personajes. Nos revestimos, no nos disfrazamos, nos convertimos en ese ser».
Con el paso del tiempo, esos démones pasaron a teatralizarse y aparecen nuevos personajes. Se incorpora a la mujer, se hacen coplas, comienza a cambiarse la fecha original, desaparecen algunos elementos o se adaptan y se va derivando a lo que en León se conoce como ‘Correr el Carnaval’.
Sin embargo, ligados a las mascaradas aparecen nuevos personajes y se incorporan oficios tradicionales. Son frecuente la vieya —que representa a la madre naturaleza—, la tarasca o tarara, la gomia, el oso en la mitad norte de la provincia, y el toro, en la mitad sur, las madamas, originalmente encarnadas por hombres... Los personajes principales como el Guirrio, el Zamarrón, el Jurru, el Campaneiro... siguen siendo quienes portan los elementos fundamentales. El experto sostiene la existencia de una teoría paralela, que mantiene que estos personajes eran, originalmente, encarnados por el chamán de la tribu.
Para hacer frente a la Reforma Protestante, nace la procesión del corpus y ligada a ella los danzantes, y en algunas localidades las birrias. También la tarasca entra en juego en este momento. El círculo se va cerrando hasta llegar a la configuración actual. Actualmente en la provincia existen 21 mascaradas vivas, desde el Órbigo, a la Montaña. Desde el Páramo a Cabrera. También hay documentos de que existieron más como el antreujo de Carrizal de Luna, de Curueña, el Graciosu de Santa Eulalia, los Remixacos de Quintanilla de Losada, Los Campaneiros de Manzaneda o el Campanón de Villar del Monte.
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