sábado, 6 de octubre de 2018

COLABORACIÓN. ORALIDAD.

VENTANAS… LA LUZ DEL OLVIDO, DE LA SOLEDAD Y EL SILENCIO…

La inmensa soledad de la  vida… 
  Fotografía de Elisa Muñoz… 

Relato 

Reportaje Gráfico: Elisa Muñoz 
Texto: Toño Morala 
El otoño y las tardes de radio y calceta, de deberes y de escoger lentejas en la esquina de la mesa, -que alguna piedrina también rechinaba entre los dientes al día siguiente-, de atizar el llar con sarmientos o palera. Tardes de trébede y, sobre ella, el pote con el caldo juguetón que hacía rugir el hambre en los menguados estómagos. Tardes de nostalgia por la pérdida de los seres queridos, de alguna lágrima rodando por las mejillas; otras tantas, en las que el pensamiento se quedaba quieto, mientras por la ventana entraba la noche vaga y meditabunda; era el tiempo de echar las contraventanas, las persianas de madera fina y los cuarterones, y te quedabas con la conversación de casi siempre, el murmullo lejano de la radio, el cansino tic-tac del reloj marcando unas horas casi perdidas; la cena lacia… y para la cama en aquellos colchones de lana o de hoja de maíz… y a soñar entre respingos y el recuerdo del pasado verano. Amanece la vida con un nuevo día, se abre la ventana para ventilar; quizás, para ventilar y airear los sueños despiertos escondidos en las madrugadas insomnes, quizás, para que entre el aire renovador y austero del otoño melancólico. 

La reja por donde escapaban los sueños… o entraban…
 Fotografía de Elisa Muñoz… 
Sí, las ventanas de las casas que se fueron quedando tan solas, que a veces, parecen fantasmas entre la penumbra y el ulular de la noche. Ventanas con rejas, no para que no entraran ladrones, sino para que no escaparan los supervivientes de tanta pobreza y hastío, de tanto sufrimiento y trabajos muy duros. Ventanas por donde se metían cuatro rayos de sol perezosos y taciturnos. Otras, si pudieran, escribirían las infidelidades de los ausentes… si pudieran, escribirían las noches de loco amor y pasión, de miradas cómplices y abrazos dormidos sobre la cresta de lo que llaman felicidad. Ventanas, por donde se asoman las caras satisfechas, las pesimistas, las del ceño fruncido, las caras de la inocencia que miran de reojo al lejano horizonte, no vaya a ser que los convenza para abandonar todo, e irse solitario por esos caminos donde solo se encuentran ventanas sin cristales y muy pequeñas con una reja de herrero en cruz y una sábana bajera de paja o hierba en el duro suelo; el resto, ya lo pones tú. Sí, ventanas que cruzan el mar en el intento de buscar una vida mejor; te asomas desde ellas al mundo, y te da vértigo, no la altura, sino la angustia del mañana. 

En fin, ventanas, por donde salen los sueños repetidos a airearse e inventar alguna cosa nueva, o por donde entra el frío y se empañan los cristales, y sobre ellos, escribimos un nombre y dibujamos un corazón… pero nunca es el nuestro. 

El señorío también se fue… 
Fotografía de Elisa Muñoz… 



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