sábado, 4 de julio de 2015

NOTICIA:La tierra olvidada: un viaje por la Cabrera en 1957

 
Mujeres en la fuente

 
ALFONSO GARCÍA 28/06/2015 diariodeleon.es
Salvador Pablos publicó en el Diario ocho reportajes sobre la comarca a los que más tarde dio forma de libro . Filandó n «Una idea tomó cuerpo en mí hasta convertirse en obsesión: ver personalmente la realidad de La Cabrera» La Cabrera fue uno de los grandes y últimos mitos geográficos, con sus consecuencias literarias Pablos estuvo acompañado por el dibujante Fernández Redondo, que no cesó de tomar apuntes en el viaje 

El mito de la Cabrera

La Cabrera fue uno de los grandes y últimos mitos geográficos, con sus inevitables consecuencias literarias. Al margen de los trabajos con diversos enfoques —son muy atractivos, también por complementarios, los estudios lingüísticos de Concha Casado o García del Castillo, este con más raíces literarias—, la literatura sustanció notablemente su presencia en esta comarca leonesa. La bibliografía es abundante,  José Aragón y Escacena —muchos viajeros no lo conocían—, que publicó en 1912 la novela Entre brumas. « Hoy en día, esta obra es una herramienta imprescindible para quienes se dediquen al estudio de la etnografía, el costumbrismo o la lingüística de aquella comarca». Desde la Cabrera, donde residió durante muchos años, levantó una extraordinaria obra literaria
uno de los mejores y más sensibles conocedores de la comarca —como lo son, como pintores en este caso, Severino Carbajo y Pilar Ortega—, Manuel Garrido Silván. Escrito en Cabrera, La Cabrera transitiva, Leyendas cabreiresas, Dulce olor a lilas. Relatos cabreireses… son títulos que nunca pueden perderse de vista.
 
Atraídos, sin duda, por el mito y significado de la Cabrera, no son pocos los que, desde fuera, acercan a la comarca sus propuestas e intereses literarios. Es el caso, por poner algunos ejemplos, de la obra citada de Ramón Carnicer, Antonio B… ‘El Rojo’, de Ramiro Pinilla, o la que motiva estas páginas.
«Una idea —escribe Salvador de Pablos en las páginas iniciales del libro— fue tomando cuerpo hasta convertirse en obsesión: ver, personalmente, cuál era la realidad de La Cabrera, de sus tierras, de sus gentes».
 
El objetivo era claro. Empezaban los preparativos, aunque predominó, en todos los sentidos y felizmente, la improvisación viajera de un viaje realmente literario. Salvador de Pablos no fue solo. Le acompañó el pintor Fernández Redondo.
 
«Fueron pastores de antaño los fundadores…»
Marcado un itinerario, que aparece como ilustración, en la segunda quincena de agosto emprendieron el viaje. Truchas era la referencia inicial. «Ahora los concejos —informa uno de los personajes con quien conversa— van a colocar en lo alto un monumento al Sagrado Corazón de Jesús. ¡Se ha de ver desde muy lejos, ya lo creo!». Y desde Truchas, siguiendo el sentido de las manecillas del reloj, el recorrido, que finaliza en la localidad de partida. Iruela —«sobre cimientos naturales de roca»—, Villarino —«breve conjunto de casas asentadas sobre cimientos de rocas como tantos otros»—, Santa Eulalia —«casas bajas, de una sola planta, con techos de pizarra formando plano inclinado o cubiertos con paja de centeno»—, La Baña —«como abandonado a sí mismo, silencioso y casi satisfecho en su dormitar a lo largo del tiempo»—, Losadilla, Encinedo —«diluido entre pardos, grises y verdes»—, Quintanilla —«un pueblo importante, seguramente el más importante en relación con todos los de los alrededores»—, Nogar —«semiescondido entre alcores y riscos»—, Saceda —«en lo alto, casi por encima de las nubes»—, Corporales —«un pueblo como tantos otros, su aspecto es a primera vista desolador»—, Baíllo —«se diluye entre la tierra en que se asienta»—. Y Truchas de nuevo. Fin del viaje. Pero en el viaje había quedado una pregunta dura en el aire: «¿Qué finalidad tiene la pervivencia de estos pueblos y aldeas perdidos en recovecos apenas accesibles de la montaña? Nos han explicado más tarde que fueron pastores de antaño los fundadores de estos asentamientos que hoy subsisten por inercia, sumidos en la pobreza y obligados al trabajo duro sin apenas compensación».
 
