miércoles, 8 de noviembre de 2017

NOTICIA: Monjes, boticarios y herbolarios

Monasterios y conventos han servido de dispensa para muchas curas gracias al buen hacer de sus inquilinos, quienes siempre han sido grandes conocedores de las bondades de lo natural.

Los monjes han ofrecido históricamente curas a base de hierbas
en los hospitales que regentaban a lo largo del Camino de Santiago.

lanuevacronica.com
Toño Morala | 06/11/2017
Siempre me han llamado la atención esas pócimas, hechizos, brujería, hierbas que curan… esa mezcla de espiritualidad, fe, tradición, cultura en los hábitos de curar las enfermedades del ser humano y, también la de los animales domesticados, que al fin y al cabo, era de las mejores medicinas para curar el hambre, quizás la peor enfermedad a la que han llevado a millones de humanos, otros «humanos» en pos de enriquecerse para morir igualmente. El egoísmo, esa patria de la naturaleza; esa actitud de la que se puede huir, pero que tan difícil es esquivarla a lo largo de la vida, ha tenido su parte de culpa en los grandes avatares de la sobrevivencia de los pueblos y las tribus.


Ese mensaje tan solemne de las diferentes escrituras teológicas con mandamientos, reglas, memorándums y otros por el estilo, han estado muy bien para aquellos que siguieron y eligieron una vida monástica llena de silencio y precariedades. Poner una vida al servicio de los diferentes dioses, que al final , parece ser que todos son el mismo, ha sido una de las fuentes de sabiduría a lo largo de los siglos, y en ese transcurrir del paso del tiempo, el ser humano tuvo un montón de dolencias y enfermedades que se tuvieron que ir curando con remedios de muy alta estima en muchas ocasiones; en otras, no tanto, pero se fue paliando y atrasando la muerte. Y en estas cosas, parece ser que la fe, también ha ayudado; pero sin lugar a dudas, el conocimiento sobre la observación de la naturaleza y sus ventajas, la botánica, y dejarlo en el boca a boca, en un principio, para luego, con la escritura, dejar las recetas y fórmulas en buenas manos para el estudio y la inventiva de los más pacientes y abiertos a la sabiduría; y aquí entran las monjas y monjes, los monasterios, los conventos… las huertas sagradas de las hierbas y plantas que curaban y siguen ahí. 

Hoy nos vamos a muchos siglos atrás, para contarles la hermética vida de aquellos monjes boticarios que concentraban todas sus fuerzas en generar nuevas pócimas y fórmulas, con aquellos morteros y pilones que tan sabiamente manejaban y que recetaban tanto a los miembros de las congregaciones, como a los habitantes de los pueblos y aldeas más cercanos a los monasterios, prioratos y conventos. 


Y aquí entra esta «farmacia monástica», aquellas boticas donde se preparaban los ungüentos, pócimas, pomadas, fórmulas secretas que guardaban celosamente los boticarios monjes y que se pasaban de congregación en congregación como salvavidas de los más necesitados. Y en el Camino de Santiago, por todas sus rutas, se fueron creando en la mayoría de los monasterios y conventos, hospitales y boticas para curar las enfermedades de los peregrinos que iban o regresaban de Santiago, así como para uso interno y para los habitantes de los pueblos cercanos a ellos; y en esas boticas, monjes y mancebos se fueron formando en el gran arte de la farmacia. Muchas de estas fórmulas venían del mundo romano o se aprendieron de los musulmanes y judíos. Así ocurrió con la botica del monasterio de Santo Domingo de Silos que se fundó en 1705 a petición del pueblo de Silos. A lo largo del Camino de Santiago se difunden y preparan entonces medicamentos diversos; existían los mismos en Jaca, Pamplona, Estella, Nájera, Burgos, Frómista, Carrión, Sahagún, León, Foncebadón, Villafranca del Bierzo, el Cebrero, Portomarín y finalmente en Compostela, entre otros muchos que también quedaban un poco apartados del camino, pero que también tenían botica. La vida de Fray Benito Curiel, un monje boticario en Silos ha sido muy importante para esa comunidad. 


