PLAÑIDERAS.( Lloronas)
Relato, Por Toño Morala.
¡Venid todos los del mundo;
ver la pena que pasamos!
Hacía unos meses que se habían dado cales en las habitaciones; el último en morir fue Martín, hombre emprendedor y mujeriego. Decían las malas lenguas que tenia más hijos por el mundo que misas en su nombre. En su juventud emigró a tierras Americanas y no le fue mal, “el Indiano”, como le llamaban, especuló con todo aquello que multiplicara sus dineros. Con el paso del tiempo volvió a la tierra que le vio nacer y se convirtió en gran patrono con múltiples negocios y rentas. Ahora estaba un hijo suyo en la cama...;que si las fiebres...purgaciones...tuberculosis...alcoholismo; mala vida en general. El dinero le había pasado factura. Moribundo, hizo llamar a las plañideras del contorno y les dio orden bien pagada, para que después de muerto lloraran durante tres días con sus noches para que su espíritu no pasara por el purgatorio.
En la Iglesia, que era costumbre pasar lista y multar al que no asistía a los entierros y los concejos; las plañideras subían el tono de sus lamentos , llegando a tirarse encima del féretro con gran alboroto entre llantos y dolor. Poco antes se habían arrancado mechones de pelo y arañado la cara. Por estas interrupciones de los oficios, los Obispos daban poderes a sus curas para...“Que las personas que asisten con clamores a los entierros, el cura las multe a su arbitrio implorando el auxilio de la justicia secular”. Auto fechado en 1.732.
De todas las maneras, llorar la pérdida de un ser querido era un ritual lleno de cosas extrañas, y las plañideras solo animaban al llanto y por ello cobraban. Dentro del teatro litúrgico esta gama de emociones humanas servía para llevar mejor el duelo. Las maravillas de los llantos,la expresión de la pena y el dolor de valor universal. Así terminaban un trabajo del que solo ricos y clases pudientes se podían permitir.
En cada esquina las plañideras lanzaban al aire sus plegarias y lamentos entre una multitud del cortejo fúnebre totalmente volcados. Sobre este tejido cultural y ancestral, se forjaron leyendas y cancioneros en una tradición eclesiástica y filosófica que abogaba por el canon de la mujer silente; el duelo abría espacios inesperados a la palabra de las mujeres. Al final del cortejo, una madre soltera da la mano a su hijo de unos doce o catorce años. El niño la mira y le dice...¡Madre...si algún día muero, que las lloronas no se arranquen el pelo ni se arañen la cara...que las quiero bonitas para el cielo...!
El niño es sabio, quizás no haya peor recuerdo para un muerto que el llanto alrededor por su partida.¡Muy buena historia!
ResponderEliminarTarso