miércoles, 8 de noviembre de 2017

COLABORACIÓN; TELEFONISTAS: ¡Dígame…aquí Mansilla!

Autor: Toño Morala

Menuda tela…aquí la operadora tenía trabajo a mansalva.

La implantación del teléfono se produjo casi simultáneamente con su invención. La llegada de los ferrocarriles, del telégrafo, del propio teléfono, de los coches y otros avances, transformó y modificó los espacios locales, regionales y nacionales. Las innovaciones tecnológicas tuvieron un papel fundamental para la industrialización y el comercio, pues permitieron la disminución de las distancias existentes entre los diferentes puntos del territorio. Uno de los inventos más necesarios fue el del teléfono, pues la comunicación entre las personas para hacer negocios, o esa necesidad de comunicarse a través de la voz, esa calidez y cercanía, no la tenían las cartas, y mucho menos los telegramas.

La simpatía y buena educación eran primordiales
 a la hora de trabajar de telefonista.

 Y de estos avances nacieron nuevos oficios, nacieron nuevas formas de expresión y cultura; nacieron las Telefonistas. Mujeres que al frente y de frente a una centralita, rodeadas de cables, clavijas, con los auriculares colgados, una simpatía a prueba de malas leches y malos humores, conectaban a los usuarios de varios pueblos o ciudades. Cuando se inventó el teléfono no existía un método automático de conectar las líneas. Antes de que aparecieran las primeras centrales mecánicas el oficio de telefonista era respetado, pero con el perfeccionamiento de los aparatos telefónicos y de las centrales, esto ya no ocurrió y la operadora cortaba la comunicación cuando el abonado le enviaba una señal. El proceso era simple: los aparatos telefónicos estaban conectados a la central telefónica por uno hilo, el aparato tenía una manivela que el abonado movía para llamar a la telefonista en la central, y ella hacía la conexión. Al terminar, el abonado movía la manivela en sentido contrario y la telefonista recibía la señal de desconectar. Con el aumento del número de abonados fue necesario dividir las centrales por sectores geográficos y, consecuentemente, aumentar el número de trabajadoras.

Línea de unas señoritas telefonistas en plena faena.

Las telefonistas en España aparecieron en 1881, cuando la empresa de telefonía comenzó a utilizar las centrales manuales. En los primeros años este trabajo fue realizado por hombres, que fueron rápidamente sustituidos por mujeres. Las primeras telefonistas trabajaban de pie, frente al cuadro de comunicación y eran supervisadas por otra persona; normalmente la supervisora sabía de memoria el nombre y el número de todos los abonados, y cuando no lo sabía lo tenía apuntado en una libreta. 

A finales del siglo XIX, y las jefas de operadoras
 vigilando el tinglado.

Con la modernización de las centrales telefónicas las telefonistas pasaron a trabajar sentadas. Las primeras telefonistas no necesitaban ser especialmente hábiles, ya que solo habían de hacer un trabajo repetitivo, conectando y desconectando los cables. Tenían que ser, en cambio, extremadamente discretas, pues eran las únicas personas que conocían todo lo que se hablaba por teléfono. Eran ellas las que realizaban la conexión entre los abonados; la persona llamaba a la telefonista, informaba con quien le gustaría hablar, y a través de los cables de la mesa la operadora conectaba con el otro aparato. Las primeras telefonistas no sabían cuando la persona terminaba de hablar y era habitual que intervinieran en medio de la conversación.

Menudo lío de cables y clavijas.

Los centros telefónicos en las áreas rurales aparecen como una articulación entre el mundo urbano y el mundo rural. El teléfono permitía este contacto, pero resultaba demasiado caro conectar solamente una línea de un punto a otro; era preciso crear mecanismos que facilitasen las comunicaciones y que no fueran costosos para el propietario. La solución encontrada fue la construcción de centrales telefónicas rurales que estarían conectadas a la central telefónica en el núcleo urbano. La telefonista de las centrales rurales tenía el mismo régimen de trabajo que la de las telefonistas urbanas, pero como atendía a pocos abonados, muchas veces ella era la fuente de información del pueblo; informaba de los resultados de las elecciones, de la avería del coche de línea, de la llegada de los trenes; funcionaba generalmente como si fuera la radio. Muchas veces las telefonistas rurales tenían la central telefónica instalada en una habitación de su casa, y los horarios y el ritmo de trabajo eran realizados de acuerdo con la cantidad de llamadas, por lo que era más libre y flexible. Tenían una buena consideración social y su retribución en general, aunque peor que en los puestos similares de la C.T.N.E. era superior al del resto de las ocupaciones femeninas de parecido cometido.

Dando línea a un pueblo desde la cabecera de comarca. 

A principios de los años 30 las encargadas ganaban 300 ptas. al mes, las telefonistas de segunda 250 ptas. y las de tercera (locutorios sin abonados) 150 ptas. En un principio, para trabajar en las empresas telefónicas las mujeres habían de ser solteras, tener entre 16 y 26 años de edad, además de tener agilidad en los brazos para alcanzar los números de la parte alta de la central telefónica. Las compañías telefónicas pedían un certificado de buena conducta expedida por la autoridad local; certificación facultativa expedida por dos médicos, constando que la interesada no tenía ningún defecto físico que le impidiese cumplir los deberes de su cargo, exhibir la cédula de identificación personal y la indicación firmada por alguna familia pudiente, lo que llevó a muchas señoritas de las clases medias a trabajar como telefonista, pues tenían una buena educación; sabían leer, escribir y hablar algún idioma. Al contrario de las telegrafistas, normalmente en las centrales telefónicas no existían las cuotas para las viudas, hijas y hermanas de los funcionarios o con grado de parentesco, y muchas telefonistas eran despedidas al contraer matrimonio. Cuando la llamada duraba tres minutos, la telefonista avisaba al abonado (salvo en los casos que él pedía que no se hiciera), reiterándole la advertencia a los 6 minutos y así sucesivamente cada vez que transcurría este intervalo de tiempo.

En la centralita de la casa…
y con el Telefunken en la mesa.

En los pueblos la cosa era de otra manera. El conocerse todos los vecinos, los hijos e hijas emigrados que llamaban de vez en cuando a los padres y hermanos, sobre todo por navidad, o cuando además pedían unos dineros, pues o bien se había acabado el trabajo, o bien los pedían para volver. La cuestión era fácil, una llamada conferencia para que dieran aviso al vecino; la telefonista mandaba aviso por alguno que pasara en el momento, o se acercaba un guaje hasta la casa con el recado que en media hora llamaban del extranjero…y algún que otro enamorado que estaba también fuera y llamaba a la novia.

Maruja y su madre Claudina en la inauguración de la Centralita
 de Teléfonos de Mansilla en 1955. Hermana y madre
 de Jesús Fernández Salvador, el carnicero ilustrado.

En Mansilla, la central telefónica se inauguró oficialmente en 1955, en un principio la llevaban Claudina y sus hijas Maruja y Pilar, pero dado el inmenso trabajo de telefonía, rápidamente tuvieron que contratar a operadoras para atender la gran demanda de más de 22 pueblos, los negocios y los particulares. Todo un rosario de nervios y emociones a través del teléfono.

En el centro Lucia, a la derecha Carmina
 y al fondo Pacita, tres de las operadoras de Mansilla.

Lucia con los auriculares y Orencio Cuesta, el celador 
de la Comarca de Telefónica.

Y no olvidemos el cortejar a las telefonistas…esta historia es verdadera…"Don Emiliano, adorador de Rosita, la telefonista, era un hombre ancho de espaldas, cuellicorto, algo apoplético y más bien calvo. Tenía unos cincuenta años y llevaba unas gafas con montura dorada, de mucho aumento. Estaba en La Robla desde hacía un año, como representante de una compañía de minas asturiana. Era viudo y sus dos hijos de dieciocho y veintidós años, estudiaban en Oviedo, donde vivían con sus abuelos maternos. La telefonista se daba cuenta de la pasión que había encendido en el corazón del cincuentón. El buen señor se pasaba todo el día solicitando conferencias, cuanto más complicadas mejor, lo cual le facilitaba una excusa para permanecer horas enteras sentado en una banqueta, delante de la ventanilla, viendo cómo su adorada Rosita manipulaba las clavijas con sus ágiles dedos. Todo el pueblo se había dado cuenta de lo que ocurría en el teléfono, pero Rosita se hacía la ingenua y se dejaba obsequiar continuamente por el asturiano. Al principio, los regalos eran de poca importancia: unos caramelos traídos del famoso Diego Verdú, un pañuelo con un pajarito bordado, un alfiletero de hueso a través de cuya tapa, cerrando un ojo, se veía la imagen de la Macarena, una cajita de cartón cubierta de conchas..." 

Una simpática operadora de una villa ya grande.

Una de las que trabajaron de telefonista fue Clara Campoamor, la defensora de los derechos de la mujer y principal impulsora del sufragio femenino en España logrado en 1931, y ejercido el derecho en las elecciones de 1933.



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