E. Gancedo león 27/11/2011
Cuando el fotógrafo Amando Casado recibió la llamada urgente de su amigo y colega Jesús Palmero para que viera un «material sorprendente» que le acababan de entregar en el pueblo de San Román de la Vega, un estremecimiento le recorrió el cuerpo, previendo quizás de forma instintiva lo extraordinario del hallazgo. Y eso que hablamos de una persona bien acostumbrada a tratar con vestigios sobresalientes en la historia de la imagen dada su calidad de fotógrafo, editor y, sobre todo, investigador de cuyas manos, esfuerzo y paciencia han salido ya varios libros dedicados a maestros leoneses de esta disciplina. No tuvo que recorrer mucha distancia Amando Casado, pues el ponferradino lleva muchos años afincado a las afueras de Astorga, y San Román, donde reside Palmero, se encuentra a escasos tres kilómetros de la ciudad bimilenaria.
Allí le esperaban 73 objetos cuyos secretos comenzaron ambos expertos a desentrañar lenta y pacientemente, aunque al mismo tiempo espoleados por esa pasión por las instantáneas que les lleva consumiendo toda la vida: fueron unos albañiles que realizaban obras en una casa del pueblo quienes encontraron en el desván, entre las tejas y cubiertas de barro, un buen número de gruesas placas de cristal de 12 por 18 centímetros que parecían, al menos a primera vista, exponentes de unas de las más antiguas técnicas fotográficas. Los dueños de la casa, sabedores de la dedicación de Palmero a la imagen, el arte y la documentación, se las entregaron para que las analizara. Y en ello lleva cerca de año y medio junto con Amando Casado, quien recuerda cómo sucedieron aquellos momentos. «Las placas estaban llenas de barro, pero la emulsión se había conservado bastante bien»; eso sí, exceptuando el pequeño incidente sucedido cuando uno de los primeros descubridores intentó lavar con agua una de las placas para quitarles la suciedad. «La emulsión es como el azúcar, en cuanto le cae una gota de agua, se deshace», aclara Casado, por lo que rápidamente acudieron para impedir que continuara una ‘limpieza’ que al final tan sólo estropeó un pequeño fragmento.
Ya en el estudio, la sorpresa. Para tan inquietos investigadores de la fotografía y de la historia de ésta, resulta difícil concebir mayor tesoro. Las 73 placas, una vez positivadas y digitalizadas, les desvelaron una serie de escenas de inmenso valor etnográfico e histórico cien años después de haber sido realizadas, y al mismo tiempo, abrieron por sí mismas nuevas perspectivas en la historia de la fotografía leonesa, pues al menos una parte de ellas podría datar de finales del siglo XIX y disputar a nombres como Cordeiro, Gracia y otros, los títulos de pioneros de este arte en nuestras comarcas.
Pero entonces, ¿quiénes fueron los artífices de estas escenas, quiénes tomaron estos retratos que parecen mirarnos desde el otro lado del tiempo? Amando Casado y Jesús Palmero decidieron organizar una serie de encuentros con vecinos del pueblo para que fueran éstos quienes les ofrecieran pistas sobre el origen de las fotos: «Fue muy interesante porque había ancianos, mayores de ochenta años, que reconocieron rostros, lugares y personas, alguno incluso aparecía en ellas». Y así, «aunque todavía no hemos podido datar con exactitud todas las imágenes, sabemos que están hechas entre los años finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX», aduce Casado, mostrando cómo en alguna aparecen fechas concretas, por ejemplo la que refleja la inauguración del lavadero-pilón del pueblo en el que aparece tallado el nombre del benefactor, Eleuterio Canseco —un indiano—, y un año, el de 1921. Y en una comunión figura una bandera con otra fecha bordada, 1914.
Finalmente las pesquisas arrojaron un nombre, el de Juan Geijo, chocolatero del lugar, emparentado con otros importantes industriales astorganos y hombre de posición acomodada que no era fotógrafo de profesión sino que, al parecer, lo hacía por afición, «un hobby muy caro en aquellos tiempos», aduce Casado. De su máquina salieron escenas tan asombrosas como un taller de construcción de carros en plena faena, uno de los primerísimos vehículos que transitó por San Román y lo que parece una reunión de masones al figurar todos los hombres cogidos de la mano, así como muchos retratos y muchas familias de la aldea, «una de ellas, por ejemplo, de diez hijos», donde el interés por la indumentaria, la estructura familiar o la tipología de las casas alcanza, ante los ojos actuales, muy altas cotas.