domingo, 4 de abril de 2021

NOTICIA: VINO NUEVO. La última bodega de bandera blanca

La Bodega del Niño resiste en Cacabelos con la tradición del vino nuevo.
Manuel Rodríguez, bodeguero y alcalde, salvó vidas en ‘los años difíciles’.

La Bodega del Niño recibía ayer a sus clientes bien ventilada. L. DE LA MATA

Carlos Fidalgo, 2 de abril de 2021

Una bandera que anuncia el vino nuevo, dos alcaldes al otro lado de la barra, un ‘niño’ que ya ha cumplido 70 años y todavía cosecha sus viñedos, vasos de blanco y de clarete a cincuenta céntimos, y la huella discreta de un hombre que salvó a más de un vecino de morir paseado después de la guerra. La leyenda de la Bodega del Niño en la calle de Las Angustias de Cacabelos —la última del Bierzo que todavía cuelga una bandera blanca en la fachada para anunciar que hay vino de cosecha en el establecimiento— arranca en la guerra de Cuba, se hace grande después de la guerra civil y aguanta hasta nuestros días aferrada a un trapo blanco que no anuncia ninguna rendición. Solo el paso del tiempo.


«Fue mi tío abuelo Víctor Sánchez Rubio el que hizo esta casa», contaba ayer el actual propietario de la bodega reabierta con la desescalada, las paredes alfombradas de carteles de películas viejas, entre enormes cubas de madera y ristras de calabazas colgadas, botellas polvorientas y algunos carteles de aves que hacen que el cliente que entra por primera vez no sepa muy bien donde posar los ojos. «Fue uno de los últimos de Cuba, porque luchó en la guerra, estuvo preso y volvió en el 1900 cuando lo liberaron», añade José Antonio Rodríguez Jorge —el Niño que ahora da nombre a una bodega que durante muchas décadas se llamó ‘del alcalde’— cuando recuerda la figura de su tío abuelo, del que tiene un busto en casa y que llegó a ser regidor de la villa a su regreso de América.


José Antonio Rodríguez Jorge, ‘El Niño’. L. DE LA MATA
—Cuénteme lo de la bandera blanca— le pide el periodista, con el olfato rendido al olor del vino y de la madera vieja que rezuma la bodega.
Y Jorge recuerda la tradición de colgar el trapo en la fachada de aquellas casas de Cacabelos, de Villafranca, de Bembibre, y otros pueblos, que tenían bodega y viñedos para anunciar a los vecinos que allí se servían blancos y claretes recién cosechados. Vino fresco. «Se pedía permiso al Ayuntamiento y después se ponía la bandera en horizontal. Cuando se ponía en vertical era para anunciar que esa bodega era la siguiente que iba a vender cuando terminara la primera, para no hacerse la competencia».

El relevo de la bodega de la calle de Las Angustias lo tomó el abuelo del Niño, Manuel Rodríguez Sánchez, otro que fue alcalde de Cacabelos durante tres décadas. Y su historia daría para una película. Alcalde en 1936, con el inicio de la guerra tuvo que incorporarse al bando sublevado. «Lo llevaron de cocinero al frente», dice su nieto. Siendo regidor de la Falange, algo común en la época, llama la atención que fuera una alcalde de izquierdas como Santos Uría el que iniciara el proceso para nombrar a Manuel Rodríguez Hijo Predilecto de Cacabelos. Un acuerdo que la corporación municipal ratificó el 28 de abril de 1999, cuando el homenajeado ya había fallecido y encabezaba el Ayuntamiento el socialista Santiago Rodríguez. Y dice la orla que Jorge guarda en su casa, junto al busto de su tío abuelo, que el título de Hijo Predilecto se le concede a Manuel Rodríguez Sánchez «en reconocimiento a la labora desempeñada como alcalde del municipio durante años difíciles».


Era la forma ambigua que tenían en 1999 de decir que Manuel Rodríguez le había salvado la vida a más de un vecino. «Por aquí venía de vez en cuando un grupo de Orense que se hacían llamar los Caballeros de la Muerte. Mi abuelo les sonsacaba a quién venían a buscar y mientras bebían en la bodega los hacía avisar para que se escondieran. Por eso en Cacabelos no hubo muertos», cuenta Jorge, reacio a entrar en detalles, discreto como su abuelo, después de que el periodista le insista en que esa historia —un secreto a voces en Cacabelos— no es de las que se callan fuera del pueblo.

—¿Y por qué le llaman El Niño?—es la pregunta que no debe faltar.

«Por esto», responde Jorge. Y enseña al periodista uno de los murales que clientes y amigos le han entregado en alguno de los homenajes que ha recibido y donde se ve un bebé desnudo, repanchingado en un sillón en una vieja fotografía en blanco y negro. «Ese soy yo, el Niño».


Otra bodega de bandera blanca ya desaparecida en la calle de Santa María. DEL LIBRO SABIOS PAISAJES

Y el Niño, que estudió Biología, ya tiene 70 años, ha visto cómo el cliente que bebía vino se le muere —«ahora piden otras cosas»— y no ve lejos el momento de despedirse de la bodega y de los viñedos, que sopesa entregar al Banco de Tierras del Consejo del Bierzo si no encuentra relevo. «He intentado que algún sobrino se haga cargo, pero una bodega así no es rentable», reconoce.

—¿Y hasta cuándo va a seguir, Jorge?

«Hasta que el cuerpo aguante».

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