 
Taberna de Francisco en Quintanilla
El trayecto sirve para describir el paisaje, para charlar con unos y con otros, con hombres y mujeres, con curas y con maestros, con niños, jóvenes y ancianos. Y la palabra abandono es la más repetida, la que sustenta la principal queja de los cabreireses. Y detrás de ella, como justificación que se va concretando, los problemas médicos y educativos, el desconocimiento de que son objeto, el aislamiento y la imperiosa necesidad de carreteras, la progresiva parcelación del terreno («La bouza no da mucho de sí…»), la endogamia, la luz («El alumbrado con candil o con petróleo es lo normal en los pueblos y aldeas del interior»), la necesidad de explotación de los minerales que, según cuentan, hay en el territorio… «La Cabrera —concreta don Ángel, el cura de La Baña—, tradicionalmente atrasada y sólo comparable a esa otra que la llaman Las Hurdes, apenas despierta otro interés que no sea el folklórico. Nadie se acuerda de ella si no es para criticarla, censurar todo lo suyo, señalar su tremendo atraso y sus condiciones de vida, que son… lo que son. Y aquellos, los de las Hurdes, todavía tuvieron el honor de ser visitados por el rey don Alfonso XIII, aunque tampoco les sirvió de mucho, me parece a mí, pero esta es una tierra olvidada».
Aunque «dos temas: la pobreza y las carreteras, nos acompañarán a lo largo de todo el viaje», no cabe la menor duda de que en algunos momentos se atisban también ilusiones y esperanzas. La obra es testimonio y documento. También del paisaje, cambiante y maltratado en algunos puntos, pero, sobre todo, de la casa cabreiresa, de apuntes folklóricos, etnográficos, legendarios o simplemente llenos de curiosidad. Destaca e incide el viajero en la dimensión humana de estas gentes tan hospitalarias: «Más tarde comprobaría que el amigo José María es la primera muestra de un modo de ser tan frecuente en La Cabrera. El sentido de la hospitalidad, el deber de la acogida al forastero es una constante en estos hombres y mujeres que unen a esta cualidad un recato que lejos de ser timidez, es un respeto digno y ejemplar».
 
«… Porcentaje de despoblación alarmantemente alto»
Hay que decir que el primero de los viajes (1957) es, a mi juicio, el más interesante. Escrito, además, con la agilidad que permite una fácil lectura, los diálogos, frescos, suponen una interesante contraposición a lo puramente descriptivo.
 
Como se ha dicho, el libro recoge un segundo viaje, realizado por los dos mismos protagonistas en el mes de septiembre de 1991. Se trata de un viaje de comprobación, de contraste. Hay que subrayar, sin embargo, algunas circunstancias. Que han pasado treinta y cuatro años desde el primero. Que Salvador de Pablos y Redondo han estado ausentes de León durante una buena parte de ese tiempo. Que ahora lo hacen en coche. Como muy interesante en ambos casos —no forma parte de los reportajes, solo del libro—, un capítulo inicial en que se ofrece, en síntesis, el pulso de la vida de la ciudad y la provincia (político, social, económico, cultural, político…), lo que supone no solo ofrecer un contexto, sino, y tan importante, el contraste que el lector puede observar.
Desolación es igualmente la palabra última del Punto final, después de haber vuelto a ver y sentir, a conversar y comprobar. «Porque aquellos que pudieron hundir sus manos en ella hasta lo más profundo, para recuperarla, para salvarla acaso, optaron por ir en busca de otros horizontes y otras esperanzas renovadas; la juventud la volvió la espalda a la espera de su despertar, en tanto que una visión cósmica de las economías de alto nivel establecía urgencias preferentes al margen de los olvidados; los ancianos, aquellos que perdieron la facultad de soñar porque la tierra no se engrandece con sueños sino con realidades, esperan hoy el momento definitivo en que ellos, como sus propios hogares, como sus propios pueblos, sean enterrados definitivamente por el olvido y la indiferencia».
 
Apunta Salvador de Pablos, en el segundo viaje, además de la innegable mejora de la vivienda, las posibles excepciones a la decadencia y alarmante despoblación que ponen en peligro la desaparición de algunos pueblos: «Los tres primeros pueblos que dejamos atrás, Losadilla, Encinedo y Quintanilla de Losada, pertenecen al municipio de Encinedo. Son pueblos cuyo perfil apenas ha variado a lo largo de treinta y cuatro años y solamente la mancha blanca de alguna edificación de nuevo cuño altera el conjunto. No ocurre lo mismo en cuanto a población se refiere: todos los pueblos del municipio, a excepción de La Baña y posiblemente Quintanilla de Losada, han experimentado bajas sensacionales, de tal manera que desde 1960 a 1986 el porcentaje de despoblación es alarmantemente alto, si bien queda un tanto mitigado en cuanto al conjunto se refiere por el crecimiento espectacular de La Baña industrializada y el más leve de Quintanilla».
Un viaje, en definitiva, para no olvidar.

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