Un momento del paso de las reses por la capital leonesa. RAMIRO |
Es camino con dos trayectos; este de la segunda quincena de agosto, devuelve a los rebaños a las llanuras y vegas, después de liquidar el pasto de montaña que se acomete al final de primavera y deja tres meses de escenarios bucólicos en los puertos alpinos del cordal de León. Es un ritual tan viejo como el propio manejo ganadero, que ahora aparece pintoresco, con las reses en marcha por los mismos caminos que se emplearon de forma secular, veredas y cañadas que sujetaron la economía del país, hoy alfombradas por asfalto y aglomerado. La relevancia del paso de las ovejas por la capital leonesa, en ese trasiego de ida y vuelta al paraíso estival, sostiene un ecosistema en pie, que de otra forma empobrecería el paisaje y convertiría al territorio en legado desleal con el patrimonio natural que lo define. Lo de menos es la estrofa de la canción tradicional, sobre a dónde van los pastores; a la Extremadura o a las vegas de León.
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