Autor
Héctor
Bayón Campos
Licenciado en Historia.
Qué razón tenía el escritor alemán Goethe cuando afirmaba que
“Europa se hizo peregrinando a Compostela”. Porque vamos, ¿a quién no le va a
gustar el Camino de Santiago? Y
es que desde el siglo XI, “el Camino Francés” ha sido un poderoso factor de
articulación del espacio y un cauce de circulación de personas, mercancías e
ideas. Además, han proliferado muchas leyendas en torno al Camino. Algunas de
ellas eran muy conocidas (la misma vida del Apóstol Santiago, por ejemplo) sin
embargo otras han permanecido ocultas en el baúl de la historia. Ya es hora de
que alguna de ellas salga a la luz ¿no? Esta es una leyenda actual que ocurrió en
una villa llamada Mansilla de las Mulas, situada a tan solo 18 km de
León capital…
A Martín de Gracia, un argentino con raíces leonesas,
la supuesta “crisis de los 40” le estaba sentando fatal. Y es que su alma “gallega”-española- no
congeniaba muy bien con los tópicos del país, porque ni bailaba tangos ni le
gustaba especialmente la carne. Eso sí, los tomates los devoraba. Sin embargo, él
necesitaba una catarsis urgente, un cambio de aires radical; y un día viendo en
la tele a su paisano el Papa Francisco encontró la respuesta a sus aflicciones:
hacer el Camino de Santiago pero a la inversa. Es decir, desde Santiago
de Compostela hasta Mansilla de las Mulas, el lugar de donde eran originarios
sus antepasados. Porque Martín no buscaba el Jubileo solo deseaba “conocerse a sí
mismo”. Por eso decidió coger el primer vuelo que salió hacia Compostela y se
plantó en la Plaza del Obradoiro. Con paso firme entró en la Catedral y saludó al
Apóstol, y éste sorprendentemente le dijo al oído: “¡Che, qué bueno que viniste!”. Martín alucinó ¡Santiago le había
hablado! Esta era la señal que necesitaba. Aquí comenzaba su particular Camino
de Santiago Mansillés.
Como nunca había sido muy convencional se compró una bicicleta
de paseo y, en plan “Verano Azul”, recorrió los 340 km que había de distancia
entre Santiago de Compostela y Mansilla de las Mulas. Descolgado del “pelotón”
de peregrinos, y en dirección contraria, pasó por diferentes localidades (Palas
de Rei, O Cebreiro, Ponferrada, Astorga, León, etc.) antes de llegar a su
destino final. En el puente de Mansilla (s.XII) sobre el río Esla se situaba la
meta. Las vistas eran inmejorables, y Martín quedó asombrado al ver la magnitud
de sus murallas (s.XI-XII). Pero su cuerpo requería descanso y se hospedó en el
albergue municipal. Más tarde, se dedicó a pasear por sus calles adoquinadas y
observó el buen ambiente que había en las terrazas. En la famosa calle de “Los
Mesones” se detuvo a mirar el escaparate de una gran floristería, y después
visitó el Museo Etnográfico Provincial donde se empapó de las tradiciones
leonesas del pasado. Poco a poco, iba conociendo todos los rincones de la villa:
la “Fuente de los Prados”, el “Postigo”, sus iglesias, los
“cubos” etc. Y se sintió cada vez más integrado ¡si hasta se compró una camiseta
de fútbol del glorioso Atlético Mansillés! Pero su auténtico y divertido
viaje a sus orígenes se iba a producir en la conocida “Feria del Tomate”.
Era finales de agosto, y en la Plaza del Grano se
colocaban numerosos puestos con productos de la huerta. Él se acercó hasta allí,
y se fijó en un pequeño puesto que tenía un cartel que decía “Tomate de
Mansilla: un dulzor de otra época”. Y eso era exactamente lo que él buscaba:
viajar a otras épocas históricas. Cuando probó aquel tomate, de piel tan fina,
su sentido del gusto alucinó en colores (rojo intenso). De repente, su cuerpo entró
en “éxtasis” y sufrió una metamorfosis temporal y textil que le llevó a los
años 80…
Con un traje pastel a lo “Corrupción en Miami” Martín entraba
en la lujosa discoteca “La Estrella”
con la intención de pasárselo bien. Allí las frases claves eran “¿estudias o trabajas?”
o “¿bailas?” Y como él hablaba con acento argentino no hacía más que preguntar…pero
nadie le contestaba. Así que nuestro “Elvis mansillés” tuvo que abandonar el
edificio “compuesto y sin novia”. Caminando sin un rumbo fijo llegó hasta el Arco
de Sta. María; eran los años 50, y allí se reencontraría con una cara muy
conocida… ¡pero si era su abuelo Justino en sus años mozos! Su “presunto”
abuelo mansillés le preguntó sorprendido: -“¿oye
cómo te pareces a mí, a ver si vamos a ser parientes?” Martín se echó a reír,
y poniendo la voz de Darth Vader le contestó: -“Soy tu nieto”. Pero Justino, al que apodaban “el pícaro”, se
asustó y huyó despavorido mientras le decía: -“¡Estás chalado!”.
No hubo manera de pillarle, pero tanto corrió “el nieto” que
se pasó de siglo y apareció en el s.XIX. En concreto, en diciembre de 1808 en el
convento de S. Agustín. A Martín le sonaba el edificio pero no sabía de
qué (es el actual Museo Etnográfico). De repente, empezó a oír gritos. Salió a
la calle, y comprendió lo que pasaba… ¡Mansilla (y el país entero) estaba en
guerra contra los franceses! Y él, que era un pacifista convencido, se vio
obligado a coger un fusil. Aunque de poco sirvió su ayuda porque las tropas
francesas arrasaron la villa. Eso sí, él se comportó como un patriota y juró
odio eterno a ese tal Napoleón.
Pero aún le quedaba lo mejor, porque después de un merecido
descanso ¡de casi siete siglos! Martín
amanecía a orillas del Esla con una “Carta Puebla” bajo el brazo que
decía: “Yo, Fernando II, rey de las Españas, te elijo a ti, Martín de Gracia,
como abanderado del Reino de León en los Juegos Olímpicos del Camino de
Santiago ‘Mansilla 1181’. Además concedo
a esta villa varios privilegios fiscales para favorecer el asentamiento de
nuevos pobladores”.
Para celebrarlo, Martín cogió el tomate de una planta cercana
y con satisfacción le dio un bocado. Pero al instante su cuerpo sufrió una
transformación temporal que le llevó a la actualidad, y volvió a aparecer en la
Plaza del Grano, entre los tenderetes de la Feria del Tomate. ¡Menudo viaje histórico
se había pegado! Al final iba a ser verdad lo que decía aquel cartel… Sin duda,
hacer “el Camino Mansillés” le había cambiado la vida.
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