Dos entradas dan acceso a la Bodega del Niño de Cacabelos desde principios del siglo XX. Su actividad y su apariencia se mantienen intactas y se ha convertido en patrimonio del Bierzo. El olor a vino golpea el olfato nada más entrar y la vista se detiene en las centenarias cubas de roble que conservan la esencia misma de este local
El niño: bandera blanca - ana f. barredo |
MARÍA CARRO 11/12/2015
Más de un siglo ha pasado desde
que la Bodega del Niño abrió sus puertas en Cacabelos para vender vino casero a
vaseo y aún hoy ondea sobre el portón que da acceso a este ‘museo’ la bandera
blanca que anunciaba y todavía anuncia que en el bajo de esta casa se vende y
se bebe vino clarete y blanco, y también doritos, esos cortos de Coca-Cola que
deben su nombre al vecino Heliodoro Ordás, fundador de Beda que, tras abandonar
el alcohol, buscó una alternativa para poder seguir alternando en las bodegas
que, por aquel entonces, centralizaban la vida social. Había dos en cada barrio
y hoy sólo queda un par, la más famosa: la del Niño.
Los precios son populares. 40
céntimos de euro vale el vaso de vino que, como se hacía siempre, se aclara a
mano. Sobre el mostrador —que si hablara contaría mil historias— y frente a las
centenarias cubas de roble de grandes dimensiones donde se conserva la esencia
misma de esta bodega, reposan en bandejas comunes los pinchos de pan del pueblo
y embutido, acompañados de las siempre recurridas aceitunas. Esto es ahora. 30
años atrás, la tapa se pagaba a 50 céntimos de peseta —igual que el vaso del
vino— y se servía bacalao y huevos cocidos. Eso es lo único que se ha perdido,
el resto sigue como siempre. La Bodega del Niño funciona igual que antaño,
mantiene viva una tradición consustancial al pueblo de Cacabelos, en auge hasta
la creación de la cooperativa y la agrupación de los viticultores.
El fresco y el fuerte olor a vino
te golpean el rostro y el olfato nada más entrar. Ni los gatos tienen el acceso
prohibido, deambulan silenciosamente entre el mostrador y las cubas a la espera
de que alguno de los allí presentes les agasaje con un trozo de chorizo o un
chusco de pan. El Niño —así se hace llamar el propietario, como no podría ser
de otro modo— conversa con todo el mundo. Allí todos se conocen y, entren por
la puerta que entren, ya que hay dos en este local, todos se unen a la misma
conversación.
Entre los muros de la bodega del
Niño, forrados con carteles de numerosas películas, como Cabaret o La
insoportable levedad del ser, se habla de todo. La política, el campo, la
economía... son sólo algunos de los temas de debate que, usualmente, terminan
siempre en carcajadas. También se repasa la vida local y los vecinos exponen
sus quejas a la espera de que otros allí presentes les ayuden a solucionarlas.
Algunos no sólo hablan, sino que también escriben y dejan constancia de su
visita a esta bodega con alma en el libro que para ello ha colocado, sobre una
mesa repleta de recuerdos, el propietario de este local. No faltan tampoco
recortes de prensa con artículos dedicados a un establecimiento con
calificativo propio: patrimonio del Bierzo. Entre ellos está el que en 2009
publicó José Antonio Balboa de Paz en Diario de León.
Cerezas en aguardiente, ristras
de cebollas y ajos o calabazas ambientan esta bodega de vino de principios del
siglo XX, para que nadie se olvide de que en el campo está la base de todo. De
hecho, el Niño es una de esas personas que mira con añoranza el pasado, cuando
la gente joven bebía más vino y no tanta cerveza, cuando en Cacabelos «había un
minifundio total» y «todo el mundo era productor de vino», cuando cada persona
bebía «entre sesenta y setenta litros al año». Cuando en bodegas como la suya
se encontraban rostros jóvenes que han ido madurando con el paso de los años y,
medio siglo después, siguen siendo los mismos. Personas con historias propias y
con una común, la bodega del Niño, donde se juntan cada día para el vaseo y en
la que, incluso, algunos tienen ya vaso propio. El Niño es como su casa.
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