jueves, 24 de mayo de 2012

COLABORACIÓN: EL BARQUILLERO

Autor: Toño Morala

¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena! ¡Galletas de miel…! El barquillero, el hombre del bombo de chapa y redondo de colores con una ruleta en la tapa  y una cesta de mimbre. Abría el bombo y dividido  en dos partes te vendía la galleta de pico o el barquillo. Riquísimas las galletas de miel…Dependiendo de la zona, las fábricas de estas maravillas para el paladar eran familiares; bastaba un  pequeño horno de leña, una encimera de azulejo blanco y hacer los barquillos y galletas con una masa de harina de trigo sin levadura, azúcar, canela y miel. Algunos  también fabricaban las buenísimas obleas.

En las plazas de las ciudades, pero sobre todo en los parques era muy habitual el ver a los barquilleros. Los niños nos arremolinábamos alrededor de los mismos, a ver si de esa manera la madre o el padre nos compraban alguna galleta. Jugando en los parques la estampa casi siempre era la misma; las madres hablando por los codos, los padres si era domingo, leyendo alguna cosa, los abuelos sonreían las peripecias de los nietos, mientras los patos en la pequeña laguna esperaban las migas y algún que otro trozo de galleta o barquillo. Los guardas con su impecable traje de pana y sombrero, te miraban de reojo, mientras las hebillas doradas de sus trajes brillaban como medallas de oro. En algunos parques había  un par de columpios y  un tobogán grandísimo, algunos tenían hasta siete peldaños para subir…el suelo era de láminas de madera y a veces algún tornillo flojo te dejaba huella en las nalgas y un siete en el pantalón corto. Ahí la madre era inconmensurable, dos azotes y bronca, y para casa llorando entre berrinches y palabras de culpabilidad. Menos mal que aquella mercromina lo curaba todo.

En otro tiempo gritaba el barquillero… ¡Clavo…! La ruleta marcaba clavo, es decir, se había parado en uno de los cuatro tornillos que sujetaban la ruleta, por lo que el jugador perdía todos los barquillos  acumulados. Ese  era el juego, aunque casi siempre la gente compraba los barquillos y galletas directamente, era más rentable; así y todo la picaresca en tiempos apretados hacía que algunos barquilleros tuvieran trucada la ruleta; bien los tornillos más flojos o la máquina desnivelada a su favor y así poder intentar engañar al jugador.

Las mozas y mozos retozaban entre sonrisas y de vez en cuando, si  había dinero, se acercaban al barquillero y muy cortésmente le compraban una galleta o barquillo a la moza. Casi siempre compartía  un trozo con el  novio, y así transcurría una tarde de domingo en esos parques de barquilleros, patos, toboganes y columpios, árboles con amplia sombra y bancos de reposadas maderas y armazones de hierro fundido que terminaban en formas enrevesadas.

Con la caída de la tarde, el barquillero ponía sobre su espalda el bombo de chapa y lentamente desaparecía entre la multitud. ¡Barquillos de canela y miel…que son buenos para la piel…!







3 comentarios:

  1. Aunque no he vivido esa época. Este relato me ha hecho recordar mi niñez, y a conseguido que formara parte de ese parque imaginario. Un verdadero placer que compartas esa antigua figura del barquillero con nosotros. Muchas gracias.
    Un saludo
    Javier G. Vidal

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  2. Esta muy bello. Muy bien pintado. Se huele y se degusta. Gracias

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  3. Muy bueno Toño, me ha encantado tu relato. Empiezo la mañana de sábado recordando el antiguo "parque de cemento" de la Plaza del Grano, tan cambiado ahora... quizá un barquillero se acerque esta tarde por aquí : ) Un abrazo

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