Durante siglos, las boticas de los monasterios situados a lo largo de las rutas jacobeas, (como lo fue Sobrado, situado en el denominado Camino del Norte), ofrecieron ayuda, alojamiento y alimento, a los peregrinos que se dirigían a Compostela. A lo largo del Camino son varios los hospitales que prestaron sus servicios a los caminantes, como el de Roncesvalles, San Marcos de León y O Cebreiro y numerosos son los cenobios que acogieron tradicionalmente a los peregrinos, como sucedió en Sobrado y Oseira. Varias abadías benedictinas en Galicia contaron, también, con una botica para atender a caminantes y enfermos pobres, como las de San Martín Pinario, Samos, Celanova o Ribas de Sil y otro tanto hicieron las cistercienses de Sobrado, Meira, Montederramo y Oseira. En cuanto al utillaje de la botica, pues imaginárselo tiene su aquel, menudos tiempos… Pero fue numerosa la existencia de piezas: balanzas (de dos tipos: la romana y la propia de botica, utilizada ya en el siglo XVIII), tamices, retortas, pildoreros, pesas, espumaderas, baños (de arena, de María, de reverbero, de vapor), crisoles (de hierro fundido, plata o porcelana), otros (manga de Hipográs para el filtrado grasero, de papel de estraza), embudos, matraces (de forma redonda con caños más o menos alargados), prensas para exprimir (normalmente la de tornillo), tamices, vasos (de vidrio, cobre o hierro), peroles y cazos, alambiques (numerosos y de diferentes tamaños, formas y materiales, como vidrio o barro vidriado), morteros (de piedra, madera, vidrio, cobre o bronce) o espátulas y, como elemento de mayor identidad de la botica, el conjunto de botes o «botamen».

Las boticas de los monasterios a lo largo del Camino de Santiago ofrecían cura  a los peregrinos
A lo largo de la Edad Media la instrucción del monje boticario se llevaba a cabo por medio de formularios de medicamentos, los denominados Hortus sanitatis, auténticas joyas, muchas veces adornadas con interesantes dibujos y gráficos. En el transcurso de los siglos, el aprendiz de boticario se incorporaba a un monasterio de la Orden en que hubiera botica, en la cual, llevaba a cabo un período de estudio y servicio a las órdenes del monje boticario. Y para ir cerrando esta pequeña historia de los monjes boticarios, lo hacemos con dos apuntes. El primero sobre la botica del Monasterio de San Benito de Sahagún. Como monasterio situado en el Camino de Santiago, contaba con hospital desde el siglo XI. En el siglo XV, en la villa de Sahagún había hasta cuatro hospitales, y una leprosería en las afueras (seguramente todos pertenecientes al enorme abadengo de San Benito, que comprendía diferentes prioratos, parroquias y monasterios en las provincias de León, Palencia, Santander, Zamora y Valladolid). En 1794 se incrementó el número de camas y aunque se conocen pocos datos, la existencia de la botica debió correr en paralelo. Algunas de estas noticias: en 1614 el monje boticario era fray

Diego de Seada; el Catastro de Ensenada de 1751 recoge que la botica está administrada por el seglar Nicolás Calvo Nistal y tres mancebos; en la segunda mitad del XVIII el responsable era fray Remigio Pérez, natural de Fuentes, diócesis de Astorga; fray Romualdo Escalona, monje de San Benito, describe que a la botica se accedía por la esquina del claustro que cae entre Mediodía y Poniente. Finalmente en el mes de mayo de 1834 un gran incendio destruyó gran parte del monasterio, lo que unido a la Desamortización provocó que en 1837 la botica fuese vendida a un boticario de Valencia de Don Juan. Y el de San Pedro de Eslonza. Cuentan que el Padre Feijoo (1676-1764), benedictino, gran filósofo, naturista, botánico, cuando vivió en el Monasterio de San Pedro de Eslonza, estuvo varias veces en Valduvieco (1706), recogiendo plantas medicinales para la botica del monasterio y descubriendo fuentes. Tiene varios escritos sobre las propiedades del agua, y relata algunas costumbres. 

En su Teatro de mundo, obra VIII, dice: «Un buen régimen para la salud es la siesta. Mis monjes la practican y no gozan de peor salud que el resto». Otra: « Si quieres vivir sano, la ropa que traes por el invierno, tráela por el verano». Dice también que los labradores de la zona empleaban la Piedra Lipis, Vitriolo azul de cobre, para rociar las semillas antes de sembrarlas. El P. Feijoo, dice que hasta los burros de por aquí son listos. Cuenta que la acémila del monasterio sabía leer el calendario, pues todos los jueves iba a León cargada de recados; y si no la ataban el martes, al miércoles desaparecía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario